Siendo la Biblia Palabra de Dios en el lenguaje de los hombres, es un vehículo de transmisión de experiencia de vida a la luz de la fe en un Dios único, por lo que las historias descritas no tienen como intención primera contar una historia en que los hechos obedezcan a criterios fácticos, si bien al mismo tiempo la correspondencia con los descubrimientos arqueológicos asegura que el texto bíblico no es una literatura divorciada de la realidad histórica
Una parte de la comprensión de las personalidades de la Biblia depende de su universo simbólico. Con eso no estamos reduciendo los personajes a meros elementos simbólicos, sin embargo, existe una parte importante de conocimiento de algunos personajes que escapan a las informaciones históricas. A veces se pueden distinguir las leyendas de los hechos históricos sobre cada personaje, pero en algunos casos son las leyendas las que historizan a los personajes.
Muchos de estos personajes identifican a partir de la información histórica disponible, sea a través de escritos, sea por otros medios que certifican la veracidad del personaje en cuestión. Sin embargo, cuanto más retrocedemos en el tiempo, más vamos perdiendo aquellos rasgos históricos verificables, puesto que no existen textos que correspondan a la época en cuestión y no hay otros datos que nos permitan verificar la información recibida. Por otro lado, la ausencia de esos elementos que permiten la autentificación no hace falso al personaje; al contrario, eso nos invita a buscar otros criterios para lograr la decodificación del lenguaje utilizado.
Los personajes están relatados en la Biblia y la Biblia, a su vez, se compone de sus personajes. Siendo la Biblia Palabra de Dios en el lenguaje de los hombres, es un vehículo de transmisión de experiencia de vida a la luz de la fe en un Dios único, por lo que los relatos y las historias descritas no tienen como intención primera contar una historia en que los hechos descritos obedezcan a criterios fácticos. Ante todo, los textos que cuentan el inicio de la historia bíblica, así como el contexto histórico de los personajes, bíblicos no corresponden al período de redacción de los textos. No tenemos ningún medio para contrastar ni los hechos contados ni el contexto donde ocurrió. El relato de los primeros once capítulos del libro del Génesis se confunde con leyendas antiquísimas de otros pueblos del pasado. La historia de la formación del pueblo de Israel no fue acompañada de relatos simultáneos, los textos vinieron muchos siglos después. Entonces, ¿cómo interpretar los hechos y los personajes presentes en esos relatos?
La aportación de la arqueología
Hoy la arqueología contribuye enormemente a explicar el pasado. Donde los textos no pueden ser verificados, la arqueología posibilita revelar rasgos importantes que explican, a veces, los relatos que encontramos en los textos. En los últimos años, se ha producido un intenso trabajo arqueológico en Israel, y el aspecto bíblico ha sido privilegiado en los recientes descubrimientos. El país está siendo excavado de norte a sur y muchos nuevos descubrimientos permiten trazar una importante línea paralela entre el texto, su contexto y las evidencias descubiertas por la labor arqueológica. Esta correspondencia entre el relato del texto bíblico y los descubrimientos arqueológicos asegura el hecho de que el texto bíblico no es una literatura divorciada de la realidad histórica. Ciertamente, el texto no quiso contar una historia en el sentido estricto del término, sino contar una experiencia vivida, muchas veces colectiva, donde el lenguaje no es suficiente para expresarla.
En muchos casos, los hechos fueron transmitidos oralmente, de generación en generación, según la memoria colectiva hasta convertirse en texto. Por eso, el hecho contado no es una mera invención, sino que sigue su criterio propio y para lograr una comprensión real, la clave de lectura no debe ser solamente el criterio histórico, sino que hay que leer el relato desde su interior, donde el lenguaje no agota toda la riqueza de lo vivido.
Elio Passeto, NDS
(Foto: Ignacio Gil)