Resulta que ha aparecido un nuevo planeta enano en el sistema solar. Se trata de Hygiea. Dista del sol el triple que la Tierra y lo ha dado a conocer un artículo de la revista Nature Astronomy que firman 47 científicos de distintas instituciones de todo el mundo. No hay motivos para no creerlo y, de hecho, yo acojo la noticia con alborozo. En realidad, a uno podría darle igual que hubiese un planeta más o menos –sobre todo, pensará alguno, si es de pequeño tamaño– pero eso es porque miramos poco al cielo. Así nos va. De tanto mirar al suelo, se nos ha olvidado el espectáculo maravilloso que la bóveda celeste nos ofrece cada noche. Bueno, la contaminación lumínica le resta majestad al firmamento y oculta muchos de sus tesoros, pero aun así hay lugares en Madrid y sus alrededores desde lo que contemplar las estrellas.
Occidente lo construyeron quienes levantaban la vista a los astros. Así hicieron los pueblos griegos cuando se dirigieron a Troya para llevar la guerra a la ciudad del insolente Paris. Así hizo Ulises al regresar a Ítaca para terminar descubriendo que, tras mucho tiempo ausente, solo lo reconocía su perro. Hacia el cielo volvería el rostro Abrahán camino de Canaán llevado por un amigo que no era de este mundo y hacia allá alzaría los ojos cuando se le pedía que sacrificase a su hijo Isaac. Hacia arriba y a lo lejos miraban los israelitas mientras el Señor marchaba delante de ellos «de día en columna de nube, para guiarlos por el camino, y de noche en columna de fuego para alumbrarlos de modo que pudiesen marchar de día y de noche». Fue una estrella quien guio a los Reyes Magos indicándoles el lugar donde habían de ir a adorar al Señor del Mundo, que había nacido en un pesebre porque no quedaba sitio en la posada. También Jesús elevaría la mirada en la noche terrible del Huerto de los Olivos. Hoy, 20 siglos después, seguimos maravillándonos de las noches cubiertas de luz. No debe sorprendernos que a la Vía Láctea se la llame, también, Camino de Santiago, porque los peregrinos la tomaban como referencia camino de la tumba de Jacobo mientras llevaban en el corazón la fe y en las alforjas la mirada del románico.
Así, pues, a mí me hace mucha ilusión que haya un nuevo planeta, por pequeño que sea, en el sistema solar. Me gusta pensar que la creación nos sigue sorprendiendo en cada niño que nace y en cada vistazo telescópico que echamos al cosmos. Ese Dios que crea por amor, por amor otea el horizonte como aquel padre misericordioso que esperaba incansable a su hijo por si volvía. También ese hijo debió de mirar al cielo para encontrar su camino y para comprender que, desde toda la eternidad, su Padre lo había estado esperando.
Ricardo Ruiz de la Serna @RRdelaSerna
(Foto: ESO/P. Vernazza et al./MISTRAL algorithm (ONERA/CNRS))