Ciudad del Vaticano, (VIS).-En la Oficina de Prensa de la Santa Sede, monseñor Giampietro Dal Toso, Secretario del Pontificio Consejo »Cor Unum» ha ilustrado el contenido del Mensaje del Papa Francisco para la Cuaresma de 2015, explicando que su tema central es la indiferencia, un argumento ya abordado en diversas ocasiones por el Papa que ha hablado de la »globalización de la indiferencia», como hizo también el cardenal Pietro Parolin, Secretario de Estado en su discurso ante la ONU el pasado mes de septiembre, cuando equiparó la indiferencia a la apatía que a veces es »sinónimo de irresponsabilidad»
La indiferencia es, por lo tanto »un concepto importante para comprender diversos fenómenos del mundo moderno insertándolo en una lectura, sin duda parcial, de una cierta cultura. La indiferencia proviene de una falta de diferencia. De una no consideración de la diferencia». Y ese concepto, agregó el prelado, se puede aplicar en tres niveles: interpersonal, cultural y metafísico. A nivel interpersonal, »el juego entre diferencia e indiferencia es más fácil de entender. Por un lado se marca mucho la diferencia para provocar la separación. Por otro, la falta de atención a la diferencia entre el otro y yo, engloba al otro en mis parámetros y así lo cancela».
»En el ámbito cultural, es decir en el aire que respiramos y que contribuye a forjar nuestro pensamiento y nuestro juicio, -prosiguió- me parece notar una indiferencia a los valores que no atañe solo a su ignorancia u observancia incompleta, sino sobre todo a la falta de juicio acerca de ellos. Así, cada elección es intercambiable, cada opción viable, cualquier evaluación sobre el bien y el mal, sobre lo verdadero y lo falso, inútil. Porque si no hay ninguna diferencia, todo es igual y, por lo tanto, no es lícito proponer algo que sea más adecuado o menos adecuado a la naturaleza de la persona. En mi opinión, la homologación global, la nivelación de los valores que procede de la ausencia de diferencias, está unida a la experiencia de muchos de nuestros contemporáneos acerca de la falta de sentido. Si todo es igual, si nada es diferente y, por tanto, más o menos válido, ¿en qué puedes invertir tu vida? Si todo es lo mismo, quiere decir que en realidad nada tiene valor».
En el tercer nivel, el de los principios, o si se quiere el metafísico, se encuentra la mayor indiferencia, »la forma más patente de falta de atención a la diferencia, que es la indiferencia hacia Dios y, por tanto, la falta de atención a la diferencia entre el Creador y la criatura, que tanto perjudica a la humanidad moderna porque la lleva a creerse dios, mientras continuamente choca con sus limitaciones».
Monseñor Dal Toso abordó a continuación esta globalización de la indiferencia no sólo como un fenómeno geográfico, sino como »un fenómeno cultural que se expande a medida que se impone una cierta concepción del mundo (Weltanschauung) occidental; y que no está solamente ligado a las relaciónes, sino que es una actitud existencial». Ahora bien »la Iglesia -puntualizó- no denuncia ciertas situaciones simplemente para estigmatizarlas, sino para ofrecer también vías para sanarlas. Por eso, la Cuaresma es siempre un tiempo de conversión, es decir de cambio y renovación, para superar esta globalización de la indiferencia y para entrar en una nueva fase, donde reconocemos la diferencia entre yo y el otro; entre un estilo de vida y otra; entre Dios y yo. También el Mensaje de Cuaresma de este año propone tres ámbitos para superar la indiferencia: la Iglesia, la comunidad y el individuo».
El Papa habla de la conversión necesaria y del nuevo corazón que puede latir dentro de nosotros. »Toda reconstrucción social y toda renovación cultural, pasa a través del cambio individual -especificó el Secretario de Cor Unum- Y el evangelio nos da las claves para conseguir ese cambio, que a su vez afecta a todo el tejido social. Pero cuidado: La conversión no halla su objetivo en una sociedad mejor, sino en el conocimiento de Cristo y en parecerse a El. Como vemos muy bien en el magisterio de Francisco, se nos llama a superar una fe funcional a la atención y al bienestar personales. La indiferencia nace de una actitud de vida para la cual la alteridad no supone la diferencia y por lo tanto la persona se cierra sobre sí misma. Incluso la fe puede instrumentalizarse en esta búsqueda de uno mismo. El camino es, por tanto, ir más allá, salir de sí mismo, vivir la fe mirando a Cristo, y encontrar en El al Padre y a los hermanos que nos esperan».
El segundo ámbito atañe a las comunidades cristianas, llamadas a ser »islas de misericordia en un mundo dominado por la globalización de la indiferencia. Hay una distinción entre la Iglesia y el mundo, entre la ciudad celestial y la ciudad terrena, que debe ser cada vez más patente. Transformar nuestros lugares cristianos – parroquias, comunidades, grupos – en lugares donde se manifiesta la misericordia de Dios. Frente a la globalización de la indiferencia, algunos podrían desanimarse, porque puede parecer que no puede cambiar nada, dado que nos hallamos en un enorme proceso social y económico que está más allá de nuestro alcance. En cambio no es así: la comunidad cristiana ya puede vivir superando la indiferencia, ya puede mostrar al mundo que se puede vivir de otra manera, ya puede convertirse en aquella ciudad sobre el monte de la que habla el Evangelio. Desde esta Cuaresma la vida cristiana en comunidad, donde uno vive para el otro, puede no ser una quimera, sino una realidad viva, no un sueño lejano, sino un signo vivo de la presencia de la misericordia de Dios en Cristo».
El tercer nivel es el de la Iglesia en su realidad global. »Desafortunadamente -constató Dal Toso- tendemos a ver en la Iglesia sólo una institución, una estructura. En cambio es el cuerpo vivo de los que creen en Cristo. Y esta totalidad es la que tiene que renovarse. Al ser un cuerpo, muestra de estar vivo porque cambia, crece, se desarrolla. En este cuerpo los miembros se cuidan entre sí».
Por último el prelado recordó que Cor Unum siempre se ha hecho instrumento de la cercanía del Papa a los últimos, demostrándolo con tres recientes ejemplos: el encuentro organizado junto a la Comisión para América Latina con los diferentes organismos involucrados en la reconstrucción de Haití, durante el que se hizo un balance de la ayuda prestada por la Iglesia Católica a ese país en los cinco años siguientes al terremoto estimada en 21, 5 millones de dólares. La crisis humanitaria en Oriente Medio, especialmente en Siria e Irak, »donde las grandes víctimas de estas guerras son las personas, especialmente las minorías más vulnerables, como los cristianos, que vuelven a ser la carta que juegan los potentes». Sin olvidar el reciente viaje del Papa a Filipinas donde se ha visto concretamente »lo que significa fortalecer los corazones donde no quedaría nada que esperar». En Tacloban, donde estuvo el Papa, Cor Unum ha construido un gran centro de servicios para jóvenes y mayores, que lleva el nombre de Francisco. »Nuestro dicasterio -concluyó- quiere ser una gran expresión global de cómo la Iglesia es un cuerpo en el que cada miembro puede experimentar la caridad del otro».
MENSAJE DEL PAPA: «FORTALEZCAN SUS CORAZONES»
Ofrecemos a continuación el Mensaje del Santo Padre Francisco para la Cuaresma 2015 cuyo título es »Fortalezcan sus corazones». El documento está fechado en el Vaticano el 4 de octubre, festividad de San Francisco de Asís.
La Cuaresma es un tiempo de renovación para la Iglesia, para las comunidades y para cada creyente. Pero sobre todo es un »tiempo de gracia» . Dios no nos pide nada que no nos haya dado antes: »Nosotros amemos a Dios porque él nos amó primero» . Él no es indiferente a nosotros. Está interesado en cada uno de nosotros, nos conoce por nuestro nombre, nos cuida y nos busca cuando lo dejamos. Cada uno de nosotros le interesa; su amor le impide ser indiferente a lo que nos sucede. Pero ocurre que cuando estamos bien y nos sentimos a gusto, nos olvidamos de los demás (algo que Dios Padre no hace jamás), no nos interesan sus problemas, ni sus sufrimientos, ni las injusticias que padecen… Entonces nuestro corazón cae en la indiferencia: yo estoy relativamente bien y a gusto, y me olvido de quienes no están bien. Esta actitud egoísta, de indiferencia, ha alcanzado hoy una dimensión mundial, hasta tal punto que podemos hablar de una globalización de la indiferencia. Se trata de un malestar que tenemos que afrontar como cristianos.
Cuando el pueblo de Dios se convierte a su amor, encuentra las respuestas a las preguntas que la historia le plantea continuamente. Uno de los desafíos más urgentes sobre los que quiero detenerme en este Mensaje es el de la globalización de la indiferencia.
La indiferencia hacia el prójimo y hacia Dios es una tentación real también para los cristianos. Por eso, necesitamos oír en cada Cuaresma el grito de los profetas que levantan su voz y nos despiertan.
Dios no es indiferente al mundo, sino que lo ama hasta el punto de dar a su Hijo por la salvación de cada hombre. En la encarnación, en la vida terrena, en la muerte y resurrección del Hijo de Dios, se abre definitivamente la puerta entre Dios y el hombre, entre el cielo y la tierra. Y la Iglesia es como la mano que tiene abierta esta puerta mediante la proclamación de la Palabra, la celebración de los sacramentos, el testimonio de la fe que actúa por la caridad . Sin embargo, el mundo tiende a cerrarse en sí mismo y a cerrar la puerta a través de la cual Dios entra en el mundo y el mundo en Él. Así, la mano, que es la Iglesia, nunca debe sorprenderse si es rechazada, aplastada o herida.
El pueblo de Dios, por tanto, tiene necesidad de renovación, para no ser indiferente y para no cerrarse en sí mismo. Querría proponerles tres pasajes para meditar acerca de esta renovación.
1. »Si un miembro sufre, todos sufren con él» – La Iglesia
La caridad de Dios que rompe esa cerrazón mortal en sí mismos de la indiferencia, nos la ofrece la Iglesia con sus enseñanzas y, sobre todo, con su testimonio. Sin embargo, sólo se puede testimoniar lo que antes se ha experimentado. El cristiano es aquel que permite que Dios lo revista de su bondad y misericordia, que lo revista de Cristo, para llegar a ser como Él, siervo de Dios y de los hombres. Nos lo recuerda la liturgia del Jueves Santo con el rito del lavatorio de los pies. Pedro no quería que Jesús le lavase los pies, pero después entendió que Jesús no quería ser sólo un ejemplo de cómo debemos lavarnos los pies unos a otros. Este servicio sólo lo puede hacer quien antes se ha dejado lavar los pies por Cristo. Sólo éstos tienen “parte” con Él y así pueden servir al hombre.
La Cuaresma es un tiempo propicio para dejarnos servir por Cristo y así llegar a ser como Él. Esto sucede cuando escuchamos la Palabra de Dios y cuando recibimos los sacramentos, en particular la Eucaristía. En ella nos convertimos en lo que recibimos: el cuerpo de Cristo. En él no hay lugar para la indiferencia, que tan a menudo parece tener tanto poder en nuestros corazones. Quien es de Cristo pertenece a un solo cuerpo y en Él no se es indiferente hacia los demás. »Si un miembro sufre, todos sufren con él; y si un miembro es honrado, todos se alegran con él» .
La Iglesia es communio sanctorum porque en ella participan los santos, pero a su vez porque es comunión de cosas santas: el amor de Dios que se nos reveló en Cristo y todos sus dones. Entre éstos está también la respuesta de cuantos se dejan tocar por ese amor. En esta comunión de los santos y en esta participación en las cosas santas, nadie posee sólo para sí mismo, sino que lo que tiene es para todos. Y puesto que estamos unidos en Dios, podemos hacer algo también por quienes están lejos, por aquellos a quienes nunca podríamos llegar sólo con nuestras fuerzas, porque con ellos y por ellos rezamos a Dios para que todos nos abramos a su obra de salvación.
2. »¿Dónde está tu hermano?» – Las parroquias y las comunidades
Lo que hemos dicho para la Iglesia universal es necesario traducirlo en la vida de las parroquias y comunidades. En estas realidades eclesiales ¿se tiene la experiencia de que formamos parte de un solo cuerpo? ¿Un cuerpo que recibe y comparte lo que Dios quiere donar? ¿Un cuerpo que conoce a sus miembros más débiles, pobres y pequeños, y se hace cargo de ellos? ¿O nos refugiamos en un amor universal que se compromete con los que están lejos en el mundo, pero olvida al Lázaro sentado delante de su propia puerta cerrada? .
Para recibir y hacer fructificar plenamente lo que Dios nos da es preciso superar los confines de la Iglesia visible en dos direcciones.
En primer lugar, uniéndonos a la Iglesia del cielo en la oración. Cuando la Iglesia terrenal ora, se instaura una comunión de servicio y de bien mutuos que llega ante Dios. Junto con los santos, que encontraron su plenitud en Dios, formamos parte de la comunión en la cual el amor vence la indiferencia. La Iglesia del cielo no es triunfante porque ha dado la espalda a los sufrimientos del mundo y goza en solitario. Los santos ya contemplan y gozan, gracias a que, con la muerte y la resurrección de Jesús, vencieron definitivamente la indiferencia, la dureza de corazón y el odio. Hasta que esta victoria del amor no inunde todo el mundo, los santos caminan con nosotros, todavía peregrinos. Santa Teresa de Lisieux, doctora de la Iglesia, escribía convencida de que la alegría en el cielo por la victoria del amor crucificado no es plena mientras haya un solo hombre en la tierra que sufra y gima: »Cuento mucho con no permanecer inactiva en el cielo, mi deseo es seguir trabajando para la Iglesia y para las almas»..
También nosotros participamos de los méritos y de la alegría de los santos, así como ellos participan de nuestra lucha y nuestro deseo de paz y reconciliación. Su alegría por la victoria de Cristo resucitado es para nosotros motivo de fuerza para superar tantas formas de indiferencia y de dureza de corazón.
Por otra parte, toda comunidad cristiana está llamada a cruzar el umbral que la pone en relación con la sociedad que la rodea, con los pobres y los alejados. La Iglesia por naturaleza es misionera, no debe quedarse replegada en sí misma, sino que es enviada a todos los hombres.
Esta misión es el testimonio paciente de Aquel que quiere llevar toda la realidad y cada hombre al Padre. La misión es lo que el amor no puede callar. La Iglesia sigue a Jesucristo por el camino que la lleva a cada hombre, hasta los confines de la tierra (cf. Hch 1,8). Así podemos ver en nuestro prójimo al hermano y a la hermana por quienes Cristo murió y resucitó. Lo que hemos recibido, lo hemos recibido también para ellos. E, igualmente, lo que estos hermanos poseen es un don para la Iglesia y para toda la humanidad.
Queridos hermanos y hermanas, cuánto deseo que los lugares en los que se manifiesta la Iglesia, en particular nuestras parroquias y nuestras comunidades, lleguen a ser islas de misericordia en medio del mar de la indiferencia.
3. »Fortalezcan sus corazones» – La persona creyente
También como individuos tenemos la tentación de la indiferencia. Estamos saturados de noticias e imágenes tremendas que nos narran el sufrimiento humano y, al mismo tiempo, sentimos toda nuestra incapacidad para intervenir. ¿Qué podemos hacer para no dejarnos absorber por esta espiral de horror y de impotencia?
En primer lugar, podemos orar en la comunión de la Iglesia terrenal y celestial. No olvidemos la fuerza de la oración de tantas personas. La iniciativa 24 horas para el Señor, que deseo que se celebre en toda la Iglesia —también a nivel diocesano—, en los días 13 y 14 de marzo, es expresión de esta necesidad de la oración.
En segundo lugar, podemos ayudar con gestos de caridad, llegando tanto a las personas cercanas como a las lejanas, gracias a los numerosos organismos de caridad de la Iglesia. La Cuaresma es un tiempo propicio para mostrar interés por el otro, con un signo concreto, aunque sea pequeño, de nuestra participación en la misma humanidad.
Y, en tercer lugar, el sufrimiento del otro constituye un llamado a la conversión, porque la necesidad del hermano me recuerda la fragilidad de mi vida, mi dependencia de Dios y de los hermanos. Si pedimos humildemente la gracia de Dios y aceptamos los límites de nuestras posibilidades, confiaremos en las infinitas posibilidades que nos reserva el amor de Dios. Y podremos resistir a la tentación diabólica que nos hace creer que nosotros solos podemos salvar al mundo y a nosotros mismos.
Para superar la indiferencia y nuestras pretensiones de omnipotencia, quiero pedir a todos que este tiempo de Cuaresma se viva como un camino de formación del corazón, como dijo Benedicto XVI . Tener un corazón misericordioso no significa tener un corazón débil. Quien desea ser misericordioso necesita un corazón fuerte, firme, cerrado al tentador, pero abierto a Dios. Un corazón que se deje impregnar por el Espíritu y guiar por los caminos del amor que nos llevan a los hermanos y hermanas. En definitiva, un corazón pobre, que conoce sus propias pobrezas y lo da todo por el otro.
Por esto, queridos hermanos y hermanas, deseo orar con ustedes a Cristo en esta Cuaresma: “Fac cor nostrum secundum Cor tuum”: “Haz nuestro corazón semejante al tuyo”. De ese modo tendremos un corazón fuerte y misericordioso, vigilante y generoso, que no se deje encerrar en sí mismo y no caiga en el vértigo de la globalización de la indiferencia.
Con este deseo, aseguro mi oración para que todo creyente y toda comunidad eclesial recorra provechosamente el itinerario cuaresmal, y les pido que recen por mí. Que el Señor los bendiga y la Virgen los guarde.