«Yo me llamo Isa y soy del Atleti». Así, de corrido, se presenta Isabel, sentada en la primera fila de una de las aulas de la Fundación Caná. A su lado, Pepe se ríe. Una sonrisa que le llena la cara. En el siguiente pupitre, Alejandra. Ella especifica que, por el contrario, es del Madrid. Cova llega un poco tarde, y rápidamente nos cuenta que esa misma tarde se va a cortar el pelo, «pero muy poco, las puntas». Desde el fondo interviene Rodri para apuntar que esa semana están estudiando cultura general y que hoy toca el espacio.
En esta clase, como en todas las de la Fundación Caná, todos los chavales tienen alguna discapacidad intelectual: síndrome de Down, síndrome de Prader-Willi, síndrome Williams, autismo (alguno asperger)… También hay ocho personas con parálisis cerebral de diversos grados. Como Rocío, a la que vemos caminando por un pasillo, acompañada de su fisioterapeuta, y ayudada por un bipedestador. Muestra otra gran sonrisa cuando nos despedimos de ella.
Muchos de estos niños son adoptados. Lo cuenta Reyes Hernández, la directora, que alaba a estas familias que, después de tener sus hijos biológicos, optan por acoger a uno con discapacidad. Y habla del caso concreto de un niño de Kenia con parálisis, abandonado al nacer detrás de unos arbustos y descubierto por un joven madrileño durante un voluntariado. Lo contó en casa a la vuelta y animó a sus padres para que lo adoptaran.
En la fundación atienden a 140 personas socias de la entidad, y otras 70 acuden a los talleres por las tardes. Más de 200 a la semana, de 11 a 54 años, a las que, desde este mes de septiembre, están atendiendo en una nueva sede. Construida junto al templo de Santa María de Caná, fue bendecida el pasado 11 de octubre por el arzobispo de Madrid, cardenal Carlos Osoro.
«Se quedó muy impresionado sobre todo por cómo estaban adaptadas al servicio que damos», afirma la directora. Y observó cómo «este es el ejemplo de respuestas que da la Iglesia» cuando pide a las personas que sean valientes ante la vida. «Yo te pido que seas valiente, pero estoy detrás», resume Reyes lo que transmitió el arzobispo. El purpurado además calificó la fundación como «una obra de amor», y afirmó que es una «maravilla» que «la comunidad cristina seáis los protagonistas de esta obra».
El párroco, Jesús Higueras (en la imagen inferior, junto al cardenal Osoro), agradeció por su parte al arzobispo el apoyo que «siempre» ha mostrado en este proyecto y recordó las palabras del Papa Francisco: «Yo sueño a la Iglesia como un hospital de campaña donde la gente pueda ir y los que se encuentren cansados, descartados, tengan un espacio y un lugar». Eso es, dijo, la parroquia, «un lugar donde sois queridos como sois».
Ir dando respuesta a las necesidades de los niños
Los orígenes de la fundación hay que buscarlos en la propia parroquia, hace 20 años, cuando una madre con dos hijos con discapacidad intelectual inició su trabajo con los niños en los salones parroquiales. Empezaron con actividades de ocio para ellos, al detectar esta carencia, y poco a poco se fueron incorporando terapias. En el año 2016, Jesús Higueras pidió permiso al Arzobispado para constituirla en fundación, y en julio de ese año se erigió como tal.
«Nacimos no como un centro de día al uso, sino como una fundación con proyectos», explica la directora. El más importante es el de atención diurna, que se divide en proyecto Vida para los más afectados, y proyecto Sigue para los que tienen más autonomía (los que pueden andar, comer…). «Hace dos años teníamos dos personas; el año pasado, siete, y este, 24», subraya Reyes, lo que da una idea del crecimiento exponencial de la fundación.
En Navidad inaugurarán el proyecto Salta. A diferencia de los anteriores, que son de por vida —la persona solo se va de la fundación si su familia así lo decide—, este tiene una duración de dos años, y está concebido como un período de maduración para pasar a otros proyectos o recursos. Se trata de dar una oportunidad a los chicos que terminan el colegio —a los 21 años en el caso de la educación especial—.
La otra gran línea es la vespertina: el proyecto Activa, de 16:00 a 20:00 horas, que serían el equivalente a las extraescolares. En la Fundación Caná tienen 14 talleres de informática, cocina, zumba, robótica, costura… También se trabajan habilidades sociales (coger un autobús, manejar dinero) y formación laboral. Entre ellas, y como una forma de recibir financiación, hacen detalles para bodas. El último encargo, unos marcapáginas para el pasado 15 de octubre, que dibujó uno de los chicos copiando una foto de los novios.
Y los sábados por la tarde se desarrolla el proyecto de Ocio, que consiste en salidas a las que acuden más de 100 chicos acompañados de más de 40 voluntarios. Cine, teatro, bolera o parques temáticos son algunos de sus favoritos; en verano tienden más a hacer excursiones a la naturaleza. Para que las familias también puedan descansar, organizan de forma periódica salidas de fin de semana y, en verano, convivencias de doce días.
«Esto no es un trabajo, es una familia»
Para todo esto, la fundación cuenta con un equipo profesional de 15 personas entre pedagogos, psicólogos, fisioterapeutas, psicólogos, auxiliares… Lo que distingue a la entidad es que «son jóvenes que han estado años como voluntarios, han estudiado una carrera que tenía que ver con lo que hacíamos y se han incorporado al equipo». Por eso, asegura Reyes, en la fundación se respira de otra manera. «Esto no es un trabajo, es una familia».
No solo se cuida a los niños, como ella los llama; «se les trata de tú a tú, se les respeta». La delicadeza de algunos detalles de la nueva sede lo demuestran: en los baños, por ejemplo, han colocado guías para que los más imposibilitados puedan estar con arnés mientras usan el baño, sin necesidad de que haya alguien constantemente a su lado. «Tienen ese espacio de intimidad». Y el ascensor (en la imagen inferior, con la directora), además de ser más ancho de lo normal para que quepan las sillas de ruedas, es panorámico para que no tengan sensación de agobio.
La nueva sede, así, permite tener espacios totalmente adaptados a las necesidades de los chicos. Como la sala multisensorial, en la que a través de colores y sonidos, se facilita la estimulación. Una cama de agua en el centro permite experimentar las sensaciones que en el cuerpo producen los estallidos de los fuegos artificiales o vivir lo que sentiría un astronauta en el despegue de un cohete, por ejemplo; un dado grande cuadrado con las caras de colores hace, en función de cómo caiga, que cambien las tonalidades de la sala; unos haces de fibra óptica iluminados, una columna de burbujas de agua, una alfombra de estrellas o unas pantallas táctiles sirven también para meter a niño en el mundo de los sentidos y que rehabilite mediante el juego….
Todo lo que se trabaja con ellos va en la línea de la formación integral de la persona y de mejorar su calidad de vida. «Se trata de que las personas se encuentren felices». Adri, de 26 años, lo resume perfectamente desde su silla de ruedas en clase de musicología: «Lo que más me gusta es el buen trato que nos dan y el buen ambiente que hay. Aquí estamos fenomenal».
B. ARAGONESES
Infomadrid