En Palestina solo queda un hospital con unidad de oncología pediátrica.
13 de marzo 2025.- «Yalla, yalla. Vamos», exclama Farrah Fatafta, invitando a todos los niños a formar un círculo. La llamada «fiesta del sábado» acaba de empezar y los gritos de los pequeños pacientes cubren también el ruidoso tráfico de Belén, en Cisjordania. «A menudo tenemos que cancelar estos recreos porque muchas familias no consiguen llegar», explica Fatafta. Estamos en el jardín del hospital de Beit Jala, el único con una sala de oncología pediátrica en toda Palestina, y la fiesta del sábado es el momento más esperado por los pacientes hospitalizados. «Antes del 7 de octubre de 2023, había dos centros públicos para el tratamiento del cáncer, pero los bombardeos israelíes destruyeron el de Gaza», añade Fatafta, interrumpiendo por un momento el lanzamiento de globos de colores.
Fatafta es psicooncóloga y la fiesta del sábado es un invento suyo. «Sirve para distraerlos», afirma el doctor Mohammed Najajreh, médico jefe del hospital. «Estamos hablando de pacientes obligados a someterse a largos y dolorosos tratamientos y este momento les permite mover sus debilitados músculos y, sobre todo, volver a sentirse vivos». Hoy, en el jardín del hospital, están casi todos; pero no siempre es así. Sanah, madre de un niño de 4 años, explica por qué: «Venimos de Hebrón, a una hora en coche de aquí», señala, «pero a menudo se nos impide viajar». Durante décadas, el Ejército israelí ha ocupado los territorios palestinos, empezando por sus vías de comunicación. «Basta una alerta o un pretexto político trivial para que los militares cierren los puestos de control, impidiéndonos cualquier movimiento», añade.

La madre se conmueve y añade: «Desde que descubrimos la enfermedad, hemos caído en la depresión, incluido mi hijo. Hoy, sin embargo, le veo feliz por primera vez». Desde el 7 de octubre de 2023, el nivel de tensión entre Israel y Cisjordania nunca ha bajado, razón por la cual los puestos de control impuestos por el Ejército de Tel Aviv suelen estar cerrados. «¿Alguna vez has intentado insistir, explicando a los militares que tienes que ir al hospital?», le pregunto a Sanah. Ella niega con la cabeza: «Los soldados nos ordenan que volvamos. Cuando eso ocurre, me paso el día llorando».
A la mujer se le cae una lágrima, pero enseguida se recupera. A Fatafta se le ha ocurrido un nuevo juego y su pequeño se ríe a carcajadas. «Llevábamos años esperando un psicooncólogo», explica el doctor Najajreh, «y ahora lo tenemos gracias a Soleterre. La moral de los niños mejoró inmediatamente». Soleterre es una organización italiana sin ánimo de lucro que decidió intervenir con fondos y personal aquí mismo, en Beit Jala, en Belén. «Desde hace años tenemos un proyecto similar en Ucrania, así que nos dijimos: ¿Por qué no hacerlo también en Palestina?», explica el doctor Damiano Rizzi, también psicooncólogo y fundador de la organización sin ánimo de lucro.

Una propuesta de colaboración acogida con entusiasmo por quienes apoyan el pabellón oncológico, como la Palestinian Relief Children Foundation y la ONG Vis. «El sueño es construir una casa de huéspedes para alojar aquí a los pacientes de Gaza que se queden sin tratamiento», añade el doctor Najajreh. La sala de oncología es moderna y vanguardista gracias a fondos extranjeros que compensan la falta de recursos locales.
Al día siguiente decidimos ir a uno de los campos de refugiados más afectados por las incursiones israelíes y de donde también proceden algunas de las familias que conocimos en el hospital. La carretera a Tulkarem, en el norte de Cisjordania, está constantemente interrumpida por puestos de control pero, afortunadamente, hoy están todos abiertos. «Hace dos días nos devolvieron después de horas de cola», apunta el conductor palestino, confirmando la versión de Sanah. Una hora y media de viaje para llegar a Nour Shams, el campo de refugiados de Turkarem creado en los años 50 para acoger a los palestinos que huían de la Nakba, como llaman los palestinos al éxodo forzoso de su tierra tras la guerra árabe-israelí de 1948.
Bajo sábanas oscuras
«Hello!», nos saluda Malak al llegar a pie. Tiene 10 años, habla inglés y se ofrece a ser nuestro guía. «Go, go! ¡Vamos!», añade, guiándonos por un empinado tramo de escaleras; entonces, el paisaje cambia de repente. Frente a nosotros vemos montones de ruinas: un barrio entero destripado por las bombas y del que solo quedan escombros. «¡Drones!», grita Malak, invitándonos a refugiarnos bajo unas sábanas oscuras que cubren un estrecho callejón. Los palestinos las utilizan para evitar ser detectados y ahora esta zona está abarrotada de gente. «No es seguro para vosotros», dice un joven con un rifle colgado del hombro, que viene hacia nosotros, alarmado. No sabemos a qué grupo pertenece. Para Israel es un terrorista, para esta gente es un combatiente de la resistencia. Los drones sobrevuelan la zona y luego se alejan. Es hora de que vayamos a un lugar seguro.

Pero antes recibo una videollamada. «Queríamos decirte que hoy no hemos podido llegar al hospital», cuenta Fatafta. La psicooncóloga nos habla desde el salón de la familia de Sanah. Hoy, los puestos de control vuelven a estar cerrados en la zona de Hebrón y, a diferencia de ayer, el niño no podrá completar su tratamiento de quimioterapia. «Por suerte vivimos cerca y he podido hacerle una visita a domicilio», concluye.
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