José María Gil Tamayo abandona la Secretaría General de la Conferencia Episcopal (CEE) para suceder desde el próximo sábado a Jesús García Burillo como obispo de Ávila. En lo eclesial, sus cinco años al frente de la sala de máquinas del episcopado han estado marcados por la puesta al día con el pontificado del Papa Francisco. Han sido también –dice– años de «turbulencia política en España», en los que los obispos han buscado «contribuir a la cohesión social»
Ávila está muy cerca de Madrid. ¿Por qué no ha querido presentarse para un segundo mandato como secretario general?
El nombramiento de obispo es un encargo del Papa y un desposorio con una Iglesia local. Después de pasar 20 de mis 38 años de cura dedicados a la CEE, tenía muy claro que ahora debía dedicarme a tiempo completo a mi diócesis. Además, aunque haya pasado mucho tiempo entre obispos, voy a ser un obispo novato, tengo mucho que aprender.
¿Qué consejos le ha dado a Luis Argüello, su sucesor como secretario general?
En esto soy muy discreto, cada uno tiene su estilo, pero sí creo que es muy importante que haya venido un obispo, con voz y voto en la Asamblea Plenaria.
¿Usted se ha sentido fuera de lugar por no ser obispo?
En absoluto. Me he sentido muy amparado por los obispos. Y después de haberlos conocido de cerca, me quito el sombrero por la personalidad y el trabajo de cada uno.
El secretario es, a día de hoy, también portavoz de los obispos. ¿Cómo ha llevado esa parte del trabajo?
He tratado simplemente de trasladar la naturalidad de la vida de la Conferencia a la comunicación. Lo primero es transmitir vida, porque si no haríamos ficción. Sin caer en el rumor ni en la sobreexposición mediática. En la vida de una institución hay momentos comunicativos y otros que son de vida interior. Debemos tener transparencia sin que eso signifique dejar permanentemente todas las puertas abiertas. No todo es comunicación, y como secretario he procurado ser discreto, no acaparar el protagonismo de una institución que es ante todo comunión y trabajo conjunto.
Ha sido un período de muy pocos documentos publicados.
El Papa ha dicho que ya tenemos mucha doctrina… Pero sí ha habido dos o tres documentos importantes. Uno es La Iglesia servidora de los pobres. Había que dar una respuesta orgánica, estructurada, que al mismo tiempo contenía un claro mensaje político, fijándonos sobre todo en los más necesitados. Y ahí hemos querido poner el acento, con un documento que ha servido también como respuesta a diversos momentos electorales en España, con una serie de ideas que ya no hacía falta seguir repitiendo continuamente.
Otro documento es la instrucción pastoral Jesucristo, salvador del hombre y esperanza del mundo, que aunque al principio recibió una recepción muy superficial, es un texto de gran calado, un trabajo de cristología propuesto al hombre de hoy de manera sintética y clara, y que nos ayuda a recordar cuál es el centro de nuestra acción evangelizadora.
Y por último, está el plan pastoral, en el que se enmarca la reforma de la propia CEE, y se hace eco de la exhortación Evangelii gaudium [el documento programático del Papa Francisco] para, sin inmiscuirse en la autonomía del obispo en cada diócesis, ofrecerles propuestas de ayuda.
Hay quien ha dicho que la CEE ha tenido en estos cinco años un perfil político anómalamente bajo.
Yo siempre digo que hay que buscar la eficacia en la comunicación. No porque uno grite es más claro, sino que más bien contribuye a generar ruido. Nosotros lo que hemos querido es ser eficaces a partir del eje de la acción social y caritativa, un aspecto que destacó el rey en su discurso por los 50 años de la CEE. Hemos querido contribuir a la cohesión social en una época de turbulencia social y política en España, sobre todo en el ámbito territorial. Nuestro mensaje ha sido que no somos un contrincante político, sino que nos mueve la búsqueda del bien común, sin dejar de recordar los grandes principios innegociables que, por otro lado, están muy claros, y cualquier cristiano comprometido ya se los sabe. Hemos procurado no meter a la Iglesia en un pim pam pum electoralista, en un momento en el que por desgracia estamos viendo que el ambiente político no es de sosiego.
¿Cómo ha sido su relación con los diferentes gobiernos?
La mayor parte del tiempo me han tocado gobiernos del Partido Popular. Mi relación ha sido fundamentalmente con Vicepresidencia (de la relación con Presidencia se encargaba don Ricardo [Blázquez]), y debo decir que el trato ha sido fluido, de mutuo conocimiento y acogida. También he mantenido encuentros con líderes de la oposición, siembre desde el respeto. La Constitución marca la claves para la relación de la Iglesia con el poder político: independencia y colaboración. Hemos dicho con libertad todo lo que hemos querido decir, con claridad y en la puerta oportuna. Pero lo hemos hecho desde una oferta de ayuda, desde la voluntad de sumar, como ha sucedido, por ejemplo, con la respuesta a la crisis a través de Cáritas.
¿La cuestión educativa ha el asunto más complicado que ha tenido estos años sobre la mesa?
He tenido bastante relación con los ministros, especialmente con Méndez de Vigo. Nos ha marcado con dolor la reducción de la clase de religión. Ha sido algo inexplicable este desbarajuste autonómico con una cuestión de Estado, acordada con la Santa Sede. Se han transferido las competencias en educación, pero no las obligaciones. Y cada Comunidad Autónoma ha interpretado según su marca ideológica, e incluso dos autonomías gobernadas por un mismo partido han utilizado distintas varas de Madrid.
Ahora, desde el verano, los problemas son distintos. Desde el Ministerio se están lanzando anuncios a través de los medios que tocan para nosotros cuestiones esenciales como la libertad de educación en lo que respecta a los conciertos y a la clase de religión. A nivel interno, quisiera destacar el logro de la mesa eclesial para el diálogo educativo, que reúne a las grandes instituciones de la Iglesia en España en el ámbito educativo para ir a una en las negociaciones. Ha sido un paso muy importante.
Y un reflejo de la mejora sustancial en las relaciones obispos-religiosos. En la cuestión territorial, sin embargo, el desgarro intraeclesial sigue abierto.
Esto quizá no trasciende fuera, pero se ha avanzado en la Conferencia en un clima de diálogo, de escuchar a quienes son allí los pastores de la Iglesia, a la vez que ellos escuchan a los pastores del resto de España. Ya quisiera yo que esta comunión la hubiera en el ámbito político y social. La Iglesia ha estado, está y estará siempre en Cataluña. Siempre uniendo, fomentando la concordia. Esa es nuestra tarea, esa es la política de altura, la Política con mayúscula y en cristiano.
«Tenía ganas de dedicarme a la pastoral a tiempo completo»
¿Echaba ya de menos el contacto con la gente?
Sí, voy a Ávila muy ilusionado, con muchas ganas de dedicarme a la pastoral a tiempo completo. Aunque siempre he estado vinculado de un modo a otro a una parroquia. Quizá me ha pasado algo que hoy es muy común en todos los curas, y es que, al ser menos, hemos tenido que suplirlo echándonos más carga encima. En mis primeros años, por ejemplo, al mismo tiempo que atendía tres pueblos (algo que entonces no era tan habitual en Badajoz como ahora), llegué a tener 22 horas semanales de clase de Religión. Después [en 1998 fue nombrado director del Secretariado de la Comisión de Medios de Comunicación Social de la CEE], me pasé varios años yendo y viniendo entre Madrid y Badajoz, sin dejar tampoco la Delegación diocesana de Medios. Y en esta última etapa, como secretario, he tenido una dedicación más completa, aunque he vivido en una parroquia, Nuestra señora de la Araucana, para que no me faltara el contacto con la gente.
¿Qué planes tiene para la diócesis de Ávila?
Voy sin programa. Lo que sí llevo en la cabeza es la Evangelii gaudium [el documento programático de Francisco], la hoja de ruta que nos ha marcado el Papa. Y tengo muy presente que Ávila es una diócesis con una dimensión de espiritualidad de primer orden. No hablo de una reliquia del pasado, como si se tratara de un parque temático, sino de una realidad actual, con sus 15 monasterios de vida contemplativa. Son dones que nos recuerdan, en palabras del Papa Benedicto, la primacía de Dios. Y yo tengo que cuidar eso que recibo y hacerlo fructificar.
Ricardo Benjumea
Imagen: José María Gil Tamayo, durante la rueda de prensa
tras la reunión de la Comisión Permanente
de la Conferencia Episcopal Española, en octubre de 2018.
(Foto: EFE/Sergio Barrenechea)
«Cura y periodista, por ese orden»
Al Igual que su primer arzobispo y maestro, Antonio Montero, José María Gil Tamayo se define como «cura y periodista, por ese orden». «Los medios son para mí una pasión, amo esta profesión», asegura. «Me acuesto cada noche tarde, como un periodista, después de ojear los periódicos del día siguiente, y me levanto a la mañana siguiente temprano, como un cura. No sueño con los angelitos, sino con los titulares. Aunque también esto me sirve para rezar, para encomendar diferentes asuntos».
Tras haber sido responsable de la comunicación en la archidiócesis de Mérida-Badajoz y en la CEE, Benedicto XVI lo nombró en 2006 consultor del Consejo Pontificio de las Comunicaciones Sociales. Allí trabó una gran amistad con el padre Federico Lombardi, entonces director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, quien le llamaría a Roma en 2012 para ejercer de portavoz en lengua española durante el Sínodo de los obispos sobre la nueva evangelización, y de nuevo durante el periodo de sede vacante a la renuncia de Joseph Ratzinger, hasta el cónclave y elección del Papa Francisco.
Como experto en comunicación Gil ha asesorado a diversos obispos y episcopados de América Latina, lo que le ha proporcionado un conocimiento de primera mano de una Iglesia que afronta «problemas estructurales, como la desigualdad o la violencia», pero que «al mismo tiempo tiene una gran frescura y vitalidad», afirma. Esa experiencia le resultó de gran ayuda cuando recibió el encargo de coordinar diversos programas de cooperación de la CEE con el continente iberoamericano, especialmente, en los últimos años, con las Iglesias de Cuba y Venezuela, un trabajo –asegura– que le ha proporcionado una de sus «mayores satisfacciones» como secretario.
Otro de los asuntos que han marcado su mandato ha sido la obtención de una licencia para TRECE y su mayor integración con COPE. «Yo creo que son dos activos para la Iglesia, dos altavoces para influir en la sociedad española desde una cosmovisión cristiana y para la defensa de las libertades», dice. «Naturalmente, todo es mejorable, pero COPE y TRECE son referencias de una Iglesia en salida que se abre por las antenas, los satélites y las redes. Como dice el Papa, cuando uno sale se constipa. Quien está en estado de hibernación no tiene ese peligro, pero nosotros no queremos eso».