La mayoría de los indígenas han sido en algún momento colonizados, lo que ha acarreado con frecuencia algún tipo de esclavitud.
En los últimos tres años, Manos Unidas ha aprobado 133 proyectos destinados a las poblaciones indígenas, por un importe de 10,3 millones de euros.
La discriminación afecta a todos los ámbitos de la vida de las mujeres indígenas y recrudece las desigualdades. Participan menos en la vida social y en la toma de decisiones de sus comunidades; condicionadas, sobre todo, por el analfabetismo y los bajos niveles de educación.
Con motivo del Día Internacional de los Pueblos Indígenas, Manos Unidas denuncia la situación de explotación y vulnerabilidad a la que se enfrentan estas personas y, especialmente, las mujeres, víctimas de una triple discriminación: por ser mujeres, por ser pobres y por ser indígenas.
Las poblaciones indígenas están conformadas por alrededor de 400 millones de personas. El 5 por ciento de la población mundial, que se distribuye en unos 5,000 grupos humanos de 70 países. Según la FAO, el 15 por ciento de las personas pobres del mundo son indígenas.
Para Waldo Fernández, del departamento de estudios de Manos Unidas, “ser indígena es, con frecuencia, sinónimo de explotación y discriminación, y de pobreza y violencia”. “Esto deriva de que la mayoría de los indígenas han sido en algún momento colonizados, lo que ha acarreado con frecuencia algún tipo de esclavitud”, explica. “Los indígenas siguen sufriendo, a día de hoy, una fuerte discriminación que acarrea grandes repercusiones sociales, laborales, económicas y políticas en su día a día. Además, suelen estar excluidos de la toma de decisiones y de las instancias políticas; tienen un acceso limitado a la justicia y sus derechos suelen ser impunemente violados”, asegura Fernández.
En una época en la que el mundo se deteriora a pasos agigantados y parece haber despertado la conciencia ecológica y la necesidad del cuidado del planeta, deberíamos “volver los ojos a las poblaciones indígenas”, aconseja Fernández. Porque, “para los indígenas la tierra no solo es un bien económico, sino que constituye el espacio físico y psicosocial donde vivieron sus ancestros, donde se establecen sus relaciones y su organización social, y donde interactúan para sostener su identidad y sus valores”.
Las prácticas agropecuarias y forestales de los pueblos indígenas protegen una parte importante de la diversidad biológica mundial. “En sus territorios conservan casi el 80 por ciento de la biodiversidad del planeta, aunque son propietarios sólo del 11 por ciento de esas tierras. La cultura occidental, obsesionada con poseer, dominar y lucrar, debería aprender algo de la sabiduría de los indígenas para reequilibrar nuestra relación con la naturaleza y con el cosmos”, explica Waldo Fernández.
Las mujeres, las más discriminadas
Y este trabajo de cuidado de la tierra recae fundamentalmente en las mujeres. “Ellas son las que mejor conocen y custodian las tradiciones y los recursos naturales de sus comunidades, sobre todo las semillas y son las que más aportan a la conservación de la biodiversidad planetaria”, explica María José Hernando, del departamento de Estudios de Manos Unidas.
Además, como en otros grupos y sociedades, las mujeres indígenas son las que producen los alimentos para ellas y sus familias. “Por eso, cuando el alimento escasea, ellas tienen la responsabilidad de ir a buscarlo, con los peligros que eso entraña en entornos poco seguros, violentos y desconocidos”, asegura Hernando, para añadir que “en los lugares en los que las poblaciones indígenas tienen que emigrar, son las mujeres las más expuestas a los riesgos, a la violencia y a la explotación”.
La discriminación afecta a todos los ámbitos de la vida de las mujeres indígenas y recrudece las desigualdades. “En comparación con los hombres, participan menos en la vida social y en la toma de decisiones de sus comunidades, condicionadas, sobre todo, por el analfabetismo y los bajos niveles de educación; conocen menos sus derechos y son menos capaces de defenderlos, aunque se muestran firmes en movilizarse cuando tienen que huir de la violencia, de los desastres ambientales o de la expulsión de sus tierras”, explica Hernando.
“Las mujeres indígenas se enfrentan a una triple discriminación: son pobres, son indígenas y son mujeres. Esto suele suponer que, a la situación general de su grupo social, se añaden prácticas culturales nocivas, como los abusos sexuales o la violencia”, manifiesta María José Hernando.
Manos Unidas y las poblaciones indígenas
La mayor parte de los proyectos relacionados con poblaciones indígenas apoyados por Manos Unidas tienen relación con el derecho y la protección del territorio; la salvaguarda de sus recursos naturales, hábitat y medio ambiente; la seguridad y soberanía alimentaria y el derecho a la alimentación; el respeto y protección de sus valores, creencias, tradiciones y modelos de producción sostenibles; su derecho a la salud y a la educación.
En los últimos tres años, Manos Unidas ha aprobado 133 proyectos destinados a las poblaciones indígenas, por un importe de 10,3 millones de euros.
En Colombia: mujer, indígena y gobernadora
Al borde de la carretera que une Quibdó (la capital de esta extensa región colombiana) con la ciudad de Medellín, se asienta la Comunidad del 20. Las casi 300 personas, miembros de una veintena de familias de la etnia indígena emberá, que conforman la comunidad, han sufrido –y continúan sufriendo- las consecuencias de un conflicto armado que, en la región del Chocó, tuvo una especial virulencia.
Durante años, se vieron obligados a establecerse en la ciudad en busca de una seguridad y una estabilidad que la intensidad del conflicto les negaba. Alejados de la “madre tierra” y de sus raíces, los indígenas regresaron poco a poco a la tierra que les vio nacer.
“En la Comunidad había muchas guerrillas y combates. Tuvimos que desplazarnos a otras zonas en las que no había nada. Y tuvimos que volver a movernos a otros lugares. Nos acusaron de ser guerrilleros y cómplices de los guerrilleros, pero nosotros somos indígenas. Solo somos personas. Nada más”, explica Maribel Velásquez, gobernadora de la comunidad.
“Los terrenos en los que estamos ahora nos los vendió una señora. Antes vivíamos allí, pero hubo un derrumbe”, revela la joven gobernadora, refiriéndose a un lugar cercano en el que se pueden apreciar las consecuencias del deslizamiento de tierras que sepultó las viviendas y las vidas de los vecinos de la Comunidad del 20.
“Nuestro líder, el gobernador de la comunidad, murió en el derrumbe. Y ahora la gobernadora soy yo”, afirma Velásquez, quien, a sus 28 años, asegura haber contado con el apoyo de los miembros de su comunidad: “de los hombres y, sobre todo, de las mujeres”.
“Y quiero subir más arriba. Me apoyan muchísimo la comunidad y las mujeres. Quiero aprender. Ser algo en la vida. Quiero ser un ejemplo más para las mujeres de la comunidad”, asegura la joven indígena emberá.
“Me encanta ser gobernadora. Me encanta ser así. Y mi marido me apoya en todo. Los hombres en esta comunidad dan oportunidades a las mujeres. Nosotras no podemos ser débiles. Yo les digo, vamos a seguir para adelante, muchachas”, afirma enérgica, para después explicar, con orgullo, que “las muchachas (de la comunidad) ya han estudiado y están capacitadas como los hombres”.
La relación de Manos Unidas con las poblaciones afrocolombianas e indígenas del Chocó data de muchos años atrás. El trabajo con la diócesis de Quibdó se ha centrado, fundamentalmente, en dotar a estas personas de los medios de vida que les permitan retornar y establecerse en unas comunidades de las que fueron expulsadas por el conflicto o por los intereses económicos de grandes compañías mineras o extractivistas. En el caso de las comunidades indígenas, ha sido, y es, fundamental garantizar el acceso a derechos tan básicos como la educación o la salud.