Julio Martínez Mesanza (Madrid, 1955), Premio Nacional de Poesía 2017 por Gloria y cabeza de cartel en la VI Jornada de Poesía Religiosa celebrada el miércoles 21 en la Universidad San Dámaso (Madrid), se ha convertido en referencia obligada de un género que experimenta un nuevo repunte
Los poemas de Gloria, escritos en endecasílabos, se suceden como una meditación. Como creador con experiencia de fe, ¿qué actitud prevaleció en usted durante la escritura: el hombre en rebeldía, recogimiento o experiencia gozosa?
Mi poesía a veces es meditativa, otras veces celebrativa, en ocasiones canta y en otras reflexiona, e incluso se llega a dar todo al unísono. A pesar de que este último es el caso de este poemario, donde hay un poco de todo, nunca tengo una actitud previa ante el nacimiento del poema, sino que es el poema el que, de alguna manera, manda.
¿Y en esa génesis artística, qué prima como detonante: la madurez poética en cuanto a técnica o la madurez espiritual del autor?
La madurez espiritual llega después que la madurez técnica, que es algo que con buenas lecturas, dedicación y buen entrenamiento puede alcanzarse al final de la adolescencia, mientras que el contenido espiritual te lo dan los años. Sin ese dominio técnico es muy difícil que la madurez intelectual y espiritual tenga salida.
A menudo la educación teórica en valores olvida que la forja de la sensibilidad ha de acompañarse del ejercicio técnico adecuado…
Muchas veces se educa en valores sin darse los fundamentos para que la persona desarrolle luego esos supuestos conocimientos con ciertas garantías intelectuales. Por ejemplo, se ha perdido la capacidad de exigir a los niños en el ámbito de la memoria, de la pura repetición. Y en la poesía esto reviste mucha importancia: tener todas las reglas y los motivos de la tradición bien interiorizados, repetir los esquemas hasta dominarlos para luego ya, a partir de ahí, poder ser verdaderamente libres. Esto es algo que no solo sirve para la poesía.
En esta la nueva ola poética que vivimos en España, ¿se olvida que la libertad del verso se conquista con esfuerzo?
A veces se elige simplemente el camino más fácil. El abandono de las formas métricas tradicionales es dramático. La poesía está asociada con la música, y el armazón de la música es el ritmo, que está codificado en la historia y hay que aprenderlo y practicarlo. El poema no es decir lo primero que te apetece. En ciertas composiciones fáciles se observan metáforas maravillosas, ocurrencias genialoides, pero no se ve detrás un poema, que exige un desarrollo musical especial.
También tenemos el caso contrario, una poesía de formas cuidadas pero despojada de cualquier atisbo de trascendencia…
Exacto. Existe a su vez una poesía realizada con gran maestría que no dice absolutamente nada, muy superficial. Aquí ya entra la visión del poeta, y al final esto, que haya o no una reflexión profunda tras el poema, es lo que marca la diferencia.
Un paso más allá, ¿Gloria es poesía religiosa?
Indudablemente, hay bastantes poemas en el libro que pueden calificarse de religiosos. Pero yo prefiero decir que son cristianos, porque es el mundo de la tradición y la fe cristiana el que está detrás, no una experiencia religiosa que puede ser vaga o común a otras religiones. El mismo título proclama el esplendor de la creación y del Creador, aparte de otros significados que pueden estar recogidos en esa palabra. Siguiendo la estela de Hans Urs von Baltasar, que tiene un tratado homónimo, también se hace referencia al reflejo en la obra de los hombres de esa Gloria de Dios.
Luz y tinieblas se conjugan en un imaginario explícito y potente dentro de Gloria, donde el poema «De luz y rosas» es la piedra angular. ¿Se retroalimentan lo técnico y lo profundo?
Son ecos de las primeras líneas del Génesis, la separación del día y la noche, motivos relacionados con la creación del mundo. Sí, se retroalimentan la idea y la forma, lo que se dice y cómo se dice en términos clásicos hoy tan desacreditados, para que el poema tenga solvencia y se imponga como una imagen poderosa.
En ese imaginario impactante, destaca su elección de Madonnas…
Abre el libro la Madonna de Bellini, y después llega la de Van Eyck con el niño del poema «Imagen y semejanza». Ambas son alusiones pictóricas muy presentes en mi vida, dos imágenes con una fuerza especial que me han emocionado en su día, que me han hecho reflexionar profundamente y se han quedado reverberando para siempre en mi memoria. Es muy necesario destacar el valor de comunicación que para la fe puede tener el arte, así como la poesía, la literatura y la música. En general, tenemos que preservar el tesoro de la tradición occidental, que tiene la base en las ideas judeocristianas.
Eso son auténticos retos para un siglo XXI donde la velocidad no deja tiempo para mirar atrás, para lo contemplativo…
Sí, parece que los artistas anden en una carrera porque el mundo se acabe mañana, con el deseo desenfrenado de estar en el escenario, constantemente en el candelero, y miedo de quedarse fuera de la actualidad y de que dejen de decirles lo buenos que son. Para eso han de producir mucho, constantemente. Al contrario, mi cadencia es lenta, tardo en hacer un libro: creo que hay que dejar madurar las cosas. De hecho, Gloria recoge mi actividad lírica desde 2005 hasta la publicación en 2016; y ahora resulta muy agradable que el Premio Nacional haya prolongado la vida editorial de esta obra.
Sabemos por sus escritos que leyendo poesía se puede orar, ¿pero también se puede orar cuando uno la escribe?
Sí, me sentí en oración con algunos poemas. Sobre todo me ocurrió algo excepcional con el de Jan Sobieski, que es de los más largos, donde hay unos versos dedicados a María que me fueron brotando seguidos, muy rápidamente, como si estuviera rezando una letanía, y es algo que se nota al leerlo.
Maica Rivera
(Foto: Youtube)