Ciudad del Vaticano, (Vis).-»Mil millones de turistas, mil millones de oportunidades» es el título del Mensaje con motivo de la Jornada Mundial del Turismo 2015 (27 de septiembre) publicado por el Pontificio Consejo para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes. El mensaje, fechado el 24 de junio, está firmado por el cardenal Antonio Maria Vegliò y por el obispo Joseph Kalathiparambil, respectivamente presidente y secretario de ese dicasterio.
El documento, como su título ya indica, se centra en las oportunidades y desafíos que el incremento masivo del turismo representa para la sociedad contemporánea y recuerda que el concepto de turista está siendo sustituido cada vez más por el de viajero, es decir, la persona que no se limita a visitar un lugar, sino que, de alguna manera, se convierte en parte integrante del mismo. A la luz de la encíclica del Papa Francisco Laudato sí’, el Mensaje señala que el sector turístico, aprovechando las riquezas naturales y culturales, puede promover su conservación o, paradójicamente, su destrucción y por último invita a hacer del viaje »una experiencia existencial».
Sigue el texto íntegro.
»Fue en el 2012 cuando se superó la barrera simbólica de mil millones de llegadas turísticas internacionales. Y los números siguen creciendo, tanto que las previsiones estiman que en el 2030 se alcanzará el nuevo objetivo de dos mil millones. A estos datos se deben sumar las cifras aún más elevadas referidas al turismo local.
Para la Jornada Mundial del Turismo queremos centrarnos en las oportunidades y los desafíos planteados por estas estadísticas, y por ello hacemos nuestro el tema que propone la Organización Mundial del Turismo: »Mil millones de turistas, mil millones de oportunidades».
Dicho crecimiento plantea un desafío a todos los sectores implicados en este fenómeno global: turistas, empresas, gobiernos y comunidades locales. Y, ciertamente, también a la Iglesia. Los mil millones de turistas deben ser necesariamente considerados sobre todo como mil millones de oportunidades.
El presente mensaje se hace público a los pocos días de la presentación de la encíclica Laudato si’ del papa Francisco, dedicada al cuidado de la casa común. Es un texto que debemos tomar en gran consideración, ya que ofrece importantes directrices a seguir en nuestra atención al mundo del turismo.
Estamos en una fase de transformaciones, en la que cambia el modo de desplazarse y, en consecuencia, también la experiencia del viaje. Quien se traslada a un país distinto del suyo, lo hace con el deseo, consciente o inconsciente, de despertar la parte más recóndita de sí a través del encuentro, el compartir y el intercambio. El turista busca cada vez más un contacto directo con lo diverso en su singularidad.
Se ha debilitado el concepto clásico de »turista» al tiempo que se ha fortalecido el de »viajero», es decir, aquél que no se limita a visitar un lugar, sino que, de alguna manera, se convierte en parte integrante del mismo. Ha nacido el »ciudadano del mundo». Ya no ver sino pertenecer, no curiosear sino vivir, ya no analizar sino unirse. No sin respeto por lo que y a quien se encuentra.
En la última encíclica, el papa Francisco nos invita a acercarnos a la naturaleza con »apertura al estupor y a la maravilla», hablando »el lenguaje de la fraternidad y de la belleza en nuestra relación con el mundo» . Ese es el acercamiento correcto que hay que adoptar ante los lugares y los pueblos visitados. Este es el camino para aprovechar las mil millones de oportunidades y hacerlas fructificar aún más.
Las empresas del sector son las primeras que deben implicarse en la realización del bien común. La responsabilidad de las compañías es grande, también en el ámbito turístico, y para poder aprovechar las mil millones de oportunidades es necesario que sean conscientes de ello. Objetivo final no debe ser tanto el lucro cuanto la oferta al viajero de caminos transitables que le lleven a esa experiencia que está buscando. Y las empresas deben hacer esto desde el respeto a las personas y al ambiente. Es importante no perder la conciencia de los rostros. Los turistas no pueden reducirse a una simple estadística o a una fuente de ingresos. Es necesario poner en práctica formas de negocio turístico estudiadas con y para las personas, invirtiendo en los individuos y en la sostenibilidad a fin de también ofrecer oportunidades laborales desde el respeto a la casa común.
Al mismo tiempo, los gobiernos deben garantizar el cumplimiento de las leyes y crear otras nuevas adecuadas para la protección de la dignidad de la persona, de la comunidad y del territorio. Es esencial una actitud decidida. Incluso en el ámbito turístico, las autoridades civiles de los distintos países deben pensar en estrategias compartidas para crear redes socioeconómicas globalizadas en favor de las comunidades locales y de los viajeros, para así poder aprovechar positivamente las mil millones de oportunidades que ofrece la interacción.
En este contexto, también las comunidades locales están llamados a abrir sus confines a la acogida de quien llega de otros lugares movido por una sed de conocimiento. Una oportunidad única para el enriquecimiento recíproco y el crecimiento común. Ofrecer hospitalidad permite hacer fructificar las potencialidades ambientales, sociales y culturales, crear nuevos puestos de trabajo, desarrollar la propia identidad y valorizar el territorio. Mil millones de oportunidades para el progreso, especialmente para los países en vías de desarrollo. Incrementar el turismo y, en particular, en sus formas más responsables permite encaminarse hacia el futuro firmes en la propia especificidad, historia y cultura. Generar ingresos y promover el patrimonio específico permite despertar esa sensación de orgullo y autoestima útiles para reforzar la dignidad de las comunidades de acogida, que deben estar siempre atentas a no traicionar el territorio, las tradiciones y la identidad en favor de los turistas.Es en las comunidades locales que »se puede generar una mayor responsabilidad, un fuerte sentido comunitario, una especial capacidad de cuidado y una creatividad más generosa, un entrañable amor a la propia tierra, así como se piensa en lo que se deja a los hijos y a los nietos».
Mil millones de turistas, si son adecuadamente acogidos, pueden convertirse en una importante fuente de bienestar y de desarrollo sostenible para todo el planeta. La globalización del turismo también conduce al nacimiento de un sentido cívico individual y colectivo. Cada viajero, adoptando un criterio más adecuado para recorrer el mundo, se convierte en parte activa en la protección de la Tierra. El esfuerzo de cada individuo multiplicado por mil millones se convierte en una gran revolución.
En el viaje también se esconde un deseo de autenticidad que se expresa en la inmediatez de las relaciones, en el dejarse involucrar por las comunidades visitadas. Nace la necesidad de alejarse del mundo virtual, capaz de crear distancias y conocimientos impersonales, y de redescubrir la autenticidad del encuentro con el otro. Y la economía del compartir puede tejer una red a través de la cual se acrecientan una humanidad y una fraternidad capaces de generar un intercambio equitativo de bienes y servicios.
El turismo representa mil millones de oportunidades también para la misión evangelizadora de la Iglesia. »Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón». Es importante, en primer lugar, que acompañe a los católicos con propuestas litúrgicas y formativas. Debe también iluminar a quien, en la experiencia del viaje, abre su corazón y se interroga, realizando así un verdadero primer anuncio del Evangelio. Es indispensable que la Iglesia salga y se haga cercana a los viajeros para ofrecer una respuesta adecuada e personalizada a su búsqueda interior; abriendo el corazón al otro, la Iglesia hace posible un encuentro más auténtico con Dios. Con este fin se debería profundizar en la acogida por parte de las comunidades parroquiales y en la formación religiosa de personal turístico.
Tarea de la Iglesia es también educar a vivir el tiempo libre. El Santo Padre nos recuerda que »la espiritualidad cristiana incorpora el valor del descanso y de la fiesta. El ser humano tiende a reducir el descanso contemplativo al ámbito de lo infecundo o innecesario, olvidando que así se quita a la obra que se realiza lo más importante: su sentido. Estamos llamados a incluir en nuestro obrar una dimensión receptiva y gratuita, que es algo diferente de un mero no hacer» .
No deberemos olvidar la convocatoria realizada por el papa Francisco a celebrar el Año Santo de la Misericordia. Debemos preguntarnos sobre cómo la pastoral del turismo y de las peregrinaciones puede ser un ámbito para »experimentar el amor de Dios que consuela, que perdona y ofrece esperanza». Signo peculiar de este tiempo jubilar será sin duda la peregrinación.
Fiel a su misión, y partiendo de la convicción que »evangelizamos también cuando tratamos de afrontar los diversos desafíos que puedan presentarse»,4 la Iglesia colabora para hacer del turismo un medio para el desarrollo de los pueblos, especialmente de los más desfavorecidos, promoviendo proyectos simples pero eficaces. La Iglesia y las instituciones deben, sin embargo, estar siempre atentas para evitar que mil millones de oportunidades se transformen mil millones de riesgos, colaborando en la protección de la dignidad de la persona, de los derechos laborales, de la identidad cultural, del respeto del ambiente, etc.
Mil millones de oportunidades también para el ambiente. »Todo el universo material es un lenguaje del amor de Dios, de su desmesurado cariño hacia nosotros. El suelo, el agua, las montañas, todo es caricia de Dios» . Entre el turismo y el medio ambiente existe una estrecha interdependencia. El sector turístico, aprovechando las riquezas naturales y culturales, puede promover su conservación o, paradójicamente, su destrucción. En esta relación, la encíclica Laudato si’ aparece como una buena compañera de viaje.
Muchas veces fingimos no ver el problema. »Este comportamiento evasivo nos sirve para seguir con nuestros estilos de vida, de producción y de consumo». Actuando no como dueño sino como »administrador responsable», cada uno tiene sus propias obligaciones que se deben concretar en acciones precisas, que van desde una legislación específica y coordinada a simples gestos cotidianos, pasando por programas educativos apropiados y proyectos turísticos sostenibles y respetuosos. Todo tiene su importancia.6 Pero es necesario, y sin duda más importante, un cambio en los estilos de vida y en las actitudes. »La espiritualidad cristiana propone un crecimiento con sobriedad y una capacidad de gozar con poco».
El sector turístico también puede ser una oportunidad, es más, mil millones de oportunidades para construir caminos de paz. El encuentro, el intercambio y el compartir favorecen la armonía y la concordia.
Mil millones de ocasiones para transformar el viaje en una experiencia existencial. Mil millones de posibilidades para ser artífices de un mundo mejor, conscientes de la riqueza que se encuentra en la maleta de cada viajero. Mil millones de turistas, mil millones de oportunidades para convertirse en »los instrumentos del Padre Dios para que nuestro planeta sea lo que él soñó al crearlo y responda a su proyecto de paz, belleza y plenitud» .