La Pontificia Academia para la Vida ha publicado esta semana el documento Pandemia y fraternidad universal. Hablamos sobre el texto con el responsable de la academia, monseñor Vincenzo Paglia, especialmente preocupado por quienes aceptan el descarte que supone dejar morir a los ancianos infectados.
La Pontificia Academia para la Vida ha publicado el documento Pandemia y fraternidad universal para ayudar a encontrar un sentido a la clausura forzada que empaña el tiempo entre la preocupación y la resignación ante la pandemia del coronavirus. La función de este departamento del Vaticano es estudiar y sacar conclusiones de los principales problemas de biomedicina y derecho, relativos a la promoción y a la defensa de la vida, sobre todo, en la relación directa que tienen con el magisterio de la Iglesia. El arzobispo italiano Vincenzo Paglia preside el organismo del Vaticano instituido por san Juan Pablo II en 1998. En una entrevista con Alfa y Omega insiste en que el COVID-19 solo podrá vencerse con los anticuerpos de la solidaridad. «Donde hay solidaridad es más fácil vencer al enemigo. Todos somos conscientes, por ejemplo, de que ahora mismo estamos en casa no solo para protegernos a nosotros mismos, sino también para defender a los demás», asegura.
¿Con qué objetivo se ha publicado el documento Coronavirus y fraternidad humana?
Deseo enfatizar que hemos activado una consulta en red que ha implicado a los 163 académicos y científicos procedentes de los cinco continentes que forman parte de la Pontificia Academia para la Vida. Este documento, no demasiado largo, tiene el objetivo de brindar indicaciones y que sea una guía en diversos aspectos: políticas sanitarias, el desafío que el COVID-19 plantea en la convivencia social y las armas con las se puede y debe responder ante la pandemia.
En el texto subrayan que una emergencia como la del COVID-19 se derrota sobre todo con los anticuerpos de la solidaridad. ¿Cómo podemos poner en práctica estos anticuerpos, siguiendo con la analogía médica?
Hay que cambiar la mentalidad. Ya hoy en día vemos que donde hay solidaridad es más fácil vencer a este enemigo invisible. Todos somos conscientes, por ejemplo, de que ahora mismo estamos en casa no solo para protegernos a nosotros mismos, sino también para defender a los demás. El otro ya no es el rival, sino la persona que, junto conmigo y con todos, abre una red de solidaridad para sacar a todos de la emergencia.
Hay muchas personas que ven el futuro con pesadumbre y temor, no solo por la emergencia sanitaria, sino también por la debacle económica que causará esta pandemia. ¿Cómo podemos darles esperanza?
Es cierto, el temor es fuerte. Pero el sufrimiento debe hacernos aún más fuertes. En estos días estoy releyendo las páginas bíblicas del libro de Job. Invito a todos, creyentes y no creyentes, a leer y releer este texto. Se trata de una meditación sobre el sufrimiento humano. Una lectura en clave espiritual da lo esencial de su significado. No hay duda de que abandonarse en las manos de Dios no es escapar de la situación. Al contrario, es una demostración de resistencia positiva.
El mundo está cada vez más interconectado. Así lo ha demostrado la pandemia del coronavirus. ¿Cómo valora que no haya habido desde el principio una estrategia global para hacerle frente?
La necesidad de una estrategia global se ha hecho evidente en la lucha contra el cambio climático. Pero también ahora, ante la pandemia, surge con urgencia la necesidad de cooperación entre gobiernos, incluso dentro del mismo país; se preconiza la primacía del bien común. Es cierto que de repente nos encontramos frente a un enemigo desconocido. Pero, precisamente por esta razón, debemos pensar más en el bien de todos que en nuestros propios intereses.
Son muchos los gobiernos que han sucumbido al lenguaje bélico para explicar las acciones que se han dispuesto para reducir al virus descubierto en China. ¿Está de acuerdo con esta concepción?
Me gusta más hablar de un desafío, un desafío que nos apela a redescubrir nuestra humanidad común. Es, sobre todo, un desafío del que saldremos poniendo en valor la fraternidad del mundo. Este es el fuerte mensaje del Evangelio: hoy está claro que estamos interconectados, pero en realidad siempre lo hemos estado, desde los orígenes de la humanidad. Un hombre solo no tiene sentido, ya que es un ser en conexión con los demás. De hecho, Dios creó al hombre y también a la mujer. Hoy estamos interconectados de una manera diferente. Somos más interdependientes que en el pasado. Por eso es más imperioso que nunca que la comunidad global se una bajo el signo de la fraternidad.
La experiencia de estas semanas difíciles nos demuestra también que somos una sociedad muy frágil. ¿Cuál es el camino para sobreponerse en el futuro?
Ciertamente somos seres frágiles. Si esta crisis nos ayuda a recordarlo, eso ya es algo positivo. Debemos ser conscientes de que nuestro reclamo de omnipotencia –técnica, económica, política– destruye a la humanidad porque la divide en grupos. Solo se construye si lo hacemos juntos.
Lo que puede marcar la diferencia entre el éxito y fracaso ante esta crisis es el sacrificio del que es capaz cada uno. ¿Qué podemos aprender de esta situación?
Podemos aprender que la vida se defiende y se sostiene solo si reafirmamos y actuamos de modo que con nuestras acciones se mejore el derecho de todos a una existencia digna. Este es el desafío crucial. Tenemos que ser capaces de equipar a las sociedades, también desde un punto de vista cultural, con los medios adecuados para transformar la resiliencia, la capacidad de recuperación, en una oportunidad trascendental que nos persuada de una vez por todas de la necesidad de despedirnos de un estilo de vida individualista y poco hospitalario.
Y la ciencia, ¿cómo debe tutelarse para que no ceda a las exigencias del soberanismo o a las presiones políticas?
La necesidad de inmunizar el Estado de bienestar ha sido una idea que desde hace un año o dos ha invadido la política de Italia, Europa y Occidente en general. Hay que proteger el Estado de bienestar no solo de toda amenaza y agresión externa, algo que es correcto, sino también de toda forma posible de solidaridad. Esta obsesión adquiere connotaciones casi de locura, correctamente estigmatizadas como desvíos antihumanistas en una civilización que viene a repudiar los fundamentos mismos de su cultura civil. Es delirante, por ejemplo, establecer la edad como el único y decisivo criterio para cuidar, salvar o condenar a alguien. Esto relega a los ancianos a ser demasiados. Sin embargo, la ciencia debe aliarse con la solidaridad y la humanidad. De la propagación del virus podemos aprender una gran lección: la humanidad se defiende abriéndose a la vulnerabilidad del otro y nosotros nos defendemos protegiendo al que está en peligro.
Escuchando todos los días los espantosos datos de los fallecidos, existe un riesgo real de que la sociedad caiga en el pensamiento de que coronavirus afecta más a los viejos. ¿Puede hacer una reflexión sobre esta tendencia?
Quiero decir una palabra en defensa de los ancianos que corren el riesgo de ser descartados en este momento. Permítame ser claro: el grado de civilización de una sociedad se juzga por la forma en que trata a los ancianos. Si son los más débiles, deberían ser tratados con aún más atención. Todas las personas son dignas de ser amadas y cuidadas.
En Italia se ha hablado de la posibilidad de cerrar las parroquias, pero finalmente la decisión adoptada ha sido mantenerlas abiertas. ¿Cómo se interpreta esta medida?
Las iglesias abiertas son un signo de presencia. Por supuesto, las celebraciones litúrgicas se han suspendido por las razones de salud que conocemos. Pero mantener la puerta de la parroquia abierta es una señal fuerte dentro de la ciudad aislada, incluso para aquellos que no creen: significa que la esperanza no está cerrada, que hay algo más allá. Y para los creyentes de hoy tenemos la señal más clara de lo que dice el Papa Francisco: la iglesia es un hospital de campaña. El cristianismo tiene mucho que aportar especialmente hoy: Dios siempre tiene la puerta abierta para todos. Para los cristianos esta es una indicación escrita con letras grabadas a fuego en el Evangelio.
La fraternidad como antídoto
En el documento Pandemia y fraternidad universal el Vaticano levanta la voz contra la política «miope e ilusoria» que preconiza los «intereses nacionales», y constata que sin una colaboración global «los virus no se detendrán».
La Pontificia Academia para la Vida apunta a los límites de la ciencia y señala que «sus resultados son siempre parciales, ya sea porque se concentra en ciertos aspectos de la realidad dejando fuera otros, o por el propio estado de sus teorías, que son, en todo caso, provisionales y revisables».
Por ello, el organismo advierte de que tomar decisiones radicadas solo en la ciencia empírica reduciría las respuestas a un nivel exclusivamente técnico: «Terminaríamos con una lógica que considera los procesos biológicos como determinantes de las opciones políticas, según el peligroso proceso que la biopolítica nos ha enseñado a conocer». Así, abunda en «los anticuerpos de la solidaridad» y la fraternidad como único antídoto contra el COVID-19.
Además, reclama que los «medios técnicos y clínicos de contención» se integren en una «profunda investigación para el bien común, que deberá contrarrestar la tendencia a la selección de ventajas para los privilegiados y la separación de los vulnerables en función de la ciudadanía, los ingresos, la política y la edad».
Victoria Isabel Cardiel C. ( Roma)
Imagen: Profesionales sanitarios atienden a un enfermo de COVID-19
en el hospital Poliambulanza de Brescia (Italia).
(Foto: EFE/EPA/Filippo Venezia)