Maurizio y Basilio hacen fila para ser curados en el centro de atención primaria Madre de la Misericordia, situado bajo la columnata de Bernini, en el Vaticano. Gracias a los más de 40 médicos voluntarios que llevan un año en este hospital instaurado por Francisco, Maurizio ya puede caminar. Este domingo, la Iglesia vuelve a mirar a los descartados en la Jornada Mundial de los Pobres y el Papa denuncia el «ensañamiento» que la sociedad ejerce contra ellos cuando construye una «arquitectura hostil» para deshacerse de su presencia.
Maurizio anda a trompicones. Desde lejos se nota que arrastra con dificultad la pierna izquierda. Hasta hace poco más de dos meses no tenía zapatos de su talla. El contacto de la piel desnuda con el asfalto, día y noche, le provocó una llaga profunda que fue infectándose hasta que le impidió caminar. «Ahora estoy mucho mejor. Ya puedo apoyarlo y no me duele tanto», explica mostrando el pie encallado. Luce con orgullo los zapatos seminuevos que le regalaron después de curarle por primera vez en el centro de atención primaria Madre la Misericordia, situado bajo la columnata de Bernini que abraza la basílica del Vaticano. Es un tipo con suerte. El antibiótico ha hecho efecto y solo tiene que venir a curarse dos veces a la semana. Es moldavo y trabajó durante años pavimentando suelos con mayólicas. Pero la empresa cerró «por la maldita crisis» y desde entonces no ha remontado. «Sale algún trabajillo muy esporádico, pero con lo que gano, solo puedo pagar una habitación para el invierno», detalla. Duerme en los soportales situados al final de la via de la Conciliazione, a dos pasos de la sala de prensa del Vaticano. «Es una escuela de vida muy dura» que no desea a nadie. Le acompaña su amigo Basilio, que proviene de Rumanía, y presume de que antes de la Segunda Guerra Mundial eran compatriotas. «Desde aquí podemos ver las dos clases que hay en el mundo. Los ricos hacen fila para ver la capilla Sixtina y nosotros hacemos fila para poder ser curados. Este Papa prefiere a los segundos», dice, mientras señala un enjambre de turistas al otro lado de los controles policiales en los accesos a la plaza de San Pedro. Basilio es ortodoxo, pero habla con devoción de Francisco: «Me gustaría poder saludarlo durante la audiencia de los miércoles y darle las gracias por todo lo que hace por nosotros».
Ellos son solo una parte de las más de 120 personas que cada semana son atendidas en este ambulatorio instalado en las antiguas oficinas de correos del Vaticano desde finales de 2018. Fue el regalo de Navidad del Papa a las personas que deambulan por Roma sin un techo bajo el que guarecerse. En su mensaje para la III Jornada Mundial de los Pobres que la Iglesia celebra el domingo no dudó en denunciar «el ensañamiento» que la sociedad ejerce contra ellos cuando construye una «arquitectura hostil» para deshacerse de su presencia.
Con 40 médicos voluntarios
Este centro de atención primaria, que representa todo lo contrario, cumple un año el mes que viene. «Somos 40 médicos. Todos voluntarios. Abrimos los lunes, jueves y sábados. Ponemos al servicio de los más pobres entre los pobres nuestro oficio», señala la doctora Lucía Ercoli, responsable de las acciones sanitarias en la calle, impulsadas por la Limosnería Apostólica de la Santa Sede.
No hay un perfil único. La mayor parte de los pacientes tienen entre 18 y 50 años; viven en la calle, en los márgenes de la sociedad, sin acceso al sistema de salud pública porque son indocumentados o porque no pueden costearse el copago. «Aquí no se les pregunta de dónde vienen ni se les pide ningún papel. Y, por supuesto, es todo gratuito. Esta es la caridad del Papa», subraya Ercoli. «Todas las barreras son derribadas para favorecer a estas personas que ya viven situaciones de extrema gravedad en su día a día», añade.
En los últimos meses el centro se ha dotado, además de las tres salas de consulta ordinaria, con un reparto de ginecología para embarazadas y de una maquinaria específica para el diagnóstico de tumores. «El Papa quiere que estamos a la vanguardia –destaca–. Hasta ahora hemos atendido a más de 100 mujeres que no se habían hecho una citología en los últimos diez años. Con esta prueba hemos podido detectar patologías tumorales avanzadas y les hemos puesto remedio». También tienen a disposición un almacén farmacéutico sufragado en su totalidad por la Limosnería Apostólica.
Tres veces al mes, alguno de los médicos voluntarios se traslada hasta las periferias de Roma en una furgoneta totalmente equipada para salir al encuentro de los que nunca transitan por las calles del centro. «Esta es la Iglesia en salida. Vamos a buscar a estas personas que de lo contrario nunca vendrían hasta la plaza de San Pedro, y les decimos que si tienen algún problema de salud pueden venir a curarse», explica Chiara Cedola, médico de la Universidad de Tor Vergata de Roma, especializada en la atención de casos clínicos de indigentes. «La terapia que recetamos debe adecuarse no solo a la historia del paciente, que muchas veces desconocemos, sino que, sobre todo, debe prestar atención a las posibilidades reales de ser puesta en práctica. Para estas personas es imposible una terapia con fármacos que deben estar conservados en el frigorífico como la insulina. O el uso de aerosoles, ya que no tienen un lugar en el que físicamente enchufar la máquina», resalta.
La ausencia de ambulatorios de este tipo en Roma hace esencial su trabajo. La mayor parte de las personas sin hogar acuden a tratarse a urgencias, pero «solo se interviene en la fase aguda de la enfermedad». Para Cedola es precisamente el seguimiento lo que da sentido a su existencia: «Muchos de los pacientes que tratamos son crónicos y necesitan curas para toda la vida. Nosotros les acompañamos hasta el final».
Más que pacientes
Son médicos, pero también dedican tiempo a reparar sus almas rotas por la dureza de una vida de privaciones: «Las personas que frecuentan el ambulatorio son para nosotros más que pacientes. Nos cuentan su vida, sus preocupaciones, sus dificultades… El control mensual o semanal no es solo un control de salud, sino que también es una charla en la que nos confían cómo prosigue su situación. Si han encontrado un hotel o una casa donde dormir, si han comido en las últimas 24 horas, cómo se sienten…».
El ambulatorio está justo al lado de las duchas que el Papa mandó construir en 2014 en los aseos usados habitualmente por turistas. «Yo vengo los martes, jueves y sábados porque también nos dan una muda limpia», dice Gerardo, que lleva un mes en la calle, aunque no es la primera vez que se enfrenta a esta situación. Para las personas que viven a la intemperie estos lavabos, que tienen agua caliente, dispensador de jabón y secador de manos, son la única oportunidad de sacarse de encima el mal olor. Michele Savito es uno de los barberos que cada día antes de ir a trabajar dedica unas horas a asear a estas personas. «Necesitan estar limpios, también para prevenir enfermedades. Este es un servicio al que los pobres no tienen fácil acceso», especifica. A su lado, Gianna Bonducci pasa lista. Llama por su nombre a los más de 20 indigentes que esperan su turno para acceder a las duchas. «Para ellos es fundamental el aseo diario. Son personas que, en el mejor de los casos, duermen en colchones descartados por otros, orinados por perros o gatos callejeros. Muchos les tratan como si fuera culpa suya pasar frío o ir con el pelo sucio. A mí me gusta pensar que aquí les devolvemos algo de dignidad», dice esta voluntaria de UNITALSI, una asociación católica italiana.
Detrás de todo, don Corrado
Detrás de la coordinación de las obras de caridad del Papa, que además de las duchas y ambulatorio, también puso a disposición de los que viven a la intemperie un punto de distribución de productos de primera necesidad y una lavandería, está el cardenal polaco Konrad Krajewski. No suele prodigarse en actos sociales, pero no es difícil verlo conduciendo una furgoneta para distribuir comida, mantas y otros bienes de primera necesidad a los que duermen a la intemperie. Los sin techo lo llaman cariñosamente don Corrado.
En mayo de este año saltó a las portadas de todos los periódicos porque se metió en una sucia alcantarilla para acceder al subterráneo de un edificio público del centro de Roma donde viven unos 500 okupas, 100 de ellos niños, y activó el contador de la luz. Llevaban seis días en la total oscuridad por una deuda de 300.000 euros y para que no cortaran la electricidad de nuevo se comprometió a pagarla él mismo a partir de entonces. «No quiero que mi gesto se convierta en algo político. Yo soy el limosnero del Papa y me ocupo de los pobres, de las familias, de los niños. De momento ya tienen por fin luz y agua. Ahora todo depende del Ayuntamiento», declaró en una entrevista con el Corriere della Sera, sin querer entrar en polémicas.
Su gestión al frente de la Limosnería, que se nutre del Óbolo de San Pedro y de la venta de bendiciones apostólicas, es impecable y silenciosa. En los últimos cinco años se ha llevado a los pobres de Roma a visitar los Museos Vaticanos, al circo o a la playa. Les ha repartido paraguas, tarjetas telefónicas para que puedan llamar a sus casas, y hasta les ha invitado a almorzar al lado de otro comensal muy especial: el propio Pontífice. Su departamento es la única institución vaticana que no ha recibido la orden de apretarse el cinturón.
Victoria Isabel Cardiel C.
Ciudad del Vaticano
Foto: Victoria Isabel Cardiel C.