En el santuario de María Auxiliadora de Port Moresby, el Papa escuchó los testimonios de una monja, un sacerdote y representantes de los catequistas y del Sínodo de la Sinodalidad.
Ciudad del Vaticano, 7 de septiembre 2024.- El desafío de comunicar a los pobres y a los que están en las periferias, la tarea de integrar la fe católica y la identidad cultural, el compromiso de transmitir a los jóvenes el entusiasmo de la misión, la sinodalidad que debe tejerse en la cultura en evolución de Papúa Nueva Guinea. Estos son los temas fundamentales que surgieron de los testimonios -de una religiosa, un sacerdote, representantes de los catequistas y del Sínodo- que el Papa Francisco escuchó en el santuario de María Auxiliadora de Port Moresby, durante el encuentro con los obispos de Papúa Nueva Guinea y de las Islas Salomón, sacerdotes, diáconos, consagrados y consagradas, seminaristas y catequistas que tuvo lugar esta tarde, mañana de Italia, sábado 7 de septiembre.
En primera línea en favor de las mujeres
La primera en tomar la palabra fue la hermana Lorena Jenal, que en la diócesis de Mendi acompaña las actividades de la «Casa de la Esperanza», un lugar de acogida y curación para las víctimas de acusaciones de brujería y maledicencia. Gracias a un trabajo en conjunto con líderes comunitarios, familias, diferentes confesiones, defensores de los derechos humanos, la policía, funcionarios judiciales y abogados, explicó la consagrada, se esfuerzan por «proteger a las mujeres de falsas acusaciones y extorsiones». El enfoque holístico con asesoramiento, terapia, ayuda médica, psicológica, financiera y emocional ha ayudado hasta ahora a 250 mujeres, entre ellas María, que llegó en 2017 tras haber sido torturada y quemada «tan gravemente que no sabíamos si podríamos salvar su vida». Aunque sus familiares no la visitaban ‘por miedo y vergüenza’, recuerda la consagrada, ‘nos reuníamos con ellos cada semana y les informábamos de los avances’, hasta que se dieron cuenta de su sufrimiento. Al volver a casa y ser declarada inocente por el tribunal, María se convirtió en «testigo de la importancia del amor y el perdón entre todas las personas: hoy trabaja en nuestro equipo y lucha por los derechos humanos, la dignidad y la igualdad de las mujeres».
¿Se puede armonizar la fe católica con la identidad cultural?
Su propia «vocación tardía» y un camino de seminarista lleno de obstáculos fueron relatados por el padre Emmanuel Moku, quien ahora tiene 64 años y fue ordenado sacerdote a los 52. Los problemas que experimentó como seminarista en un entorno de alta presión fueron el centro de su testimonio. «Cuando elegí el sacerdocio, anteponiéndolo a mis normas culturales, fui ridiculizado y rechazado», siendo llamado “un desperdicio de recursos humanos”, señaló, porque “mi clan esperaba que un hombre se convirtiera en padre y trabajara para alimentar a su pueblo”. Aunque la situación ha mejorado desde su ordenación, no faltan retos en un contexto en el que es difícil integrar la fe católica con la identidad cultural, especialmente, subrayó, «comunicar la doble finalidad del matrimonio -compañerismo para toda la vida y cuidado y educación de los hijos- y apoyar a los jóvenes que luchan por poder abrazar su vocación religiosa».
En contacto con la gente
Para James Etariva, catequista de 68 años del distrito de Goilala, en la provincia central de Papúa Nueva Guinea, lo más lindo es «caminar por los pueblos y servir a la gente, animar a los niños en la catequesis y entablar amistad con todos». En sus largos años de servicio -empezó en 1982 en la parroquia de la Sagrada Familia de la arquidiócesis de Puerto Moresby para graduarse como catequista a tiempo completo en 1997- se ha enfrentado a muchas dificultades, desde la falta de recursos hasta compaginar las responsabilidades familiares y los desplazamientos, incluso a pie, para llegar a las comunidades más alejadas.
Crecer en la sinodalidad
Por último, Grace Wrakia, laica de una familia católica de tercera generación y madre de tres hijas a las que ha criado sola, presentó algunas reflexiones personales sobre la sinodalidad. Hablando de su participación en el Sínodo sobre la Sinodalidad como «uno de los mayores honores» de su vida, se preguntó hasta qué punto este método podría encontrar expresión en la «cultura en evolución» de Papúa Nueva Guinea. El deseo es ver a «las mujeres como socias y cooperadoras», a los jóvenes «no ignorados o desatendidos» sino «acogidos con el corazón y la mente abiertos», a los sacerdotes y religiosos ya no considerados «grandes hombres» sino «líderes servidores», y a los laicos como participantes activos en la vida de la Iglesia y no meros «espectadores». Una vez más, aunque consciente del carácter gradual del proceso en su país, la catequista confió al Papa el sueño de una política eclesiástica que acoja la diversidad, para una verdadera fusión de los aspectos sinodales con la vida de la Iglesia local.
LORENA LEONARDI