Ciudad del Vaticano, 2 enero 2015 (VIS).-Este jueves, solemnidad de Santa María Madre de Dios y octava de Navidad, el Santo Padre ha presidido la Misa en la Basílica Vaticana. Coincidía también con la XLVIII Jornada Mundial de la Paz, cuyo tema es «No más esclavos, sino hermanos».
Esta es la homilía pronunciada por el Papa Francisco:
»Vuelven hoy a la mente las palabras con las que Isabel pronunció su bendición sobre la Virgen Santa: »¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?». Esta bendición está en continuidad con la bendición sacerdotal que Dios había sugerido a Moisés para que la transmitiese a Aarón y a todo el pueblo: »El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. El Señor te muestre su rostro y te conceda la paz». Con la celebración de la solemnidad de María, Madre de Dios, la Iglesia nos recuerda que María es la primera destinataria de esta bendición. Se cumple en ella, pues ninguna otra criatura ha visto brillar sobre ella el rostro de Dios como María, que dio un rostro humano al Verbo eterno, para que todos lo puedan contemplar.
»Además de contemplar el rostro de Dios, también podemos alabarlo y glorificarlo como los pastores, que volvieron de Belén con un canto de acción de gracias después de ver al niño y a su joven madre. Ambos estaban juntos, como lo estuvieron en el Calvario, porque Cristo y su Madre son inseparables: entre ellos hay una estrecha relación, como la hay entre cada niño y su madre. La carne de Cristo, que es el eje de la salvación (Tertuliano), se ha tejido en el vientre de María. Esa inseparabilidad encuentra también su expresión en el hecho de que María, elegida para ser la Madre del Redentor, ha compartido íntimamente toda su misión, permaneciendo junto a su hijo hasta el final, en el Calvario.
María está tan unida a Jesús porque él le ha dado el conocimiento del corazón, el conocimiento de la fe, alimentada por la experiencia materna y el vínculo íntimo con su Hijo. La Santísima Virgen es la mujer de fe que dejó entrar a Dios en su corazón, en sus proyectos; es la creyente capaz de percibir en el don del Hijo el advenimiento de la »plenitud de los tiempos», en el que Dios, eligiendo la vía humilde de la existencia humana, entró personalmente en el surco de la historia de la salvación. Por eso no se puede entender a Jesús sin su Madre.
Cristo y la Iglesia son igualmente inseparables, y no se puede entender la salvación realizada por Jesús sin considerar la maternidad de la Iglesia. Separar a Jesús de la Iglesia sería introducir una »dicotomía absurda», como escribió el beato Pablo VI. No se puede »amar a Cristo pero sin la Iglesia, escuchar a Cristo pero no a la Iglesia, estar en Cristo pero al margen de la Iglesia». En efecto, la Iglesia, la gran familia de Dios, es la que nos lleva a Cristo. Nuestra fe no es una idea abstracta o una filosofía, sino la relación vital y plena con una persona: Jesucristo, el Hijo único de Dios que se hizo hombre, murió y resucitó para salvarnos y vive entre nosotros. ¿Dónde lo podemos encontrar? Lo encontramos en la Iglesia. Es la Iglesia la que dice hoy: »Este es el Cordero de Dios»; es la Iglesia quien lo anuncia; es en la Iglesia donde Jesús sigue haciendo sus gestos de gracia que son los sacramentos. Esta acción y la misión de la Iglesia expresa su maternidad. Ella es como una madre que custodia a Jesús con ternura y lo da a todos con alegría y generosidad. Ninguna manifestación de Cristo, ni siquiera la más mística, puede separarse de la carne y la sangre de la Iglesia, de la concreción histórica del Cuerpo de Cristo. Sin la Iglesia, Jesucristo queda reducido a una idea, una moral, un sentimiento. Sin la Iglesia, nuestra relación con Cristo estaría a merced de nuestra imaginación, de nuestras interpretaciones, de nuestro estado de ánimo.
Queridos hermanos y hermanas. Jesucristo es la bendición para todo hombre y para toda la humanidad. La Iglesia, al darnos a Jesús, nos da la plenitud de la bendición del Señor. Esta es precisamente la misión del Pueblo de Dios: irradiar sobre todos los pueblos la bendición de Dios encarnada en Jesucristo. Y María, la primera y perfecta discípula de Jesús, modelo de la Iglesia en camino, es la que abre esta vía de la maternidad de la Iglesia y sostiene siempre su misión materna dirigida a todos los hombres. Su testimonio materno y discreto camina con la Iglesia desde el principio. Ella, la Madre de Dios, es también Madre de la Iglesia y, a través de la Iglesia, es Madre de todos los hombres y de todos los pueblos.
Que esta madre dulce y premurosa nos obtenga la bendición del Señor para toda la familia humana. De manera especial hoy, Jornada Mundial de la Paz, invocamos su intercesión para que el Señor nos de la paz en nuestros días: paz en nuestros corazones, paz en las familias, paz entre las naciones. Este año, en concreto, el mensaje para la Jornada Mundial de la Paz lleva por título: »No más esclavos, sino hermanos». Todos estamos llamados a ser libres, todos a ser hijos y, cada uno de acuerdo con su responsabilidad, a luchar contra las formas modernas de esclavitud. Desde todo pueblo, cultura y religión, unamos nuestras fuerzas. Que nos guíe y sostenga Aquel que para hacernos a todos hermanos se hizo nuestro servidor».
Ángelus: La oración hace germinar la paz
Al terminar la celebración de la Santa Misa en la solemnidad de Santa María Madre de Dios, y en el XLVIII aniversario del día mundial de la Paz, el Papa Francisco se asomó a la ventana de su estudio, en el Palacio Apostólico Vaticano, para rezar el Ángelus con los fieles y peregrinos reunidos en la Plaza de San Pedro. Antes del rezo de la oración mariana, el Pontífice les dirigió unas palabras:
»En este primer día del año… la Iglesia nos invita a fijar nuestra mirada de fe y de amor en la Madre de Jesús. Es imposible separar la contemplación de Jesús, la Palabra de la vida que se ha hecho visible y tangible, de la contemplación de María, que le ha dado su amor y su carne humana. Al inicio de un nuevo año nos hace bien recordar el día de nuestro Bautismo: redescubramos el regalo recibido en aquel Sacramento que nos ha regenerado a la vida nueva: la vida divina. Y esto a través de la Madre Iglesia, que tiene como modelo a la Madre María. Gracias al Bautismo hemos sido introducidos en la comunión con Dios y ya no estamos a merced del mal y del pecado, sino que recibimos el amor, la ternura, la misericordia del Padre celestial».
»Esta cercanía de Dios a nuestra existencia nos da la verdadera paz, don divino que queremos implorar especialmente hoy, Jornada Mundial de la Paz… Porque la Paz es siempre posible. Y nuestra oración, está en la raíz de la paz. La oración hace germinar la paz. Hoy, Jornada Mundial de la Paz, “Ya no esclavos, sino hermanos”: he aquí el Mensaje de esta Jornada. Porque las guerras nos hacen esclavos. Siempre. Es un mensaje que nos implica a todos. Todos estamos llamados a combatir cualquier forma de esclavitud y a construir la fraternidad. Todos, cada uno según su propia responsabilidad».
Francisco animó a rezar a María, Madre de Dios y Madre nuestra, presentarla nuestros propósitos de bien, y pedirla que extienda sobre nosotros, y sobre todos los días del año nuevo, el manto de su materna protección. Al finalizar la oración mariana, el Papa saludó y felicitó el año nuevo a los fieles de la plaza y poco después se escucharon los retoques en directo de la campana »Maria Dolens» situada en la provincia italiana de Trento, realizada en honor a los caídos de todas las guerras y bendecida por el beato Pablo VI en 1965. »Que nunca más haya guerras, -dijo- ¡nunca más las guerras!, y siempre el deseo y el empeño de paz y de fraternidad entre los pueblos».