«Un impacto tremendo. Devastador». Las recientes revelaciones sobre abusos sexuales han sumido a la Iglesia de Estados Unidos en una crisis de profundo calado, capaz de sacudir los cimientos de la fe. Más allá de las acusaciones del exnuncio en ese país que pretenden involucrar al Papa y que el Vaticano se alista a desmentir, un arzobispo encuadra los contornos del problema. Advierte de una «profunda decepción» hacia los obispos a causa de la corrupción de aquellos que se volvieron «lobos con piel de oveja». Y aunque manifiesta preocupación por las anunciadas investigaciones judiciales, asienta: «Debe haber transparencia y claridad»
Gustavo García Siller nació en México, pero trabaja del otro lado de la frontera desde la década de los 80. En 1998 obtuvo la ciudadanía estadounidense. Obispo auxiliar de Chicago primero, en 2010 fue elegido para guiar los destinos de la archidiócesis de San Antonio. Durante su servicio en Texas afrontó denuncias contra dos sacerdotes, uno por abuso sexual y el otro por posesión de pornografía infantil. Ambos fueron removidos del ministerio y juzgados en tribunales civiles, pasando algún tiempo en la cárcel.
No esconde su conmoción por la crisis. Se declara «profundamente avergonzado y decepcionado» por «la corrupción en la Iglesia», que en su momento no permitió ayudar a las víctimas de estos «horrendos crímenes» a sanar sus heridas, ni que se protegiera a otras y a la sociedad de los delincuentes. «Al mismo tiempo me siento sumamente preocupado por la fe del pueblo de Dios, el rebaño traicionado por pastores que se convirtieron en lobos con piel de oveja», asegura, en entrevista con Alfa y Omega.
García Siller reconoce el impacto devastador de los más de mil testimonios sacados a la luz a mediados de agosto por el informe de un Gran Jurado, que documentó los abusos cometidos por unos 300 sacerdotes en seis diócesis de Pensilvania. Si bien recuerda que la gran mayoría de esos ataques ocurrieron entre 1947 y el año 2002, precisa que incluso solo un caso actual «sería muy alarmante».
«La crisis de valores propia del cambio de época de por sí ha dañado la confianza en las instituciones y figuras de autoridad. En el caso de la Iglesia estas revelaciones han sido un catalizador de ese proceso destructivo. Muchas personas están experimentando esta crisis como una prueba a su fe, pero hay quienes lo están viviendo como una oportunidad para ayudar a que el cuerpo de Cristo, la Iglesia, cambie para bien y emprenda nuevos caminos», afirma.
Y añade: «La gente está sumamente decepcionada, sobre todo de los obispos, y con mucha razón. En distinta medida y de diferentes modos cada persona está viviendo un proceso de duelo, especialmente los católicos, tratando de sanar las heridas». Al mismo tiempo, afirma sentirse esperanzado por el valor mostrado por las víctimas al denunciar, las autoridades que han trabajado por la justicia, los periodistas que han sacado «la podredumbre» a la luz y los múltiples fieles que están velando por los indefensos.
No a los acuerdos extrajudiciales
El problema de los abusos sexuales entre los clérigos de Estados Unidos no resulta de fácil comprensión. García Siller recuerda que, desde la crisis de Boston en 2002, los obispos del país se propusieron estudiarlo a fondo en la búsqueda de las mejores soluciones. Identificaron que un abusador es producto de múltiples factores, mentales y personales. Muchos de ellos son «hijos» de un cambio de época marcado por la desintegración familiar, la ausencia de figuras paternas y maternas sanas, y el incremento de la violencia a todos los niveles. Con una consecuente combinación de graves patologías que propician conductas criminales.
«Sin embargo, somos conscientes de lo indignante y grave que ha sido el encubrimiento por parte de quienes ostentan autoridad, pues se impidió que se atendiera adecuadamente a las víctimas, se hiciera justicia, se protegiera a otros de potenciales crímenes y se aplicaran mejoras en la selección y en la formación para prevenir ese desorden moral y mental. Si una conducta está descrita en la ley como delito, significa que es de interés público su prevención, persecución y resarcimiento, en lo posible, al daño causado», insiste el arzobispo.
«En muchos casos se llegó a acuerdos extrajudiciales al amparo de la ley, mediante el pago de enormes sumas de dinero para que las víctimas no revelaran esos crímenes. De esa manera se hizo gran daño al bien común. Deberíamos cuestionarnos como sociedad por qué es eso legal en Estados Unidos. La rendición de cuentas por parte de todos los responsables es una solución de raíz en la que hemos avanzado con lentitud», precisa.
Sus palabras resuenan con fuerza en un país donde se consolidó la práctica para muchas diócesis de destinar cientos de millones de dólares a resolver las denuncias fuera de los tribunales. Por eso se pensaba que, tras la emblemática crisis de Boston y los posteriores acuerdos extrajudiciales, no explotarían nuevas crisis. Pero el informe de Pensilvania demostró lo contrario. Además, en los últimos días, fiscales de Nueva York, Nebraska, Nueva Jersey, Nuevo México, Florida, Missouri e Illinois anticiparon su voluntad de conducir sendas investigaciones.
«Toda la situación nos preocupa, pero tiene que haber claridad y transparencia. La herida se tiene que limpiar a fondo para que pueda sanar», señala García Siller al respecto. Una herida acentuada por el clericalismo. Porque con los menores, constata el arzobispo, siempre hay mayores, de uno u otro modo. Mayores que deben rendir cuentas. No solo obispos, sacerdotes o consagrados, sino también fieles laicos. Muchos de ellos, precisa, dependen demasiado de la opinión del sacerdote o del obispo. «El clericalismo es un veneno. Se señala a uno por ser muy bueno, a otro por ser muy malo, pero no se mira al espejo», considera.
En cambio, sigue, ante los abusos es necesario denunciar a las autoridades competentes, a la Policía o al fiscal. Y eso lo pueden hacer, sobre todo, los familiares de las víctimas o quienes se han visto involucrados de alguna manera. En contraparte, la jerarquía eclesiástica estadounidense debe aplicar con más rigor el ya existente Estatuto para la Protección de Niños y Jóvenes. Empujar una mayor y más eficaz rendición de cuentas, especialmente por parte de los obispos y hacer más para que nunca se vuelva a dar un abuso sexual por parte de un clérigo, un colaborador de la Iglesia o cualquier persona.
El obispo de San Antonio, Estados Unidos, Gustavo García Siller, en el Vaticano
(Foto: Andrés Beltramo)
Actuar con valentía
Sobre la polémica de las últimas semanas por las acusaciones públicas del ex nuncio apostólico e Estados Unidos, Carlo María Viganò, que acusó al Papa Francisco y a altos cargos de la Curia romana de haber encubierto los abusos del excardenal Theodore McCarrick, Gustavo García Siller responde que «el arzobispo McCarrick ya está siendo sometido a un proceso canónico». E inmediatamente vuelve sobre la crisis que, recuerda, no ha sido ni la primera ni la última en la Iglesia estadounidense.
«Si se hace una reflexión y una crítica seria de los hechos, eso puede llevar, ojalá, a que otras sociedades en otros lugares del mundo no tengan que esperar a que sucedan estas cosas para entender uno de los problemas causados por la fractura que hay en el consenso social sobre los valores en todo el mundo», constata.
Y, como recomendación a los fieles, propone: «Debemos actuar con la valentía que faltó en décadas anteriores, por cuya ausencia fue permitido tanto mal. Yo invito a todos a hacer lo que a cada uno le corresponde y lo que cada quien pueda hacer para atender a las víctimas de los abusos y a aquellos cuya fe ha sido afectada por todo esto».
Andrés Beltramo Álvarez (Ciudad del Vaticano)
Imagen: Una mujer, con una pancarta que pone No necesitamos oración, necesitamos justica,
frente a la sede de la diócesis de Pittsburg, en agosto.
(Foto: CNS)