Palabras del papa en el Foro de Asociaciones familiares
(ZENIT).- “Los hijos son el mejor regalo. Los hijos que se reciben tal y como vienen, tal como Dios los manda, como Dios lo permite, incluso si a veces están enfermos” anunció el Pontífice Francisco el pasado sábado, 16 de junio de 2018, a los miembros de Asociaciones familiares.
El Papa agradeció el discurso a Gianluigi, el representante del Foro de Asociaciones familiares que dirigió unas palabras al Santo Padre en la audiencia, e improvisó un discurso, ya que el discurso que llevaba preparado, “después del calor con que habló él, lo encuentro frío”, confesó Francisco.
Así, el Papa Francisco habló de manera improvisada, de corazón, a una delegación del Foro de Asociaciones familiares con motivo de los 25 años del nacimiento de esa actividad asociativa, en la Sala Clementina del Palacio Apostólico.
El Santo Padre aconsejó a los recién casados, a pesar de que haya riñas entre ellos, “no terminar el día sin hacer las paces”.
Asimismo, reveló que, al compartir momentos con matrimonios llevan 25, 50 y 60 años, les decía: “El calor de la familia que crece, el amor que no es un amor de novela. Es un amor verdadero. Estar enamorados toda la vida, con tantos problemas que están ahí… Pero estar enamorados”.
El “mejor regalo”
El Pontífice ha advertido que “en el siglo pasado, todo el mundo se escandalizó por lo que hicieron los nazis para mantener la pureza de la raza. Hoy hacemos lo mismo, pero con guantes blancos”.
En este sentido, ha asegurado que “Los hijos son el mejor regalo. Los hijos que se reciben tal y como vienen, tal como Dios los manda, como Dios lo permite, incluso si a veces están enfermos”. Y narró: “He oído decir que está de moda, o al menos es habitual, en los primeros meses de embarazo hacer determinadas ciertas pruebas, para ver si el niño no está bien o tiene algún problema … La primera propuesta en ese caso es: `¿Lo quitamos?´. El homicidio de los niños. Y para llevar una vida tranquila, se elimina a un inocente”.
Tres palabras
Hay tres palabras que son “palabras mágicas” –apuntó el Papa en la audiencia– palabras importantes en el matrimonio. Antes que nada, “Permiso”: No ser prepotente con el otro. “¿Puedo?”. Ese respeto del uno por el otro. Segunda palabra: “Perdona”. Disculparse es algo que es tan importante, ¡es tan importante! Todos nos equivocamos en la vida, todos. Y la tercera palabra: “Gracias”. Tener la grandeza de corazón para agradecer siempre.
“Saber esperar”
El Papa Francisco también les habló de la importancia de la paciencia en el matrimonio: “Saber esperar. Esperar. En la vida hay situaciones de crisis (crisis fuertes, crisis negativas) en las que incluso se llega a la infidelidad” –dijo el Santo Padre–.
Después de haber entregado a los presentes el texto preparado para esa ocasión, el Papa ha improvisado un discurso dirigido a los participantes en el encuentro.
RD/Rosa Die Alcolea
Imagen: El Papa sostiene a un bebé en brazos, 16 junio 2018
(© Vatican Media)
Discurso improvisado del Papa Francisco
Buenos días a todos,
Pensaba que sería un discurso de bienvenida… Pero al escuchar a Gianluigi vi que allí había fuego, había mística. Es algo grandioso: desde hace tiempo no oía hablar de la familia con tanta pasión. ¡Y se necesita valentía para hacerlo hoy! Se necesita valentía. Y por eso, ¡gracias! Había preparado un discurso, pero después del calor con que habló él, lo encuentro frío. Lo doy para que él lo distribuya después y luego lo publicaré.
Mientras él hablaba, me vinieron a la mente y al corazón muchas cosas, muchas cosas sobre la familia, cosas que no se dicen, que no se dicen normalmente o, si se dicen, se dicen de forma bien educada, como si la familia fuera una escuela… Él ha hablado de corazón, y todos vosotros queréis hablar así. Tomaré algo de lo que él ha dicho, y a mí también me gustaría hablar de corazón, y decir lo que me salía del corazón mientras hablaba.
Él ha usado la frase: “mirarse a los ojos”. El hombre y la mujer, el esposo y la esposa se miran a los ojos. Cuento una anécdota. Me gusta saludar a las parejas que celebran sus cincuenta años, sus veinticinco años de matrimonio; también cuando vienen a misa a Santa Marta. Una vez, hubo una pareja que celebraba los sesenta años. Pero eran jóvenes, porque se habían casado a los dieciocho años, como en aquella época. En aquella época uno se casaba joven. Hoy, para que se case un hijo… ¡pobres madres! Pero la receta es clara: no les planchéis las camisas, así se casará pronto ¿o no? Me encuentro con esta pareja, y me miran… Dije: “¡Sesenta años! ¿Pero todavía tenéis el mismo amor? “. Y ellos, que me miraban, se miraron, luego volvieron a mirarme, y vi que tenían los ojos húmedos. Y ambos me dijeron: “Estamos enamorados”. Nunca lo olvido: “Después de sesenta años, estamos enamorados”. El calor de la familia que crece, el amor que no es un amor de novela. Es un amor verdadero. Estar enamorados toda la vida, con tantos problemas que están ahí… Pero estar enamorados.
Luego, otra cosa que pregunto a los cónyuges, que celebran los cincuenta o los sesenta años: “¿Quién de vosotros ha tenido más paciencia?”. Es matemático; la respuesta es: “Los dos”. ¡Es hermoso! Esto indica una vida en común, una vida de dos. Esa paciencia de soportarse mutuamente.
Y luego, a los recién casados que me dicen: “Estamos casados desde hace un mes, dos meses…”, la pregunta que hago es: “¿Habéis reñido?”. Generalmente dicen: “Sí”. “Ah, está bien, esto es importante. Pero también es importante no terminar el día sin hacer las paces”. Por favor, enseñad esto: Es normal que discuta, porque somos personas libres, y si hay algún problema, hay que aclararlo. Pero no terminéis el día sin hacer las paces. ¿Por qué? Porque la “guerra fría” del día siguiente es muy peligrosa.
Con estas tres anécdotas, quería introducir lo que me gustaría deciros. La vida familiar: es un sacrificio, pero es un buen sacrificio. El amor es como hacer pasta: todos los días. El amor en el matrimonio es un desafío, para el hombre y para la mujer. ¿Cuál es el mayor desafío del hombre? Hacer más mujer a su esposa. Más mujer, que crezca como mujer. ¿Y cuál es el desafío de la mujer? Hacer que su marido sea más hombre. Y entonces ambos avanzan. Siguen adelante.
Otra cosa que ayuda mucho a la vida matrimonial es la paciencia: saber esperar. Esperar. En la vida hay situaciones de crisis (crisis fuertes, crisis negativas) en las que incluso se llega a la infidelidad. Cuando el problema no se puede resolver en ese momento, se necesita esa paciencia del amor que espera, que espera. Tantas mujeres -porque es más propio de la mujer que del hombre, pero también el hombre lo hace a veces- muchas mujeres en silencio han esperado, mirando hacia otro lado, esperando que el marido regresase a la fidelidad. Y esto es santidad. La santidad que perdona todo, porque ama. La paciencia. Mucha paciencia, el uno con el otro. Si uno está nervioso y grita, no respondas con otro grito… Cállate, deja pasar la tormenta y luego, en el momento adecuado, habla.
Hay tres palabras que son palabras mágicas, pero palabras importantes en el matrimonio. Antes que nada, “Permiso”: No ser prepotente con el otro. “¿Puedo?”. Ese respeto del uno por el otro. Segunda palabra: “Perdona”. Disculparse es algo que es tan importante, ¡es tan importante! Todos nos equivocamos en la vida, todos. “Perdona, hice esto…”, “Perdona, me he olvidado…” Y esto ayuda a seguir. Ayuda a continuar con la familia, la capacidad de disculparse. Es verdad, disculparse siempre implica un poco de vergüenza, ¡pero es una vergüenza santa! “Perdona, me he olvidado…” Es algo que ayuda mucho a ir adelante. Y la tercera palabra: “Gracias”. Tener la grandeza de corazón para agradecer siempre.
Luego hablaste de Amoris laetitia y dijiste: “Aquí Amoris laetitia se hace carne”. Me gusta escucharlo: Leed, leed el cuarto capítulo. El cuarto capítulo es el núcleo de Amoris laetitia. Es precisamente la espiritualidad diaria de la familia. Algunos han reducido Amoris laetitia a una casuística estéril del “se puede, no se puede”. ¡No han entendido nada! Además, en Amoris laetitia, no se ocultan los problemas, los problemas de la preparación para el matrimonio. Vosotros ayudáis a los novios a prepararse: Hay que decir las cosas claras, ¿no? Claras. Una vez, en Buenos Aires, una mujer me dijo, “Pero vosotros los sacerdotes sois muy listos…” – “¿Por qué?” – “Para ser sacerdote, estudiáis ocho años, os preparáis durante ocho años. Y luego, si después de unos años no funciona, escribís una carta bonita a Roma y en Roma te dan permiso, y puedes casarte. En cambio, nosotros, a los que nos dan un Sacramento de por vida, tenemos que contentarnos con tres o cuatro conferencias preparatorias. No es justo”. Y esa mujer tenía razón. Prepararse para el matrimonio: sí, se necesitan conferencias, cosas que expliquen, pero se necesitan hombres y mujeres, amigos, que hablen con ellos y les ayuden a madurar, a madurar en el camino. Y podemos decir que hoy en día existe la necesidad de un catecumenado para el matrimonio, como un catecumenado para el Bautismo. Preparar, ayudar a prepararse para el matrimonio.
Después, otro problema que vemos en Amoris Laetitia es la educación de los hijos. No es fácil educar a los hijos. ¡Hoy los niños son más listos que nosotros! En el mundo virtual, saben más que nosotros. Pero debemos educarlos a la comunidad, educarlos a la vida familiar. Educarlos a sacrificarse el uno por el otro. No es fácil educar a los hijos. Son grandes problemas. Y vosotros, que amáis la familia, podéis ayudar tanto a las otras familias. ¡La familia es una aventura, una bella aventura! Y hoy, con dolor, lo digo, vemos que muchas veces se piensa en formar una familia y en el matrimonio como si fuera una lotería: “Vamos. Si funciona, funciona. Si no funciona, lo dejamos y comenzamos de nuevo”. Esta superficialidad en el mayor don que Dios ha dado a la humanidad: la familia. Porque, después de la historia de la creación del hombre, Dios muestra que creó al hombre y a la mujer a su imagen y semejanza. Y el mismo Jesús, cuando habla de matrimonio, dice: “El hombre dejará a su padre y a su madre y con su esposa se convertirán en una sola carne”. Porque son imagen y semejanza de Dios. Vosotros sois un icono de Dios: la familia es un icono de Dios. El hombre y la mujer: precisamente la imagen de Dios. Lo dijo Él, no lo digo yo. Y esto es grande, es sagrado.
Además hoy – duele decirlo – se habla de familias “diversificadas”: diferentes tipos de familias. Sí, es cierto que la palabra “familia” es una palabra analógica, porque hablamos de la “familia” de las estrellas, de las “familias” de los árboles, de las “familias” de los animales… es una palabra analógica. Pero la familia humana como imagen de Dios, hombre y mujer, es solo una. Es solo una. Puede ser que un hombre y una mujer no sean creyentes; pero si se aman y se unen en matrimonio, son imagen y semejanza de Dios, aunque no crean. Es un misterio: San Pablo lo llama “gran misterio”, “gran sacramento” (véase Efe 5,32). Un verdadero misterio. Me gusta todo lo que has dicho y la pasión con la que lo dijiste. Y así hay que hablar de la familia, con pasión.
Una vez, creo que hace un año, llamé a un pariente mío que se iba a casar. Tenía cuarenta años. Al final le dije: “Dime: ¿En qué iglesia te casas?” – “Todavía no sabemos por qué estamos buscando una iglesia que combine con el vestido que llevará… – y dijo el nombre de la novia – y luego tenemos el problema del restaurante… “. Pero piensa… Lo importante era eso. Cuando lo secundario toma el lugar de lo que es importante. Lo importante es amarse unos a otros, recibir el sacramento, continuar…; y luego haz todas las fiestas que quieras, todas.
Hace tiempo conocí a dos parejas casadas desde hacía diez años, sin hijos. Es muy delicado hablar de esto, porque muchas veces se quiere tener hijos pero no llegan, ¿verdad? No sabía cómo tratar el tema. Luego supe que no querían tener niños. Pero estas personas en casa tenían tres perros, dos gatos… Es agradable tener un perro, un gato, es lindo… O a veces cuando oyes que dicen, “Sí, sí, pero hijos todavía no porque tenemos que comprar un casa en el campo, viajar…”. Los hijos son el mejor regalo. Los hijos que se reciben tal y como vienen, tal como Dios los manda, como Dios lo permite, incluso si a veces están enfermos. He oído decir que está de moda, o al menos es habitual, en los primeros meses de embarazo hacer determinadas ciertas pruebas, para ver si el niño no está bien o tiene algún problema … La primera propuesta en ese caso es: “¿Lo quitamos?”. El homicidio de los niños. Y para llevar una vida tranquila, se elimina a un inocente.
Cuando era niño, la maestra nos enseñaba historia y nos decía lo que hacían los espartanos cuando nacía un niño con malformaciones: lo llevaban a la montaña y lo arrojaban desde allí, para mantener “la pureza de la raza”. Y nos quedamos atónitos: “¿Pero cómo se puede hacer esto, pobres niños?”. Era una atrocidad. Hoy hacemos lo mismo. ¿Os habéis preguntado por qué casi no se ven enanos por la calle? Debido a que el protocolo de muchos médicos, muchos, no todos, es hacer la pregunta: “¿Se presenta mal?” Lo digo con pesar. En el siglo pasado, todo el mundo se escandalizó por lo que hicieron los nazis para mantener la pureza de la raza. Hoy hacemos lo mismo, pero con guantes blancos.
Familia, amor, paciencia, alegría y perder el tiempo en la familia. Tú has hablado de algo malo: que no hay posibilidad de “perder el tiempo”, porque para ganar dinero hoy hay que tener dos empleos, porque no se tiene en cuenta a la familia. También hablaste de jóvenes que no pueden casarse porque no hay trabajo. La familia está amenazada por la falta de trabajo.
Y me gustaría terminar con un consejo que una vez me dio un profesor, -nos lo dio en la escuela, un profesor de Filosofía, el decano. Yo estaba en el seminario, en la etapa de filosofía. Era el tema de la madurez humana, en Filosofía estudiamos eso. Y él dijo: “¿Qué es un criterio cotidiano para saber si un hombre, si un sacerdote es maduro?”. Respondíamos cosas… Y él: “No, una más simple: una persona adulta, un sacerdote, son maduros si son capaces de jugar con los niños”. Esta es la prueba. Y os digo: perded el tiempo con los hijos, perded el tiempo con vuestros hijos, jugad con vuestros hijos. No les digáis: “¡No molestéis!”. Una vez escuché a un joven padre decir: “Padre, cuando voy a trabajar, duermen. Cuando vuelvo, duermen”. Es la cruz de esta esclavitud de una forma de trabajar injusta de la sociedad de hoy.
Dije que esto era lo último. No, lo penúltimo. Lo último es lo que digo ahora, porque no quiero olvidarlo. Hablé sobre los hijos como un tesoro de promesas. Pero hay otro tesoro en la familia: son los abuelos. Por favor: ¡Cuidad a los abuelos! Dejad hablar a los abuelos, que los niños hablen con sus abuelos. Acariciad a los abuelos, no los alejéis de la familia porque son molestos, porque repiten las mismas cosas. Amad a los abuelos y dejad que hablen con los niños.
Gracias a todos vosotros. Gracias por la pasión, gracias por el amor que tenéis a la familia. ¡Gracias por todo! Y adelante con valor. ¡Gracias!
Ahora, antes de daros la bendición, recemos a Nuestra Señora: “Ave María…”.
Discurso entregado por el Papa Francisco
Queridos hermanos y hermanas:
Os doy la bienvenida y un afectuoso saludo a vosotros y a vuestro presidente, a quien agradezco sus palabras. Este encuentro me permite conocer de cerca el Foro de la Familia, que nació hace 25 años. Reúne a más de quinientas asociaciones, y es realmente una red que destaca la belleza de la comunión y la fuerza del compartir. Es una “familia de familias” particular, de tipo asociativo, a través de la cual experimentáis la alegría de vivir juntos y al mismo tiempo, asumís el compromiso haciendo vuestra la fatiga del bien común, que hay que construir todos los días, tanto en el ámbito del Foro, como en el más amplio de la sociedad.
La familia, que promovéis de diversas maneras, está en el centro del plan de Dios, como demuestra toda la historia de la salvación. Por un misterioso designio divino, la complementariedad y el amor entre el hombre y la mujer los vuelven cooperadores del Creador, que les da la tarea de generar nuevas criaturas a la vida, preocupándose de su crecimiento y su educación. El amor de Jesús por los niños, su relación filial con el Padre Celestial, su defensa del vínculo matrimonial, que declara sagrado e indisoluble, revela plenamente el lugar de la familia en el plan de Dios: al ser la cuna de la vida y el primer lugar de la acogida y del amor, tiene un papel esencial en la vocación del hombre, y es como una ventana que se abre al misterio de Dios mismo, que es Amor en la unidad y trinidad de las Personas.
Nuestro mundo, a menudo tentado y guiado por lógicas individualistas y egoístas, no pocas veces pierde el significado y la belleza de los vínculos estables, del compromiso con las personas, del cuidado incondicional, de la asunción de responsabilidad en favor del prójimo, de la gratuidad y del don de uno mismo. Por esta razón, es difícil entender el valor de la familia, y se acaba por concebirla según la misma lógica que privilegia al individuo en lugar de las relaciones y del bien común. Y esto a pesar del hecho de que en los últimos años de crisis económica la familia ha representado el amortiguador social más poderoso, capaz de redistribuir los recursos según las necesidades de cada uno.
Por el contrario, el pleno reconocimiento y el apoyo adecuado a la familia deberían ser el primer interés por parte de las instituciones civiles, llamadas a favorecer la creación y el crecimiento de familias fuertes y serenas, que se ocupen de la educación de los hijos y atiendan las situaciones de debilidad. De hecho, quien aprende a vivir relaciones auténticas dentro de la familia, será también más capaz de vivirlas en contextos más amplios, desde la escuela hasta el mundo del trabajo; y quien se ejercita en el respeto y el servicio en el hogar podrá también practicarlos mejor en la sociedad y en el mundo.
Ahora bien, el objetivo de un apoyo más fuerte a las familias y de su valorización más apropiada, debe lograrse a través de una obra incansable de sensibilización y de diálogo. Este es el compromiso del Foro desde hace veinticinco años, durante los cuales habéis llevado a cabo un gran número de iniciativas, estableciendo una relación de confianza y colaboración con las Instituciones. Os insto a que continuéis este trabajo haciéndoos promotores de propuestas que muestren la belleza de la familia, y que casi obliguen, porque son convincentes, a reconocer su importancia y preciosidad.
Os animo, por lo tanto, a dar testimonio de la alegría del amor, que ilustre en la Exhortación Apostólico Amoris laetitia, donde recogí los frutos del providencial itinerario sinodal sobre la familia recorrido por toda la Iglesia. De hecho, no hay mejor argumento que la alegría que, transparentándose desde el interior, demuestra el valor de las ideas y de las vivencias e indica el tesoro que hemos descubierto y deseamos compartir.
Movidos, pues, por esta fuerza, seréis cada vez más capaces de tomar la iniciativa. El apóstol Pablo le recuerda a Timoteo que “Dios no nos ha dado un espíritu de timidez, sino de fortaleza, caridad y prudencia” (2 Tim 1: 7). Que ese sea el espíritu que os anime también a vosotros enseñándoos el respeto pero también la audacia, a involucraros y buscar nuevos caminos, sin miedo. Es el estilo que pedí a toda la Iglesia desde mi primera y programática Exhortación Apostólica, cuando utilicé el término “primerear“, que sugiere la capacidad de salir con valor al encuentro de los demás, de no encerrarse en la propia comodidad, sino de buscar los puntos convergencia con las personas, de construir puentes yendo a buscar el bien donde sea que esté (cf. Evangelii gaudium, 24). Dios es el primero que primerea con nosotros: si realmente le hemos conocido, no podemos escondernos, sino que debemos salir y actuar, utilizando nuestros talentos.
¡Gracias porque os esforzáis por hacerlo! Gracias por el esfuerzo que hacéis, como requiere vuestro estatuto en favor de una “participación activa y responsable de las familias en la vida cultural, social y política” (2.1.b.), y de la “promoción de políticas familiares adecuadas que protejan y apoyen las funciones de la familia y sus derechos “(2.1.c.). Continuad, además, en el ámbito de la escuela, fomentando una mayor participación de los padres y alentando a muchas familias a un estilo de participación. No os canséis de apoyar el crecimiento de la natalidad en Italia, sensibilizando a las instituciones y a la opinión pública sobre la importancia de dar vida a políticas y estructuras más abiertas al don de los hijos. Es una verdadera paradoja que el nacimiento de los hijos, que es la mayor inversión para un país y la primera condición de su prosperidad futura, a menudo represente para las familias una causa de pobreza, debido a la falta de apoyo que reciben o a la ineficiencia muchos servicios.
Estas y otras cuestiones deben tratarse con firmeza y caridad, demostrando que vuestra sensibilidad acerca de la familia no se debe etiquetar de confesional para culparla – erradamente – de ser sesgada. Se basa, en cambio, en la dignidad de la persona humana y por lo tanto puede ser reconocida y compartida por todos, como sucede cuando, también en los entornos institucionales, nos referimos al “Factor familia” como elemento de evaluación política y operativa, multiplicador de la riqueza humana, económica y social.
Gracias de nuevo por este encuentro. Os insto a continuar vuestro compromiso al servicio de la familia y de la vida, e invoco la bendición de Dios y la protección de la Sagrada Familia de Nazaret para todos los miembros del Foro. Por favor, no os olvidéis de rezar por mí.
© Librería Editorial Vaticano