El obispo español Juan José Aguirré denuncia la situación que se vive en República Centroafricana. Protege en Bangassou a 1.500 musulmanes, entre los que hay niñas que sufren violaciones.
«Así es la vida, así la hemos hecho», lamenta Juan José Aguirre, obispo español radicado en República Centroafricana desde hace 38 años. Con más aire de denuncia que de resignación este cordobés de 63 años cuenta la terrible situación que vive en Bangassou, ciudad ubicada en el sureste de Centroáfrica en la orilla del río Bomu y frente a República Democrática del Congo.
A 100 metros de la Catedral de Bangassou hay un seminario en el que «Juanjo» acogió a 2.000 musulmanes para salvarles la vida. Abuelos, mujeres y niños son atacados con machetes, disparados a sangre fría o decapitados por la milicia «anti-balaka», a la que erróneamente llaman cristiana. El obispo cuenta que, incluso, «les arrancan el corazón o les abren el cuerpo para que salgan las tripas porque dicen que así les roban el alma». Para evitar estas atrocidades, la ONU creó en torno al seminario un perímetro con sacos de tierra. Allí, los musulmanes tienen agua pero la comida no llega y ante la desesperación, las mujeres venden su cuerpo a los cascos azules. «Están desesperadas, se mueren de hambre y muchas veces ellas mismas insisten en venderse para poder comer». Algunas son menores de edad: «Han abusado y dejado embarazadas a muchas de ellas. Les he preguntado a las madres qué había pasado y agachan la cabeza».
A la Diócesis de Bangassou llegó el secretario general de Naciones Unidas, Antonio Guterres. «Le dije que había mujeres violadas, algunas menores de edad, y que eso era un crimen contra la Humanidad». A partir de ese momento, se abrió una investigación pero nada cambió. Y no es la primera vez que los soldados de la ONU están en la mira en el país. En 2015, un grupo de cascos azules congoleños fueron expulsados por ofrecer latas de lentejas a cambio de sexo. «A estos soldados no les suponía nada entregar las latas de lentejas», se queja el obispo, pero ellos lo usaban como moneda de cambio. Y el negocio no terminaba ahí. Cuando la comida se terminaba, las latas vacías llegaban a un libanés que les daba 1.000 francos por cada una y con eso ganaban suficiente para poder comprar víveres.
Amenazado de muerte
Los casos de abuso representan solo una parte del durísimo día día de este cordobés que tuvo que volver a España temporalmente porque está amenazado de muerte. «Los anti-balaka me llaman traidor por proteger a los musulmanes. Uno me puso una ametralladora en la cabeza; recuerdo que tenía los ojos vidriosos por la droga. Yo estaba en mi coche y, lentamente, empecé a subir la música para que dejara de gritar y se calmara». «Juanjo» cuenta lo vivido con sorprendente templanza, incluso con comprensión aún cuando los ataques vienen de los propios musulmanes que cobija en la diócesis. «Están en un espacio pequeño y se sienten acorralados. Hay unos cien que se han radicalizado, nos han robado todo, han destruido instalaciones, también la estatua de la Virgen…Buscan un chivo expiatorio porque lo han perdido todo».
«Juanjo» no duda cuando se le pregunta si va a volver. «¿Cómo voy a dejar a la gente allí? Se van a morir. La Iglesia Católica es la última que apaga la luz. No podemos irnos». Este obispo que, por su fuerza y valentía parece «Superman», también flaquea. «No duermo bien, tengo mucho estrés. Cada vez que rezaba escuchaba de fondo bombas y ametralladoras. He tenido momentos de fragilidad psicológica y por eso he vuelto. Verbalizar ayuda a salir del shock».
El conflicto entre musulmanes y no musulmanes no termina aquí. Bangassou está siendo cercada por otras guerrillas al norte, este y oeste. Hace cinco meses llegó un grupo de musulmanes radicales armados, los «zandjawid». Precisamente en la madrugada del sábado atacaron a un grupo de monjas en Rafai, 150 kilómetros de Bangassou. Actualmente están en Zemio, a 300 kilómetros al este de Bangassou y donde Aguirre pretende ir en Semana Santa. «Sí, también me meteré en ese avispero. Hay dos curas allí con 2.000 alumnos y quiero darles ánimos. Si apoyamos a los profesores seguirán en pie las escuelas y, si estas funcionan, niños musulmanes y no musulamanes convivirán en las clases y los padres evitarán pelearse».
La ciudad de «Juanjo» está rodeada también por los seleka, otro grupo violento de tipo yihadista que llegó al país en 2013 apadrinado por el Chad y los países del Golfo. Están en el norte, en Nzako, a 200 kilómetros de Bangassou y en el oeste, en Pombolo, a 120. Después de un golpe de Estado se pusieron al frente del Gobierno pero fueron expulsados de la capital y ahora están en Bangassou, donde luchan contra los anti-balaka.
Esta guerra «de baja intensidad», como él la define, no es fruto de un conflicto religioso sino de intereses económicos. «Hay un fuerte interés por convertir una parte de República Centrofricana en un estado independiente musulmán. Así, Arabia Saudí conseguiría una frontera de 1.000 kilómetros que le permitiría llegar a El Congo, país apreciado por todos por su riqueza en coltán, manganeso o cobre».
Pese a todo, Aguirre confía en que la situación se revierta: «Si se pierde la esperanza hay que inventársela. Si un día se acabó el aparheid, esto también puede acabar». Para coger fuerzas, reza: «Hundo mis ojos en los ojos del Señor para coger fuerza y energía. Busco el silencio del cuerpo y la mente para dejar solo abiertos los ojos y el espíritu, y así hundir mis ojos en los ojos del Señor».
Josefina G. Stegmann / ABC
Imagen: Monseñor Aguirre haciendo de intermediario con los cascos azules
para evitar más muertes de musulmanes.
(Foto: Juan José Aguirre)