En su intervención en el curso de la Fundación «Centesimus Annus» sobre Doctrina Social, el Secretario para las Relaciones con los Estados relanza el tema del «diálogo constructivo» entre la fe y los valores ecologistas y recuerda el compromiso del Vaticano de reducir las emisiones netas antes de 2050.
23 de enero 2021.- La calidad de la relación entre la doctrina social de la Iglesia, «ferviente defensora de un sano y profundo ecologismo respetuoso con el ser humano», y los distintos Green New Deals dependerá «de los distintos grados de compatibilidad que puedan ir identificando ambas partes». Así lo afirmó el Arzobispo Paul Richard Gallagher, Secretario para las Relaciones con los Estados, al intervenir el sábado 23 de enero por la mañana en la apertura del curso de formación en Doctrina Social de la Iglesia promovido por la Fundación Centesimus Annus – Pro Pontifice.
En su intervención, el prelado, retomando el tema general del curso – «La Doctrina Social de la Iglesia para un Nuevo Acuerdo Verde»- profundizó en sus implicaciones «en la práctica de los Estados y en la valoración del bien común». Y pidió un «diálogo constructivo» entre la Iglesia y el mundo ecologista, que inspira los programas ecológicos y sociales promovidos a nivel nacional e internacional. «Por nuestra parte – subrayó- , el precioso valor añadido que introduciremos en este diálogo será, naturalmente, nuestra perspectiva cristiana», resumió el prelado con una referencia al número 41 de la exhortación apostólica postsinodal «Querida Amazonia», en la que se afirma que «liberar a los demás de su esclavitud implica ciertamente cuidar el medio ambiente y protegerlo, pero aún más ayudar al corazón del hombre a abrirse con confianza al Dios que no sólo ha creado todo lo que existe, sino que se ha entregado a sí mismo en Jesucristo».
Tal vez, señaló Gallagher, «la verdadera gran grieta que divide las sensibilidades políticas y culturales de hoy es la elección básica entre depositar la confianza en Dios o en los productos de la acción humana exclusivamente». Nosotros -aseguró- elegimos creer en el Hombre amado por Dios, llamado a ser el guardián de su jardín y no su competidor».
En este sentido, el arzobispo ha recordado lo dicho por el Papa Francisco en la Cumbre de Alto Nivel sobre la Ambición Climática, celebrada de modo virtual el 12 de diciembre del año pasado, en el marco de la cual se anunció el compromiso de la Santa Sede de adoptar una estrategia de neutralidad climática. En esa ocasión, el Pontífice indicó cómo, para lograr ese objetivo, nos moveremos en dos niveles: por un lado, el Estado de la Ciudad del Vaticano «se compromete a reducir las emisiones netas a cero antes de 2050, intensificando los esfuerzos de gestión ambiental, ya en marcha desde hace algunos años, que hacen posible el uso racional de los recursos naturales como el agua y la energía, la eficiencia energética, la movilidad sostenible, la reforestación y la economía circular también en la gestión de los residuos»; por otro lado, la Santa Sede «se compromete a promover la educación para la ecología integral».
Al fin y al cabo, observó el Secretario de Relaciones con los Estados, «sabemos lo difícil, si no imposible, que es volver a la época preindustrial; también entendemos que las mejoras de la ciencia y la tecnología nos ayudan a reducir los gravísimos problemas medioambientales que afligen al mundo». Y sin embargo, «nunca podremos ser ecologistas creíbles sin una mirada crítica hacia la idea moderna de progreso, entendida como el tranquilizador desarrollo lineal de las posibilidades humanas a través de una evolución tecnológica ilimitada». La trágica ironía, según Monseñor Gallagher, es que «una cultura así, que imagina el producto del hombre como instancia suprema, salvadora y definitiva, acaba luego destruyendo inexorablemente al propio hombre y a su entorno.»
El arzobispo no dejó de señalar las referencias a la Sagrada Escritura y a las enseñanzas del Magisterio en materia de medio ambiente, advirtiendo que sería limitante reducir «el pensamiento económico y social de la Iglesia a una invitación genérica a la deferencia con los valores de la libertad y la justicia social», porque como cristianos «sentimos la llamada a la caridad y a la fraternidad universal como una gozosa observancia de la voluntad de Dios».
Al señalar «el difícil momento histórico que vivimos a causa de la pandemia del covid-19», el prelado remarcó que, por su importancia e intenciones, el Green New Deal es «un tema digno de la mayor atención, y es bueno pensar en él no como una propuesta con contenidos definidos y tamizables», sino como «una idea-marco dentro de la cual se pueden reconocer unidades distintas, hoy y mañana, y que por tanto requerirá el rigor de evaluaciones específicas».
Después , reflexionando sobre la expresión Green New Deal, recordó que se originó en los Estados Unidos de América durante la recesión de 2007 para definir «un tipo de programa medioambiental para liberar a la economía nacional de la dependencia del petróleo, a través del aumento del uso de energías alternativas». Posteriormente, adquirió «una vocación internacional, que se confirma con el uso de términos similares en los programas medioambientales promovidos por las Naciones Unidas y la Unión Europea». Esta última, por ejemplo, adopta la expresión European Green Deal, una estrategia que fue propuesta el 11 de diciembre de 2019 por la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, y que contempla, entre otras cosas, «la neutralidad climática en los países de la Unión Europea para 2050, la protección de los ecosistemas y la biodiversidad», apoyo a la agricultura libre de pesticidas, fertilizantes y productos químicos», así como el fomento de «los vehículos eléctricos, el aumento de la inversión en tecnologías medioambientales, las subvenciones financieras a las empresas para la reconversión ecológica y la cooperación internacional para la mejora de las normas medioambientales mundiales».
No obstante, añadió, los grandes Nuevos Acuerdos Verdes que se están elaborando actualmente tienden a «representar, por un lado, la esperanza de un avance histórico para el futuro del mundo» y, por otro, «una insistencia en ciertos temas que parecen restringir, más que ampliar, la reflexión ecológica, corriendo el riesgo de dar una apariencia de ecologismo uniforme y alineado». En este sentido, podría «ser prudente» dar preferencia en los Nuevos Acuerdos Verdes a aquellos «contenidos que tengan menos tintes de ecologismo interesado». De hecho, «una cierta actitud cultural que, por un lado, convence por sus buenas intenciones sociales, pero que, por otro lado, decepciona porque no cuestiona la especulación económica» es algo desconcertante.
«Al menos una parte de la narrativa socio-política de nuestros días sobre la globalización – señaló el arzobispo – está marcada por una doble ironía: acaba apagando el diálogo en lugar de promoverlo y corre el riesgo de dividir en lugar de unir». Y es precisamente el Papa Francisco, en su reciente encíclica Fratelli tutti, quien advierte contra «las posibles trampas de una cultura quizá más inclusiva en la forma que en el fondo».
En este punto, continuó Gallagher, «me parece útil señalar un riesgo presente en la dialéctica política actual»: el hecho de que «los más críticos con la lógica del beneficio acaban apoyándola sin querer», mientras que sus defensores «se engañan a sí mismos pensando que puede preservar esos buenos valores a los que dicen estar unidos». En este sentido, es fundamental observar que «la economía globalizada, entendida como una expansión extrema de una lógica comercial, no tiene nada que ver con la vocación universal de la Iglesia y con el deseo de fraternidad y paz mundial».
L’OSSERVATORE ROMANO
Imagen: Brasil, una mirada a la selva amazónica