La pérdida del poder adquisitivo y la falta de diálogo con la sociedad civil han dado alas al partido de Le Pen, que tiene en el punto de mira a los migrantes. Hablamos con el director del área de incidencia política de Cáritas Francia.
La Agrupación Nacional (AN) de Le Pen se ha convertido en la fuerza política más votada por primera vez en la historia de Francia. ¿Cómo se ha llegado a esta situación?
A pesar de que es un partido con 40 años de historia [N. de la R.: dirigido desde 1972 hasta 2011 por el padre de la actual presidenta, quien ha reformado la imagen del partido en los últimos años], es un resultado novedoso y muy preocupante. Doce millones de personas han confiado en ellos. Hay que decir que en el auge de la extrema derecha tiene mucho que ver el mandato de Macron: es cierto que ahora hay más inversión extranjera y menos desempleo, pero la población ha experimentado una pérdida de su poder adquisitivo. Por otro lado, el presidente es visto como parte de una élite que ha gobernado sin tener en cuenta las posturas de los demás. No ha tenido en cuenta ninguna propuesta de los cuerpos intermedios, como las ONG o los sindicatos. En los resultados también han influido los desacuerdos de los partidos de la coalición de izquierdas, que ya habían concurrido juntos en las elecciones de 2022, pero cuya alianza saltó por los aires recientemente.
¿Cuánta de esa gente que ha votado en masa a AN lo ha hecho influenciada por una visión negativa de la inmigración propugnada por el partido de Le Pen?
Cuando uno pregunta por las principales preocupaciones de los votantes de Agrupación Nacional, ellos mismos hablan de las cuestiones de seguridad, de la inmigración y del poder adquisitivo. En relación con los migrantes, tradicionalmente Francia ha tenido una actitud de acogida. Sin embargo, la progresión de la extrema derecha desde hace algunas décadas ha provocado que los sucesivos gobiernos se hayan vuelto cada vez más reticentes con la inmigración. De esta forma, posiciones que antes eran de extrema derecha se han convertido en posiciones defendidas por la derecha. Dentro de este contexto, en diciembre de 2023 se produjo un acto terrible de traición por parte de Macron. En aquella fecha se aprobó la Ley para el Control de la Inmigración y la Mejora de la Integración, un texto especialmente duro contra la inmigración que, además, está muy lejos del discurso que tenía el presidente cuando fue elegido en 2017. Entonces tenía una visión de balance, con elementos humanistas y otros más estrictos. Lo que pasa es que se olvidó muy rápido de la dimensión humanista.
¿Cómo ha afectado esta ley a la situación actual de los migrantes en Francia?
Lo bueno es que tras la aprobación de la ley, el Consejo Constitucional decidió en enero que buena parte de la norma era contraria a la Constitución y, por ello, los peores artículos fueron anulados. Veremos cómo evoluciona todo, porque la extrema derecha tiene en la mirilla al Consejo Constitucional. Si vence AN en la segunda vuelta la situación podría cambiar. Ahora mismo se ha complicado, por ejemplo, con el derecho de asilo. Cuando es no favorable, el solicitante puede presentar un recurso ante la corte de apelación, pero ahora se ha acortado mucho el plazo para presentarlo. También hubo polémica con la cobertura sanitaria para los migrantes. La ley quería quitar la ayuda médica del Estado para los migrantes, pero al final no lo han logrado.
¿Cómo ha actuado la Iglesia ante este contexto?
Creo que hay que distinguir entre los fieles y la jerarquía. Hay muchos cristianos involucrados en asociaciones como en la que trabajo. En Cáritas, por ejemplo, estamos en primera línea de solidaridad con toda la gente que lo necesita, lo que incluye a muchos migrantes. De hecho, casi la mitad de nuestros beneficiarios son personas extranjeras. Por otro lado, somos la principal ONG de atención a las personas en situación de calle. Cada día acogemos a más de 1.000 personas. Lo que ocurre es que nosotros solo somos un actor. Dentro de la Iglesia también hay tendencias más identitarias que consideran a los extranjeros, y sobre todo a los musulmanes, como una amenaza para la identidad profunda de los franceses católicos. Y ante estas diferencias, los obispos no siempre toman la palabra. Hay prelados que hablan y lo hacen de una manera clara, aliados con la postura de acogida defendida por el Papa Francisco, pero hay otros que parecen sensibles a esas tesis de que este país cristiano está siendo reemplazado por la inmigración musulmana. Todo ello hace que cada vez sea más complicado que la Conferencia Episcopal ofrezca una palabra clara y evangélica sobre la acogida a los extranjeros.
JOSÉ CALDERERO DE ALDECOA
Alfa y Omega
4 de julio 2024