»No hay humanidad sin cultivo de la tierra; no hay vida buena sin el alimento que produce para los hombres y las mujeres de todos los continentes. La agricultura muestra, pues, su papel central». Con estas palabras el Papa Francisco saludó en la Sala Clementina a doscientos directivos de la Conferencia Nacional de los Cultivadores Directos italianos en ocasión del setenta aniversario de la fundación de ese organismo.
El nombre »cultivadores directos», señaló el Pontífice, hace referencia a cultivar que es »una actividad fundamental y típicamente humana. Del trabajo de los agricultores forma parte la acogida del precioso don de la tierra que viene de Dios pero también su valorización mediante la obra, igualmente preciosa, de los hombres y mujeres llamados a responder con audacia y creatividad al mandato consignado desde siempre al ser humano: cultivar y custodiar la tierra».
De ahí que la tarea de los que cultivan la tierra, dedicándole tiempo y energías represente »una vocación verdadera y propia que merece ser reconocida y valorizada adecuadamente también con decisiones políticas y económicas concretas». »Se trata -explicó el Papa- de eliminar los obstáculos que penalizan una actividad tan preciosa y que a menudo hacen que parezca poco apetecible para las nuevas generaciones – aunque las estadísticas registren un incremento del número de estudiantes en las escuelas e institutos agrarios que hace prever un aumento de la ocupación en el sector agropecuario-. Al mismo tiempo hay que prestar la debida atención a la difusa substracción de terrenos a la agricultura para destinarlos a otras actividades, aparentemente más remunerativas».
Esa reflexión sobre el trabajo agrario llevó la atención del Santo Padre a dos zonas críticas: la pobreza y el hambre y la custodia del medio ambiente. »El Concilio Vaticano II -dijo refiriéndose al primer argumento- recordó el destino universal de los bienes de la tierra, pero en realidad el sistema económico dominante excluye a muchos de su justo provecho. El absolutismo de las reglas de mercado, una cultura del descarte y del derroche que, en el caso de la comida, alcanza proporciones inaceptables, junto con otros factores, determinan miseria y sufrimiento para tantas familias. Hay que replantearse a fondo el sistema de producción y distribución de alimentos. Como nos enseñaban nuestros abuelos ¡con el pan no se juega!. El pan participa de alguna manera de la sacralidad de la vida humana y por eso no puede tratarse solo como una mercancía».
Respecto al segundo tema, el Papa subrayó que ya el Génesis habla de la llamada del ser humano no solo a cultivar la tierra sino también a custodiarla. »Las dos cosas -subrayó- están estrechamente unidas: todo agricultor sabe lo difícil que es cultivar la tierra en una época de aceleración de cambios climáticos y de eventos meteorológicos extremos cada vez más difundidos. ¿Cómo se pueden seguir produciendo buenos alimentos para la vida de todos cuando la estabilidad climática corre peligro, cuando el aire, el agua y el mismo suelo pierden su pureza a causa de la contaminación. Nos damos cuenta, realmente, de la importancia de una acción puntual de custodia de lo creado y es urgente que las naciones consigan colaborar para este objetivo fundamental. El reto es conseguir que la agricultura tenga una baja repercusión ambiental y que nuestro cultivar la tierra sea al mismo tiempo custodiarla. Efectivamente, solo así, las generaciones futuras podrán seguir viviendo en ella y cultivándola».
El Santo Padre concluyó con una invitación y una propuesta para hacer frente a esos retos. »La invitación -dijo- es encontrar el amor por la tierra como madre -como diría san Francisco- de la que salimos y a la estamos llamados a volver constantemente. Y de aquí viene la propuesta: custodiar la tierra, aliándose con ella, para que siga siendo, como Dios quiere, fuente de vida para toda la familia humana».