María es un nombre ficticio, no puede dar el real por respeto a las víctimas y a la confidencialidad. Lleva años acompañando a mujeres adultas abusadas sexualmente en la Iglesia católica. En vísperas del 20 de noviembre, Día del Niño y día que la Conferencia Episcopal Española ha elegido siguiendo el llamamiento de Francisco para rezar por la protección de la infancia y las víctimas de abusos, hablamos de los avances y retos que aún quedan por abordar en España
¿Cuáles son los daños que provoca el abuso sexual en una mujer?
Sus niveles de autoestima son ínfimos. Se desprecian a sí mismas, les cuesta mucho mirarse en un espejo porque tienen miedo de encontrarse algo tan feo como lo que sienten que son. Es difícil que vayan tranquilas al ginecólogo, por ejemplo. La mayor parte sufre trastornos en la conducta alimentaria, alteraciones del sueño, miedo recurrente… y por supuesto, algo especialmente grave cuando se trata de abusos sexuales cometidos dentro de la Iglesia: el daño espiritual que queda, la imagen que tienen las víctimas de Dios o cómo se sienten condenadas por Él. Conozco mujeres que no comulgan o que han tardado años en volver a entrar en una iglesia. Hay mujeres que sienten que Dios las desprecia, porque alguien las ha cargado con un mal que ellas no han causado, pero que llevan encima. Tienen miedo a no ser creídas, a ser rechazadas y a confesar la verdad porque van a pensar que la culpa es suya, que fueron ellas las provocadoras.
¿Los abusos se suelen cometer hacia personas que viven su fe diariamente en la Iglesia?
Así es. Los abusos se producen porque las víctimas acuden a las parroquias, estudian en colegios católicos… su relación con el mundo eclesial no es ocasional. A veces parece que la víctima es abusada accidentalmente porque fue un día a la parroquia, pero no: se confiesa, tiene acompañante espiritual, forma parte de un grupo juvenil, pertenece a una congregación religiosa, estudia en un seminario.
Acompañas a mujeres abusadas de adultas. ¿El daño es igual que si el abuso se comete en la infancia?
Los daños que se generan en las víctimas tienen efectos similares, independientemente de su edad. Cuando son abusadas siendo menores tardan bastantes años en contar lo sucedido, y cuando lo hacen ya son mujeres adultas. Esas experiencias son prácticamente idénticas a las relatadas por mujeres abusadas siendo mayores de edad. Hay una expresión recurrente –y no hay diferencia entre la persona abusada a los 5 años o a los 38–: describen el sentimiento de verse a sí mismas como mujeres prostituidas. El sentimiento de culpa también es compartido. He escuchado a mujeres abusadas con 4 años, con 15, o con 38, decir: «No tengo derecho a contarlo, a señalarle, porque yo lo provoqué». Esto es porque los abusadores son inteligentes y tienen una facilidad enorme para desconectarse de sus actos, para transferir la responsabilidad de sus acciones a las víctimas.
¿Cómo valoras este día de oración instaurado por la Conferencia Episcopal en España?
La CEE se suma a una petición hecha por el Papa y ha decidido que sea el Día del Niño porque entiende que la mayor parte de las víctimas son menores. Si rezamos por las víctimas de abusos es porque las hay, estamos reconociendo este drama, todo el sufrimiento de las víctimas, y lo hacemos públicamente porque nos comprometemos con la verdad. Sin duda ayuda a tomar conciencia.
¿Qué supone para estas mujeres adultas que la atención se focalice en los menores?
Es una de las claves que explica que la mayor parte no se atreva a realizar una denuncia pública. La vergüenza pesa mucho, pero también saberse mujer adulta –hablo de mujeres porque es con quienes tengo experiencia, pero me consta que hay hombres– y por lo tanto intuir, dado el ambiente generalizado, que van a dudar de su testimonio o van a ser juzgadas. Hay ocasiones en que una mujer adulta que ha sido abusada es sospechosa de haber consentido ese abuso.
¿Cómo se podrían mejorar los protocolos de actuación?
No podemos ignorar que los abusos sexuales en la Iglesia se producen, y no podemos ignorar que hay víctimas.
La Iglesia debe crear marcos de actuación favorables para que se sientan amparadas en su proceso de denuncia. Están solas, aisladas y normalmente denuncian solo cuando en su entorno inmediato hay personas que, por su sensibilidad o por su compromiso eclesial o social, están dispuestas a ayudarlas o conocen a terceros que estamos comprometidos en este asunto. Hay muchas personas capacitadas, leales, libres e independientes dispuestas a cuidar a las víctimas y a trabajar en la reparación del daño y la restauración de la justicia y la comunión.
Comprometidos, pero de manera individual. ¿Haría falta un organismo en España que se encargue a nivel institucional?
Las conferencias episcopales de países como Irlanda, Austria, Canadá o EE. UU. han intervenido porque se han producido demandas comunitarias. En algunos casos ha habido intervenciones directas de la Santa Sede, como en el caso irlandés o el estadounidense. También ha habido procesos internos de asunción de la gravedad del problema. El cardenal de Viena vivió un proceso personal en el que, según ha confesado, tomó conciencia de la gravedad del asunto. El cardenal Nichols en Gran Bretaña también reconoció públicamente que su contacto con víctimas de trata le ayudó a descubrir de la gravedad del problema de abusos en la Iglesia. Hay situaciones distintas que han forzado esa solución.
¿Evitar los abusos es una cuestión también de formación?
Sí, tiene que ver también con la formación, este es un gran tema del pontificado. Cuando no hay mujeres en los espacios clericales, ¿por qué es? ¿Hay menos mujeres capacitadas dentro de la Iglesia para tomar decisiones o desarrollar tareas formativas en facultades de Teología o seminarios, o lo que hay de fondo es una desconfianza? Si hay desconfianza, ¿qué mirada genera en aquellos que están siendo educados sin la presencia de mujeres? Todo esto debe estudiarse. No son datos ni interpretaciones malévolas: todo el magisterio de Francisco insiste mucho en el lugar de la mujer en la Iglesia. Pero esto debe ser abordado por una Iglesia adulta, sin miedos.
Hay víctimas que reconocen que no pueden concluir su proceso de sanación si nadie les pide perdón.
De hecho, las víctimas lo único que reclaman es que alguien las pida perdón. Ahí va implícito el reconocimiento de que no son ellas las culpables y sirve para volver a vincularse con la Iglesia sin miedos, sin frustraciones, sin culpas.
Cristina Sánchez Aguilar @csanchezaguilar
(Foto: Pixabay)
En marcha la primera investigación universitaria sobre abusos en la Iglesia
Es la primera vez que en España «se va a realizar un estudio interdisciplinar sobre abusos sexuales en instituciones religiosas, y además lo haremos desde el rigor absoluto, porque sabemos que es un tema cargado de ideología pero creemos que se puede hacer un debate sereno, con datos contrastados, sobre esta materia. El objetivo es, sobre todo, poder ayudar a las víctimas, pero primero hay que entenderlas». Gemma Varona, experta en victimología en la Universidad del País Vasco, es una de las cabezas visibles de este nuevo estudio en tres partes, puesto en marcha conjuntamente con la Universidad Oberta de Cataluña y la Universidad de Barcelona. «Vamos a centrarnos en la justicia restaurativa de las víctimas, de la mano de Josep María Tamarit, experto en derecho penal; en la victimología del desarrollo de la mano de Noemí Pereda, una de las grandes conocedoras en España de los efectos psicológicos de los abusos, y la tercera parte es la mía, la investigación sobre los contextos institucionales».
El objetivo de Varona es analizar «qué ocurre en las instituciones cuando se denuncia un abuso sexual». Hasta ahora «se tiende a minimizar o esconder. Y hablo en general, desde instituciones universitarias, por ejemplo, a casos como los de Hollywood y el cine español, que se han silenciado durante años». El patrón, reconoce Varona, «va cambiando y las instituciones van haciéndose más transparentes, pero sigue habiendo muchos miedos. Este proyecto tiene el enfoque de proponer a las instituciones –eclesiales en este caso– que se “hagan cargo”, porque esto reporta muchos beneficios».
El ámbito elegido es el de la Iglesia porque «llevamos muchos años estudiando los abusos y nos hemos dado cuenta de que, en estos casos, hay un daño añadido a las víctimas por la tradición espiritual», explica la victimóloga.
El estudio, de gran complejidad, también cuenta con expertos de la Iglesia, del derecho canónico, «porque necesitamos contar con las instituciones eclesiales para trabajar». Para Varona, el ideal sería poner en marcha un centro de atención a víctimas de la mano de profesionales que trabajen de forma directa en el acompañamiento y la reparación. «También es necesario escuchar a los victimarios, sobre todo si están en proceso de reinserción, para poder prevenir y trabajar con ellos».