Un revólver que al final no utilizó y un crucifijo fueron las armas que llevó el Lobo cuando logró infiltrarse en ETA en los 70. Hoy tiene como director espiritual al obispo auxiliar de Valencia.
20 de julio 2023.- «Yo siempre he ido con la pistola en el cinto y con el crucifijo en el bolsillo», dice Mikel Lejarza, alias el Lobo, el policía que se infiltró en ETA en los años 70 logrando la detención de más de 150 terroristas y el descabezamiento de la cúpula, además de evitar numerosos atentados. Después de descubrirle, la banda terrorista empapeló las calles del País Vasco con su fotografía y el lema: «Se busca». Tuvo que esconderse, operarse la cara para no ser reconocido y vivir oculto por los Cuerpos de Seguridad del Estado para el resto de su vida. Ahora atiende la llamada de Alfa y Omega y reconoce: «Yo no me habría metido en todo eso si no hubiese sido por mi fe. Mis mandos me dijeron que salir con vida de esa misión iba a ser complicado y que, si lo conseguía, iba a llevar una vida errante, como así ha sido. Pero yo me sentía responsable, quería hacer algo bueno para evitar muertes. Para mí fue un pensamiento dictado desde el cielo, porque de otra manera no habría sido tan claro».
En Secretos de confesión (Roca Editorial), la continuación de su primera y exitosa biografía, Yo confieso, cuenta cómo su infancia giró alrededor de la parroquia, pues «yo jugaba en el patio de un convento cercano a mi casa y los religiosos tenían mucha relación con mi familia, aunque con el tiempo me enteré de que en ese entorno se había fraguado el origen de ETA», explica en conversación con este semanario. Años después entró en los servicios de inteligencia y pasó a Francia para ganarse la confianza de los terroristas que estaban esperando volver a España para cometer atentados. «La mayor parte de ellos no sabían por qué estaban allí. Se sentían importantes si les llamaban para un asesinato. Eran pobres infelices que no sabían lo que hacían y la cúpula de ETA se aprovechaba de eso».
En Francia se infiltró con una pistola que había llevado a bendecir a un sacerdote: «Lo hice para no tener que utilizarla y así fue, gracias a Dios». Y aunque practicar su fe fue difícil para él en ese tiempo, paradójicamente pudo ir a visitar el santuario de Lourdes acompañado de dos jóvenes cachorros de la banda terrorista. «Les metí en la basílica —recuerda—, y nos pusimos a rezar ahí, uno a cada lado. Yo por dentro le pedía a la Madre que me ayudara en mi misión, y rezaba por esos dos chicos también». Años más tarde, uno de ellos se entregó a la Policía y el otro murió en un tiroteo. Por eso hoy reza por los etarras «que ya no están con nosotros» y también por los que siguen vivos, «para que cambien su forma de pensar».
Ya han pasado muchos años de aquello, aunque «las personas como yo no nos retiramos nunca», dice el Lobo. Después de su infiltración en ETA estuvo implicado en otras operaciones de inteligencia, pero siempre ha tenido el mismo compañero: «Lo que me ha hecho seguir adelante y aguantar los momentos más difíciles fue creer en Dios, que me ha ayudado tanto… Nadie por sí solo es capaz de salir de tantas cosas. Yo sé que he recibido una ayuda muy especial, estoy convencido».
Como una película de espías
En la etapa actual de su vida, el Lobo cuenta con otra ayuda especial, la de Arturo Ros, obispo auxiliar de Valencia, su director espiritual. «Nos conocimos de una manera casual —afirma Ros— y desde entonces nos vemos cuando nos es posible en algún lugar de España». Ros conocía al Lobo «porque amo la historia de mi país», pero ahora su relación se ha hecho más estrecha, hasta el punto de que el obispo ha escrito el epílogo de Secretos de confesión.
«Cuando nos vemos, rezamos juntos. Mikel es una persona muy espiritual, con una fe fuerte y una devoción sencilla a la Virgen. Va a Misa, reza el rosario, se confiesa habitualmente… Es un creyente total e íntegro», dice el obispo, a quien lo que más ha impresionado es que «reza siempre por las personas que han muerto e incluso por los causantes de los daños de los que ha sido testigo». Además, «nunca le he escuchado manifestar rencor ni odio contra nadie», constata Ros, quien para quedar con el agente y proteger su identidad tiene que vivir situaciones similares a las que se ven en cualquier película de espías.
Para Mikel, Arturo Ros «es como mi hermano, es la luz que me ha dado Dios en mi camino. Conoce a mi mujer y nos ayuda mucho. Es muy natural y se hace querer enseguida». De este modo, vive esta etapa de su vida un chaval de parroquia que decidió ofrecer su vida por España «mirando a Dios».
JUAN LUIS VÁZQUEZ DÍAZ-MAYORDOMO
Alfa y Omega
Imagen: Arturo Ros considera «un regalo» ser el director espiritual del agente.
(Foto: AVAN / Alberto Saíz).