«Soy ciega, pero leo la lectura en Misa».
«No sé cómo la gente puede vivir sin Dios. No saben lo que se pierden. Con Él, las cosas se ven de otra manera», dice Carmen Usano, de la asociación de Ciegos Católicos Españoles (CECO), que celebra este año el 25 aniversario de su creación.
Los fieles de su parroquia están ya acostumbrados a verla del brazo de su hermana –también ciega– entrando en la iglesia para ir a Misa; y ya a nadie le extraña que suba al ambón durante la Misa del domingo a proclamar la segunda lectura.
«El día antes transcribo esa lectura al braille, y cuando subo la leo con los dedos», explica, tal como hizo cuando subió recientemente al ambón de la catedral de la Almudena durante la Misa en la cual CECO celebraba sus 25 años.
Carmen recuerda la primera vez que salió a leer: tocaba el himno a la caridad de la carta a los corintios, «y cuando bajé la gente me felicitaba por el pasillo. “¡Qué valiente!”, me decían. Parecía una estrella de cine», recuerda divertida.
Nada de guetos
Pero más allá de eso, Carmen lamenta que «las personas que no tienen contacto con personas con discapacidad tienen un sentimiento como de pena, pero no está justificado; nosotros estamos muy capacitados». Por eso, la convicción de que pueden participar en la vida parroquial es «una asignatura pendiente no solo para los párrocos, sino también para los ciegos, porque a muchos nos da vergüenza hacer cosas que podemos hacer perfectamente: leer una lectura, tocar la guitarra, ser catequistas… Para eso no hace falta ver. Nosotros no tenemos que ser unos fieles de banco, sino que nos tenemos que integrar como unos fieles activos más».
De este modo, aunque los 400 ciegos de los diferentes grupos de CECO que están expandidos por 21 diócesis españolas se reúnen «para tener un rato juntos y compartir fe, amistad y sentimientos», su objetivo no es crear un gueto paralelo a la parroquia, «sino estar perfectamente integrados y participar en nuestras comunidades».
Y esto pasa no solo por dar testimonio ante el resto de fieles, sino por «dar gloria a Dios en mi ceguera. Porque hay una ceguera del corazón que es mucho peor que la física y que hace a la gente muy infeliz. En cambio, yo sé que Dios ha permitido la ceguera en mí para su gloria, y también que me ha concedido unos dones para lo mismo».
Si Carmen empezó a tener problemas de visión durante su niñez, su amiga María José Vaquero es ciega de nacimiento. «Como Bartimeo –dice–. Cuando era pequeña no podía dejar de pensar: “¡Qué suerte lo de su milagro!”. Pero hoy pienso de otra manera». Ya de adolescente pasó por una fase de rebelión propia de su edad, «porque soy humana y todos tenemos flaquezas». A eso se le sumaba el que «me costaba incluirme en los grupos de amigos, y eso me hacía sufrir, porque sin quererlo hay factores que dificultan la inclusión de las personas con discapacidad visual».
Con los años, su fe se fue consolidando poco a poco, y hoy es vocal de formación en CECO: «La formación la entendemos hacia adentro, y para eso seguimos el itinerario de formación de adultos de la Conferencia Episcopal; pero también hacia afuera, porque la gente muchas veces por ignorancia no sabe cómo relacionarse con nosotros». Para lograrlo, en CECO dan charlas en parroquias, centros educativos y religiosos, y hasta en seminarios. «Es algo básico para garantizar nuestra inclusión en la Iglesia», reconoce.
Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
Imagen: Carmen Usano lee en el ambón de la catedral de la Almudena.
(Foto: Carmen Usano)
Ver con el corazón
(Foto: María José Vaquero)
María José recuerda a la maestra de su pueblo, Villacañas, en Toledo, que un día mandó a sus alumnos que le dijeran que la esperaba al día siguiente en clase, «y allí empecé a aprender las cosas de memoria, lo que podía: las tablas de multiplicar, el catecismo…». Y aunque luego pasó por diferentes centros especializados en la educación a personas ciegas, de aquella experiencia se le quedó la necesidad de integración por la que hoy trabaja: «Nosotros no queremos formar un gueto cerrado, queremos estar incluidos en nuestras diócesis y en nuestras parroquias».
Después de estudiar pedagogía terapéutica en la Complutense «para ayudar lo más posible a las personas con discapacidad visual», María José ha trabajado 30 años en la inclusión educativa de las personas ciegas y ayudando también a sus familias. Y no para: «Hoy estoy jubilada pero sigo de voluntaria ayudando a la inclusión de los ciegos de América Latina».
Así, con los años, ha aprendido lo que entonces desconocía aquella niña que envidiaba a Bartimeo: «Ahora entiendo la necesidad de ver con los ojos del corazón. Hay que ver con el corazón, ver lo importante y saber ver a Jesús, poder reconocerlo y acercarnos a Él. Y ante todo, la fe, que no la perdamos».
Fecha de Publicación: 07 de Junio de 2018