El Sínodo de la Amazonía no ha terminado. Queda la parte más importante: la aplicación. Entre los retos pendientes, el español David Martínez de Aguirre, secretario especial de la asamblea, destaca la concreción de esas «nuevas formas ministeriales» para laicos, mujeres y varones, o la propuesta de un rito propio indígena.
Fue el anfitrión del encuentro del Papa con comunidades indígenas en Puerto Maldonado (Perú), en el que oficialmente quedó convocado del Sínodo de la Amazonía. Trabajó en las cocinas, como miembro del consejo presinodal, y posteriormente Francisco le nombró secretario especial de la asamblea de obispos. Ahora, formará parte del grupo encargado de estudiar su aplicación. David Martínez de Aguirre (Vitoria, 1970), obispo del Vicariato Apostólico de Puerto Maldonado (Perú) es una de las voces más autorizadas para hacer balance del Sínodo de la Amazonía. También porque su diócesis ejemplifica los retos y dificultades de la Iglesia en esta región: con solo 42 sacerdotes (incluido él mismo), debe atender un territorio con la mitad del tamaño de Italia.
Ha dicho usted: «Que no nos roben el Sínodo». ¿En qué sentido?
Es lo que el Papa ha pedido a los periodistas. Y lo que advirtió antes de comenzar el Sínodo: que no perdamos el foco, porque, aunque pueda tener consecuencias para toda la Iglesia, este era un Sínodo sobre la Amazonía, una respuesta a la devastación ambiental y a la asfixia sobre los pueblos amazónicos. También se trataba de responder a la necesidad que tiene la Iglesia para reorganizarse y encontrar nuevos caminos para la misión en la Amazonía.
¿Qué va a cambiar en el día a día de la Amazonía a partir de ahora?
El Sínodo nos va a empujar a trabajar más en red, en conexión con el resto de la Iglesia amazónica. Y va a reforzar los procesos sinodales paralelos en marcha desde hace tiempo en las diócesis, en los que planteamos cómo hacer para que nuestras comunidades no se vean privadas de la Eucaristía y facilitar que esa vivencia de la Eucaristía provoque una transformación personal y comunitaria que nos lleve a dar una respuesta a los problemas socioambientales que estamos viviendo.
¿Qué son esas nuevas formas ministeriales para laicos de las que habla el documento final?
Son ministerios que ya existen. Lo que se le pide al Papa es que tengan un reconocimiento. En muchas comunidades tenemos por ejemplo el coordinador de la comunidad, que es quien resuelve las disputas. Y otro ministerio es el del catequista, que prepara a las personas que van a recibir un sacramento. Y se ha hablado de nuevos ministerios relacionados con el cuidado de la creación.
Para implantar la Laudato si. ¿Cómo?
Habrá que verlo. La cuestión es que no falte en las comunidades el ministro que aglutine esta preocupación y que implique a la comunidad en el cuidado de la casa común. Asignar este tipo de responsabilidades ayuda también a una desclericalización, a dejar de poner al sacerdote en un puesto casi sagrado, como si todo girara en torno a él. El Bautismo nos hace a todos iguales en dignidad.
Con esos argumentos precisamente se ha criticado la propuesta de ordenar a varones casados, como una nueva forma de clericalismo.
En Puerto Maldonado, al hablar de estas cuestiones, decíamos: no queremos hacer minicuras ni maxilaicos. Ni tampoco curas de segunda categoría. Pero el centro en este debate no es el clérigo, sino la comunidad y la Eucaristía. Solo así se entiende la propuesta que le hemos presentado al Santo Padre. Estamos mirando a una comunidad que necesita la Eucaristía, en lugares muy remotos que el sacerdote visita tal vez una vez cada dos años. Esto ha generado respuestas creativas. Hay lugares donde se ha dado el ministerio del diaconado a personas casadas, a varones probados. Llevan años dirigiendo bien las comunidades, bautizan y presiden los matrimonios, organizan las celebraciones de la Palabra, reparten la comunión… Entonces, el obispo se pregunta: ¿es posible que a estos diáconos en estas comunidades apartadas les podamos dar el orden? El argumento no es que el celibato no se entienda en las culturas indígenas. Hoy, en Europa, tampoco se entiende. ¿Y es que no se pueden trabajar las vocaciones indígenas de modo que surjan vocaciones sacerdotales como las entendemos en Europa? Nadie dice que se vaya a renunciar a seguir trabajando en esa línea. Pero como decía un obispo en el Sínodo, «mis diáconos cumplen todos los requisitos que en la Carta a Timoteo se pide para los obispos».
A esa propuesta se suma la de un rito propio para la Amazonía. ¿Hace falta tanto para incorporar elementos culturales propios de las culturas indígenas? ¿No bastaría con pequeñas alteraciones en el rito latino?
En la Iglesia existen hoy 23 ritos –en España tenemos el mozárabe–, pero no todos tienen un estatuto propio. Otros sí, como el oriental, que permite también que los sacerdotes puedan casarse. El tema va más por ahí.
¿No tanto por la liturgia?
También. Una liturgia en el Vaticano es algo bellísimo, pero responde a la cultura europea; todos esos cantos y símbolos te elevan, te permiten ver el cielo en la tierra. Eso es la liturgia. Pero tenemos que pensar también en cómo expresar la fe cristianas a través de las formas rituales de los pueblos indígenas.
Se ha felicitado usted por la mayor participación de mujeres en este Sínodo, si bien advirtiendo de que estamos en un proceso en el que hay que seguir avanzando.
Yo personalmente pienso que hubiera sido importante que las superioras hubieran podido votar, pero ha habido una participación activa de las mujeres. Y el momento de la votación ha sido casi lo de menos. Este Sínodo es algo que hemos ido construyendo entre todos y todas. Es cierto que al final un grupo ha sentenciado, pero no ha hecho más que formalizar lo que entre todos habíamos construido.
También se pide que se reconozca un papel más activo a la mujer en la Amazonía. ¿De qué manera?
Lo que ocurre es que en la Amazonía las mujeres y las religiosas ya ejercen el diaconado de muchas formas, incluso de facto el diaconado ministerial, al celebrar la Palabra, llevar la comunión a los enfermos, asistir a los matrimonios, bautizar o incluso oír las confesiones –sin absolver– a personas cercanas ya a la muerte, ayudándolas a bien morir. Ejercen la ministerialidad de los diáconos, pero la Iglesia no termina de institucionalizar el diaconado de la mujer. Y es uno de los puntos que se le ha pedido al Papa que lo siga estudiando. Y él, con mucha sabiduría, nos ha dicho: «Está bien, pero no reduzcan el papel de la mujer solo a lo funcional». Yo creo que al Papa le hubiera gustado que fuéramos más allá, en lugar de quedarnos en cuestiones como el voto de las superioras generales o el diaconado.
Eso requeriría otro Sínodo.
Claro, y este no era el tema, ni mucho menos.
R. B.
(Foto: CNS)