De “Yurimaguas” a “Pachacútec”, 50 años de misión
(ZENIT).- Tras la visita del papa Francisco al Perú representantes de los pueblos indígenas Shipibo-konibo, Asháninka, Machiguenga, Harakbut, se reunieron con laicos, misioneros, y religiosos de diversas órdenes en la ciudad de Lima para dar inicio al primer encuentro camino al Sínodo sobre la Amazonía, que se celebrará en 2019.
Y es que los obispos de la Amazonía deben llevar a Roma un documento de trabajo y debate para la realización del Sínodo 2019. Estos encuentros tienen como finalidad responder a la invitación de Francisco de “dejar que los pueblos originarios moldeen culturalmente a la Iglesia”.
En Perú por ejemplo la Amazonía siempre ha estado al centro de nuestro país. Los pasos del finado monseñor Miguel Irízar Campos sembraron también esperanza en la selva del Perú. Aquí una semblanza de su vida, a pocos días de cumplirse dos meses de su partida a la casa del padre.
Miguel Irizar Campos
“¡Ormaiztegui!, ¡Ormaiztegui, de rodillas!” era la única forma de mantenerlo quieto cuando niño, y es que como todo vasco buscaba siempre abrirse al mundo. Monseñor Miguel Irízar Campos, nació en otro mar, cerca del golfo de Vizcaya, en el pueblo de Ormaiztegui, país Vasco de España. Irízar dejó honda huella en el corazón de los nativos de la Amazonía peruana. Tras 50 años de entregada labor misional, a un mes de su partida a la casa del padre el 18 de agosto, los peruanos no olvidan cómo se enamoró de estas tierras.
Incansable misionero. Donde sus sandalias lo llevaban decía “primero fui charapa luego chalaco”. Inquieto servidor de los más necesitados, monseñor Miguel Irízar Campos cumplió 50 años de apasionada labor misional en el Perú en 2007. A los 84 años de edad dejó de existir el pasionista que aún vive en el corazón de las comunidades indígenas y el pueblo chalaco.
En 1972 el santo Papa Pablo VI lo nombró Obispo Misionero del Vicariato de Yurimaguas (provincia del Alto Marañon). Recibió la consagración episcopal el 25 de julio de ese mismo año. Desde los 17 años ingresó a la congregación pasionista. Su personalidad misionera se fue forjando al conocer de cerca las necesidades de las comunidades nativas.
Interesado en conocer la labor de sus hermanos pasionistas en el Alto Amazonas de la Selva peruana, Irízar aprendió a desplazarse en río recorriendo cada uno de los pueblos indígenas. Fue entonces cuando su horizonte en la misión creció. Durante 17 años recorrió distintos poblados en los ejes de los ríos Huallaga, Marañón, y Pastaza.
“Charapa” por vocación
“Juan Cruz de la Dolorosa”, es el nombre que eligió para abrazar la cruz de su misión a los 23 años. Se convirtió en “pastor de las personas”. Y es que se desvivía por llevar a sus hermanos a condiciones más humanas, así lo narró su primo el sacerdote Juan Cruz para la prensa peruana, “vivía inquieto por consolar a los que más sufren”. Estudió ciencias sociales en la universidad Gregoriana de Roma, por su afán de siempre servir a los demás.
Llegó al Perú desde el pueblo de Ormaiztegi del país Vasco en España en 1960. Desde entonces su habilidad con la música y su carisma apostólico lo hicieron conocido entre los fieles. Su ardor por evangelizar lo llevó a buscar nuevas formas para llevar siempre la “buena noticia”.
Nombrado nuevo superior de su congregación en el Perú se desvivía por facilitar a sus hermanos todo lo necesario para su misión. Convertido en un “charapa” más, el joven pasionista impulsó la creación de centros de rehabilitación, institutos superiores y centros de capacitación en la selva del Perú. Defendió a su pueblo incluso de la amenaza de las fuerzas subversivas y el narcotráfico de los años 80.
Obispo de corazón
Sin dejar de ser charapa se sentía también chalaco. En 1989 el santo Papa Juan Pablo II lo nombró obispo coadjutor del Callao, y caminó de la mano de monseñor Ricardo Durand por 6 años hasta que en 1995 se convirtió en el nuevo obispo del Primer Puerto.
Sus sandalias no dejaron nunca de asentarse en el arenal. La ciudadela de Pachacútec comenzó a emerger. Se edificó la Universidad Católica del Callao, fundó el monasterio Cisterciense y el primer monasterio de Carmelitas Descalzas, ambos en Ventanilla.
Su gran vocación de servicio conquistó el corazón de los chalacos. Irízar Campos tenía un solo objetivo: contribuir al desarrollo de una cultura más justa y solidaria en el Callao, que por esos años vivía convulsionado por la pobreza y la desigualdad.
Los jóvenes chalacos empezaban a escucharlo. El “Obispo sonriente” le decían y es que su sonrisa solo dibujaba la alegría de su corazón, pues siempre promovía el encuentro con Cristo.
Al servicio del bien común
Tras su sensible fallecimiento en la comunidad de Deusto, en Bilbao, al norte de España, donde residía desde el 2015, la Diócesis del Callao emitió un comunicado que da cuenta de su principal motivación “impulsar las vocaciones”. Ordenó a más de 100 sacerdotes incrementando el número de presbíteros en el Callao, incluso acogió a seminaristas de otras jurisdicciones eclesiásticas para su formación en el seminario diocesano Corazón de Cristo.
Con su lema episcopal, “Enviado a dar la buena noticia” para los chalacos fue siempre un pastor muy cercano y sobre todo fiel a su misión. El arenal de Pachacútec se convirtió en la principal fortaleza de promoción educativa con la que cuenta hasta hoy el pueblo chalaco. Desde entonces en el lugar se estableció un gran complejo educativo denominado Centro de estudios y desarrollo comunitario (CEDEC) hasta donde llegan miles de niños, y jóvenes, además de familias de escasos recursos para recibir una formación educativa integral.
A los 11 años el pasionista Irízar había descubierto su inquietud por servir a los demás entregando su vida, y así lo hizo.
Lucha anticorrupción
“El secreto de la ética pública es la transparencia” proclamaba Irízar cuando el país convulsionaba tras la presentación de los bochornosos “vladivideos” entre los años 2000 y 2001. “La educación para la honestidad, y la probidad es lo que necesitamos para no incurrir en actos de corrupción” declaró para la prensa peruana, cuando el presidente Valentín Paniagua lo invitó a presidir la comisión Iniciativa Nacional Anticorrupción.
Tras casi 20 años hoy podemos suscribir sus palabras “la persona que ingresa en la administración pública debería tener una formación ética, moral y conducta proba, pues entra a un escenario donde será tentado por el poder y el dinero”.
Durante su periodo de secretario general de la Conferencia Episcopal Peruana el país sufría el secuestro de 74 rehenes en la residencia del embajador del Japón. Irízar pedía la unión entre los peruanos para cerrar filas con el Gobierno y apoyar la lucha contra las fuerzas subversivas.
Fue miembro del Pontificio Consejo Cor Unum, Presidente de Caritas del Perú y responsable de la sección de movimientos eclesiales del departamento de Pastoral Social (DEPAS) hoy Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM).
El obispo que supo ganarse el corazón de los peruanos descubrió en el país su segunda patria y es por eso que sus huellas aun permanecen vivas en la vida de todos los peruanos.
Esther Núñez Balbín