Mariia y sus hijas pronto se reunirán con su marido en Ternópil, para «seguir con nuestra vida». Pero Cáritas Madrid señala que algunos retornos se deben a problemas con la acogida.
23 de junio 2022.- Mariia y sus hijas, Anna, de 15 años, y Tetiana, de 12, están haciendo las maletas. Este domingo volverán a Ucrania. Llegaron el 2 de abril después de tres días de viaje en autobuses de línea desde Ternópil, su ciudad. Aunque está al oeste del país, «vimos cómo se portaban los soldados rusos y tuvimos miedo» de que llegaran a esa zona. Vinieron a Parla, al sur de Madrid, donde viven sus suegros. Su marido tuvo que quedarse, como otros tantos, por si lo llamaban a filas. De momento no ha ocurrido, y se dedica a trabajar y a atender a desplazados.
La familia estaba acostumbrada a un ritmo de vida muy activo: el trabajo (Mariia como traductora de inglés), voluntariado en su parroquia, vida social, y para las niñas el colegio, clases de música y el proyecto de ingresar el curso que viene en la escuela de artes escénicas… «Aquí estás en una situación de incertidumbre, en un país ajeno y con un idioma desconocido». Su única vía de escape ha sido la comunidad ucraniana de la parroquia de Santa Teresa de Jesús, en Getafe. Mariia colabora preparando ayuda para los refugiados aquí y la comida y otros productos que siguen enviando casa semana. Las niñas están en el coro.
En su entorno, son de los últimos refugiados que quedan. «La mayor parte se han ido ya», algunos en abril. «Sobre todo los que tienen niños en edad escolar». El padre Andriy Stefanyshyn, capellán grecocatólico ucraniano de Getafe, explica que «España es un buen país, pero el suyo es Ucrania y para ellos siempre será mejor. Allí tienen su casa, su vida, y en los pueblos, su tierra» en la que pueden cultivar. Optan más por quedarse los que tienen niños pequeños.
En Cáritas Diocesana de Madrid han visto cómo los retornos se han acelerado en las últimas semanas. No siempre de forma tan voluntaria. Junto a peticiones de dinero para el billete, reciben solicitudes de alojamiento de ucranianos que vivían de manera informal con particulares que ahora «les han invitado a buscar otra solución», relata Mar Crespo, responsable del proyecto de Ucrania.
Fuera del sistema de acogida
Por un lado, están el gasto extra de tener a varias personas más en casa y las dificultades de la convivencia con gente de una cultura diferente que no habla el idioma. Por otro, dicen que «viene familia de fuera en verano», o «no me los puedo llevar de vacaciones ni dejarlos en casa». Crespo se muestra comprensiva. «La solidaridad ha estado ahí, y chapó, pero no medimos el tiempo que podía durar». Diferente es el caso de la acogida organizada por la Fundación “la Caixa” por encargo del Gobierno, donde se deja claro que el ofrecimiento es por un mínimo de seis meses.
En cifras
18 % de los ucranianos acogidos por CEAR han salido de los recursos,
tal vez para volver.
125 mil ucranianos han llegado a España desde que empezó la guerra.
9.000 solicitudes de protección internacional al mes en 2022.
En algunos casos, el problema se ha solucionado al ofrecer Cáritas una ayuda para que los refugiados contribuyan a los gastos. Lo mismo podría ocurrir cuando llegue la prestación que el Gobierno anunció el lunes. Si no es posible, Cáritas busca alojamiento a quien se lo pide entre las plazas que han ofrecido congregaciones religiosas, pero no son suficientes. Es frecuente que tampoco puedan acceder a alojamientos públicos. Si dejaron una plaza de emergencia para irse con un particular, «renunciaron al sistema de acogida» institucional.
Además los ahorros que trajeron se acaban, y «desde Ucrania les dicen que tienen que volver o perderán su trabajo». En España les resulta difícil encontrarlo, aunque quieran, sin hablar español. «Al principio muchas personas nos llamaban para contratarlos, pero ya no», apunta Crespo. «Y en la desesperación te dicen: “Me vuelvo”». Sobre todo los que viven en regiones estables. Pero Crespo ha conocido incluso a algunas de «zonas calientes» que tomaban esta decisión. Quizá no vuelvan a una casa que ya no existe, pero pueden tener parientes cerca. «El otro día una mujer lloraba y lloraba. Yo le pregunté: “pero, ¿qué te queda allí?”. “¿Y qué tengo aquí?”, respondía».
«Solo puedo dar gracias»
A pesar de todo, el padre Stefanyshyn, asegura que «de la acogida en España solo puedo decir palabras buenas y dar gracias porque todo ha funcionado muy bien». Crespo coincide en que «ha sido un privilegio que en 24 horas pudieran tener NIE y permiso de trabajo». De hecho, el sacerdote conoce también gente que vino para quedarse y ya ha conseguido un trabajo y está buscando su propio alojamiento. Aplaude además el apoyo de los niños y los profesores en los colegios. «No conozco a nadie que haya pedido ayuda y no la haya tenido, aunque haya esperado un poco».
En Cáritas Diocesana de Madrid apuntan que han detectado lagunas, como la falta de ayuda para el transporte o los obstáculos para acceder a cursos de español. Es el caso de Mariia: «Nos apuntamos a uno y nunca nos llamaron». No insistieron porque iban a irse. Ahora confían en poder «ayudar a nuestro país y seguir con nuestra vida».
Medidas para quedarse
Tras la rápida respuesta de la Administración al drama de los refugiados procedentes de Ucrania, la sociedad civil sigue insistiendo en que los recursos creados para esta crisis se integren dentro del sistema de protección internacional y asilo española para beneficiar al resto. Así lo puso de manifiesto Estrella Galán, directora general de CEAR, durante la presentación del informe anual de la entidad el pasado jueves en el Congreso de los Diputados. «Hacemos un llamamiento para que en el sistema de protección se haga el esfuerzo necesario para ajustarse al volumen». En concreto, citó los CREADE.
Por su parte, Entreculturas se congratuló, con motivo de la presentación de su campaña Escuela refugio, de la rápida escolarización de los niños ucranianos y pide programas de educación en emergencias.
MARÍA MARTÍNEZ LÓPEZ
Alfa y Omega
Imagen: Mariia, Tetiana y Anna, delante de la parroquia de Santa Teresa de Jesús,
de Getafe; su segunda casa en Madrid.
(Foto: Ximo Fernández).