Su aspecto no es el de un cura al uso: pelo largo, camiseta, deportivas… Pero en Torrejoncillo, donde Juan José lleva doce de sus 20 años como sacerdote, «lo que llamaría la atención es que fuese de otra manera: aquí me conocen y me quieren como soy», dice. Especialmente los 40 ancianos de la residencia que atiende como capellán, a quienes lleva a Dios y de quienes también –asegura– lo recibe, «porque Dios prefiere a los sencillos para que crezcamos en la fe»
Seguro que ha oído eso de «a la iglesia van solo cuatro viejas». ¿Se minusvalora a los ancianos, incluso entre los católicos?
En nuestra sociedad, dentro y fuera de la Iglesia, tenemos que reconocer más el valor de los ancianos para que se sientan útiles, realizados, y para que sigan haciendo todo lo que puedan hacer. En la diócesis de Coria-Cáceres hay nueve residencias para acoger a los ancianos en su dignidad, y ayudar a que sigan integrados en la sociedad y en la Iglesia.
En una de esas residencias es capellán desde hace doce años. ¿A qué se dedica?
A estar con ellos, darles cariño, sacarles la sonrisa con un gesto, un beso o una caricia, escucharlos, preguntarles por su familia, por cómo están, qué han comido… Y por supuesto, confesar a quien lo pide y celebrar la Eucaristía, en la que intento que participen todo lo que puedan: que lean, que hagan las preces, que comenten. A los mayores les gusta expresar de manera sencilla su fe.
¿Cómo se evangeliza a las personas mayores?
Muchos sienten que ya han vivido lo suficiente y que han hecho lo que tenían que hacer; a otros les pasa lo contrario: lo pasan mal, tienen problemas y heridas del pasado que les cuesta asimilar, etc. Yo intento mostrarles a todos que Dios está con ellos en esta última etapa de su vida, con cada uno en su circunstancia; que Él no los olvida, y que la comunidad cristiana tampoco. A veces los ancianos salen de la comunidad porque son mayores, y si no nos acercamos a ellos, no los volvemos a ver.
¿Evangelizan los ancianos?
Foto: Archivo personal de Juan José Pulido
A mí, cada vez que celebro la Eucaristía con ellos, me dan muchas lecciones. El Espíritu Santo se vale de los ancianos para tocarte el corazón; con sus palabras sencillas, el Espíritu los hace válidos para el llamamiento del Señor.
¿La soledad afecta a su fe?
Sí. Sufren mucho. Los mayores aman a sus hijos por encima de cualquier circunstancia, aunque les hayan hecho la vida imposible o los hayan abandonado. Tapan siempre los defectos de sus hijos. Tienen una capacidad de aguante y de sacrificio que hoy no tenemos, y espiritualmente son mucho más fuertes que nosotros.
Cuando se ve al anciano en su fragilidad, a veces se olvida que algunos no tuvieron una vida ejemplar para sus hijos. ¿Cómo ilumina Dios esas realidades tan duras?Depende mucho del caso. Aunque hay barreras que a veces no se pueden derribar, he sido testigo de momentos de reconciliación muy impactantes y hermosos. Es el fruto de la Gracia.
En verano se incrementa el número de ancianos abandonados en las residencias…
La sociedad y la Iglesia serán maduras cuando traten bien a sus mayores. Creemos saberlo todo porque manejamos la tecnología mejor que ellos, pero la sabiduría de los mayores es inmensa y solo se aprecia escuchándolos. El verano es un buen momento para estar más con los abuelos y con los padres, visitarlos, hablar con ellos, escucharlos. Ese trato es una riqueza para la familia y para toda la Iglesia.
¿También ir a ver a los que no son de nuestra familia?
Claro. Por eso es tan importante el voluntariado de los católicos en las residencias. A veces reducimos la presencia de la Iglesia al ámbito de las residencias diocesanas, pero tenemos que estar presentes también en las públicas para llegar a todas esas personas. Nos ponen muchas trabas para una presencia eclesial como capellán, pero si vamos como voluntarios, somos presencia de Cristo para estas personas, que también necesitan de Dios. Y ahí la labor de los laicos es fundamental. La evangelización es cosa de todos, cada uno lo que puede dar.
José Antonio Méndez
Imagen: Juan José Pulido con algunos ancianos de la residencia Santa Isabel.
(Foto: Archivo personal de Juan José Pulido)