El presidente francés demostró tomarse en serio el lugar de las convicciones religiosas en sociedades plurales de las que el relativismo no ha podido arrancar las preguntas por el sentido último de la vida. Francia –dijo– necesita a los católicos, pero la laicidad no les reconocerá estatuto de ciudadanía si actúan como minoría al servicio de intereses particulares
La cita entre la Iglesia católica de Francia y la Presidencia de la República fue el lunes 9 de abril en el parisino Colegio de los Bernardinos. Fundado para albergar a partir de 1248 a una veintena de monjes estudiantes de Teología, fue vendido como bien nacional durante el período revolucionario. La diócesis de París lo compró en 2001 y lo restauró para invitar a la sociedad francesa a encontrarse con la Iglesia católica. El Colegio de los Bernardinos, era, pues, el lugar indicado para celebrar esta inédita soirée entre la Iglesia católica y la República.
El encuentro se desarrolló, al modo aristotélico, en tres actos. La Iglesia católica quiso que el primero lo protagonizaran ciudadanos comunes, hombres y mujeres, cuyas vidas están marcadas, de un modo u otro, por la discapacidad, la precariedad y la soledad. En un mundo en el que la razón científico-técnica promete liberarnos de la vulnerabilidad, aun a costa de la propia vida humana, los católicos franceses tienden la mano y se comprometen con los débiles.
El lenguaje de los gestos y el diálogo de corazón a corazón dieron paso al segundo acto. Monseñor Pointer, en un discurso de enorme profundidad y «sin espíritu polémico», al modo que tantas veces pidió Benedicto XVI, hizo suya la cuestión lanzada por los Estados Generales de la Bioética que actualmente se desarrollan en Francia: «¿Qué mundo queremos para mañana?» Esta iniciativa de democracia abierta busca el acuerdo en principios universales para una sociedad cada día más plural. La Iglesia participa junto a otras confesiones religiosas en este debate. Y si lo hace, explicó monseñor Pointer, es porque opta por el bien común y no porque busque el modo de satisfacer sus intereses particulares.
Las citas de Caritas in veritate 74 y Laudato si 194 le sirvieron al presidente de la Conferencia Episcopal para enmarcar el compromiso teórico-práctico de una Iglesia que quiere abordar desde el diálogo fe-razón la tensión entre las cuestiones de sentido y la atención a las circunstancias concretas de cada vida humana, que cree que las decisiones legislativas debieran atender al principio de precaución, que opta por la acogida incondicional de toda vida humana, que trabaja por la inclusión de los migrantes, y que está absolutamente convencida de que la opción preferencial por la fragilidad y la vulnerabilidad humaniza y fortalece a la sociedad francesa.
El lugar de la fe en sociedades plurales
Habían transcurrido 55 minutos cuando el presidente de la República Francesa tomó la palabra para dar inicio al tercer acto. Por fin iba a saberse si las convicciones religiosas tienen estatuto de ciudadanía, si pueden servir a la República sin dejar de ser lo que son, y si esta sigue desconfiando de las religiones. Emmanuel Macron no defraudó. Y no porque su confesión pública de cercanía personal e intelectual a la tradición católica repare los dañados vínculos entre la Iglesia y la República. No defraudó porque demostró tomarse en serio el lugar de las convicciones religiosas en sociedades plurales de las que el relativismo no ha podido arrancar las preguntas por la trascendencia, el sentido de la vida y la salvación. La República, reconoció su presidente, se enfrenta a la desmovilización social. Su misión, sin embargo, no es la de alimentar una religión de Estado que sustituya la trascendencia por un credo republicano. Macron reconoce que la República laica no es una sociedad perfecta. Y recuerda: tampoco lo es la Iglesia católica. Ya no tiene sentido volver una y otra vez a las leyes de 1905. Francia necesita a los católicos, pero la laicidad no les reconocerá estatuto de ciudadanía si actúan como minoría al servicio de intereses particulares.
La Iglesia católica, destacó Macron, resuelve en forma de acogida las tensiones entre los principios y la realidad. Esto es lo que la República le pide: que la inteligencia, el compromiso y la libertad con las que resuelve sus propias tensiones internas se conviertan en un don público. ¿No es embarrándose en la atención a mujeres que han abortado, a personas divorciadas, a personas y parejas homosexuales, a familias que han tenido que enfrentarse al dilema del final de la vida de alguno de sus seres queridos, cuando la Iglesia toma conciencia de sus limitaciones? La experiencia de lo real, afirmó Macron, no invalida ni desmiente los principios que estructuran la vida moral, intelectual y religiosa de la Iglesia y de los católicos. Cada día, recordó el jefe del Estado, las Iglesias de Francia acogen a personas en cuyas vidas se ha producido una ruptura entre sus principios, sus ideales, sus creencias y la realidad. ¿Podría la Iglesia compartir públicamente con sus compatriotas todas estas incertidumbres para así abrirlas a las verdades trascendentes de la fe cristiana?
La voz del catolicismo no puede ser imperativa, sino humilde. ¿Hay otro modo de que la Iglesia pueda contribuir activamente a la discusión pública sobre las cuestiones que en nuestras sociedades afectan al sentido de la vida? La República garantiza que la voz del catolicismo pueda ser escuchada. Lo que no puede hacer la República es pedir a los ciudadanos que no crean, o crean moderadamente. Es a la Iglesia a la que corresponde decidir: o acepta ser rechazada, o compromete su elección fundamental.
M.ª Teresa Compte Grau
Directora del Máster en Doctrina Social de la Iglesia.
(UPSA-Fundación Pablo VI)
Imagen: Una monja saluda a un musulmán, durante la celebración de una Eucaristía
en la iglesia de Saint-Etienne-du-Rouvray, Francia, el 30 de julio de 2016.
(Foto: REUTERS/Ludovic Marin)