Nadie puede minimizar la gravedad de los abusos, pero hay quien ha encontrado la excusa ideal para acabar con la Iglesia.
Hermoso Encuentro Mundial de las Familias en Dublín, pero duro. En el aeropuerto, ya de regreso, me lo cuenta un cura español: «Son dos extremos –explica–: hay gente que te besa las manos, lo que ya no se hace ni en España, y otros que te escupen al paso». Irlanda está partida en dos.
Nadie puede minimizar la gravedad de los abusos, pero hay quien ha encontrado la excusa ideal para acabar con la Iglesia. Los instrumentos son los medios de comunicación y un Gobierno liberal descaradamente anticlerical. Paradójicamente, el primer ministro, Leo Varadkar, es el joven nuevo líder del partido conservador democristiano Fine Gael. Hijo de un médico inmigrante indio y una enfermera católica, ha encabezado junto a su pareja, el cardiólogo Matt Barret, las manifestaciones del Orgullo gay en Dublín. La víspera de la llegada del Papa se felicitó de que el catolicismo hubiese perdido protagonismo social, una posición extrema en Irlanda, donde la Iglesia ha sostenido y configurado la identidad del país hasta la partida de los ingleses en 1921. El esfuerzo costó numerosos mártires, un poco al estilo de Polonia. Hasta hace muy poco, ser católico era un orgullo allí.
Obstáculos
Organizar el viaje del Santo Padre no ha sido fácil. Desde el principio hubo escasa información a las parroquias y, so capa de un ambicioso programa de seguridad policial, se establecieron extraños horarios. «Fue el Gobierno –explican fuentes del Dicasterio de la Familia– quien mandó que la Misa del domingo fuese a las tres de la tarde, tardísimo en Irlanda. La gente del norte y del sur del país tuvo que regresar de noche a sus casas y muchos trabajaban al día siguiente».
Los asistentes a la Eucaristía en el Phonenix Park tuvimos que caminar más de una hora de ida y otro tanto de vuelta, porque se impidió que los autobuses se acercasen más. No hubo ayuda ni para los ancianos ni para los enfermos y, personalmente, tuve que portear durante una hora a una señora de setenta y tantos que ya no podía caminar. La Policía se encogía de hombros y proponía, como única solución, llevarla en ambulancia al hospital. Ni carritos ni sillas de ruedas disponibles.
Phoenix Park es un recinto gigantesco, aproximadamente dos veces el Hyde Park británico, pero pese a ello solo se permitió imprimir medio millón de entradas. En la televisión se difundió el «peligro de contagio de enfermedades debido a la acumulación de gente» y a la entrada del recorrido se instalaron dispensadores de líquido antiséptico.
A pesar de todo, el viaje de Francisco fue un rotundo éxito. Al menos 300.000 personas de todas las edades acudieron a la Misa en el parque bajo la lluvia y los rostros de los irlandeses transparentaban la alegría de un encuentro internacional multitudinario en el que por fin no se sentían solos. En contraste, los reportajes sobre el evento fueron pavorosos. La televisión multiplicó las imágenes del parque semivacío, filmado una y otra vez tras la salida de los asistentes; las entrevistas a personas desinformadas o simplemente toscas y las afirmaciones de que los fieles apenas habían sido «varios miles». El domingo, el escándalo Viganò permitió desbaratar mediáticamente el efecto de la visita.
Serena fortaleza
Nos queda la sincera alegría de los católicos irlandeses con estas jornadas inolvidables, los ánimos obtenidos por tanta belleza y la apostura del Papa. Al duro discurso de recepción del primer ministro, Francisco contestó con una muy inteligente intervención sobre la aportación de la Iglesia irlandesa a la historia de Europa y del país. Y, sin censurar en ningún momento la condena de los escándalos, puso la mirada de las familias en el horizonte del perdón y la ternura de Dios. Una y otra vez hizo frente con serena fortaleza a los ataques.
Llamativa fue por ejemplo su defensa del Bautismo infantil en el Croke Park, muy aplaudida por los asistentes, que constituyó una tajante respuesta a la expresidenta. Mary McAleese había afirmado en junio que el bautizo de los niños era una forma de coacción. «No se pueden imponer obligaciones –dijo– a personas de dos semanas de edad ni crear a los niños obligaciones de obediencia para toda su vida». Francisco alzó la voz para decir que un crío necesita «la fuerza de Dios» desde la más temprana edad.
El fruto del viaje del Papa a Irlanda será una cosecha del Espíritu Santo que no nos toca juzgar, pero que esperamos con ilusión. La Iglesia irlandesa ha tocado fondo tras una crisis imposible de entender sin la historia nacional, en la que el clero asumió papeles de poder inauditos por la falta de poderes civiles. Solo así puede explicarse que ni clero, ni laicos, ni autoridades revelasen las barbaridades que se cometían en algunas instituciones eclesiales. Pero, más allá del pecado, queda la esperanza de que Dios sostiene a su pueblo y el Papa lo ha demostrado. Será muy difícil acabar con la Iglesia en Irlanda.
Cristina López Schlichting (Dublín)
Imagen: El Papa Francisco junto al primer ministro de Irlanda, Leo Varadkar,
durante el encuentro con las autoridades.
(Foto: CNS)