En el encuentro de la comunidad católica local con el Papa, en la catedral de Notre Dame, tres testimonios ofrecieron la imagen de una Iglesia en sintonía con el camino sinodal, capaz de integrar a los extranjeros, ayudar a los más pobres y atender a las necesidades de la casa común.
Ciudad del Vaticano, 26 de septiembre 2024.- Una Iglesia que se construye, una obra abierta donde las piedras son corazones que juntas levantan una catedral hacia el cielo. La letra de una canción de la JMJ de Lisboa recoge en una imagen incisiva la experiencia de los católicos luxemburgueses, la de una casa donde hay lugar para «todos», incluso en un pequeño país de 660.000 habitantes, de los cuales la mitad son inmigrantes. Citando la canción entre las interpretadas durante la última Jornada Mundial de la Juventud el año pasado, un joven, Diogo Gomes Costa, abrió la serie de tres testimonios ofrecidos al Papa durante el encuentro con la comunidad católica en la catedral de Notre Dame.
JMJ, fiesta de la fraternidad
Desde Lisboa, dijo el joven, «trajimos dentro de nosotros pilas llenas del amor y de la alegría de Dios». La amistad nacida con un grupo de coetáneos portugueses, afirmó, se consolidó en un evento «posterior a la JMJ», cuando los jóvenes portugueses estuvieron invitados en Luxemburgo durante cuatro días. Una celebración de la fraternidad, exclamó Diogo, que «nos hizo repetir la palabra ‘¡Todos!'» y que «en la Iglesia hay lugar para todos». Construirlo mirando hacia el mañana significa – concluyó – cuidar también de los demás», junto con «la creación de Dios, nuestra casa común, con todas sus criaturas y todos los elementos naturales».
Viniendo del mundo
Sor Maria Perpétua Coelho Dos Santos, en representación de las comunidades lingüísticas de Luxemburgo, ofreció un panorama numérico de la demografía del Gran Ducado, donde «cada día vienen a trabajar unos 214.000 trabajadores transfronterizos», además de alrededor de la mitad de los residentes que tienen una nacionalidad diferente. Incluso la Iglesia, afirmó la religiosa, refleja este mosaico, con personas que no sólo hablan las lenguas europeas más difundidas, sino que también incluyen el caboverdiano y el vietnamita, el filipino y muchos acentos orientales del Viejo Continente. Si es cierto que nuestra diversidad es un desafío cotidiano, la vivimos sobre todo como una riqueza, concluyó sor Dos Santos, haciéndose eco de la inclusividad del «Todos, todos, todos» lanzado por Francisco en la JMJ portuguesa.
La fe, una llama que se reaviva
La Vicepresidenta del Consejo Pastoral Diocesano, Christine Bußhardt, habló de la realidad de la Iglesia de Luxemburgo, el 40% de la población total. Pronunció palabras de gran aprecio por el camino sinodal, que dentro de unos días tendrá su segunda Asamblea general en Roma. Este camino, afirmó Bußhardt, «ofrece una oportunidad histórica para una renovación muy necesaria», estimulando una mayor atención hacia los ancianos, los enfermos, los refugiados y las personas sin hogar. El impulso de solidaridad, prosiguió, se expresa en particular gracias «al compromiso de profesionales cualificados y de voluntarios» con los que «en los últimos diez años se han construido cientos de casas que se han puesto a disposición de las personas necesitadas, con la ayuda de la interlocutores sociales y Cáritas Luxemburgo». Una labor, realizada también a nivel pastoral, en la que «en muchos lugares la llama de la fe, de la esperanza y del amor ha vuelto a encenderse en el corazón de las personas».
ALESSANDRO DE CAROLIS