El Papa ha lanzado el desafío, pero erradicar el machismo es tarea de toda la Iglesia, afirma María Teresa Compte, autora de Diez cosas que el Papa Francisco propone a las mujeres
«El Papa lleva cinco años pidiendo colaboradores para resolver la cuestión del lugar de la mujer en la Iglesia». Lo explica María Teresa Compte, directora del Máster de Doctrina Social de la Iglesia de la Universidad Pontificia de Salamanca, en Diez cosas que el Papa Francisco propone a las mujeres (Publicaciones Claretianas), un libro que el propio Pontífice ha convertido en referente al escribir un prólogo en el que reitera su preocupación por la «mentalidad machista» que pervive en la sociedad y en la Iglesia, donde –asegura– «el papel de servicio» se confunde no pocas veces con el de «servidumbre».
Compte insiste en que «este no es un problema que se pueda arreglar por decreto». «Francisco ha lanzado la invitación». Sin embargo, desde las diócesis, las congregaciones o las universidades católicas «no ha habido todavía respuestas organizadas para erradicar la discriminación de la mujer». «Salvo excepciones muy aisladas», añade, citando el suplemento sobre la mujer de L’Osservatore Romano, Donne Chiesa Mondo, puesto en marcha por decisión de Benedicto XVI, o la Comisión diocesana para una vida libre de violencia contra las mujeres en Madrid.
Servicio y servidumbre
Son las consagradas «las que más padecen esta mentalidad machista» en la Iglesia, asegura Compte. L’Osservatore Romano acaba de retratar esta realidad con un reportaje sobre la explotación laboral a religiosas por parte de cardenales, obispos y sacerdotes en Roma. «A las religiosas se les presupone que su vocación pasa por servir –dice Compte–. Pero eso no puede dar derecho a hacerlas planchar o fregar suelos sin regulación laboral ni salarial». Otra forma habitual de explotación es lo que el Papa ha denominado «trata de novicias», es decir, «servirnos de vocaciones religiosas en países más pobres para mantener nuestras instituciones abiertas», añade la profesora de doctrina social.
«El problema es el clericalismo»
«El problema no es el sacerdocio femenino, sino todo lo demás», asegura Teresa Compte citando a la historiadora italiana Giulia Galeotti. «El problema es el clericalismo, el modo de entender el ministerio como derecho de mando. Incluso mujeres nombradas para responsabilidades importantes por su competencia tienen muy limitada su capacidad de decisión porque deben obedecer a hombres ordenados aunque no sean competentes en esas materias».
Todo ello se sustenta en una «mirada de sospecha que sigue existiendo sobre la mujer». «Una de las cuestiones centrales para el Papa es erradicar esa mentalidad», afirma la profesora. Para eso «ayudaría normalizar la incorporación de mujeres en la formación de los sacerdotes. Esas mujeres con habilidades de acompañamiento espiritual y formación teológica, antropológica, filosófica… no hay que inventarlas, ya existen. Solo tenemos que introducirlas en los seminarios, noviciados y facultades de Teología. Por supuesto que existe diferencia entre la mirada del hombre y de la mujer, la riqueza que cada uno aporta debe ser manifestada».
Dialogar con los feminismos
La igualdad de la mujer sigue siendo un tema tabú en muchos ámbitos de Iglesia. «Cuando las mujeres hablan de sus derechos se genera sospecha», constata María Teresa Compte. «Quizá porque nos ha faltado diálogo, comunión… Las posturas están enconadas; estamos polarizados por el ambiente, reaccionamos visceralmente y nos olvidamos de que tenemos el ejemplo de Jesús en su relación con las mujeres y el mensaje liberador del Evangelio».
Mujeres con un estandarte de la Virgen de Guadalupe,
a su llegada al santuario de la Inmaculada Concepción en Washington (Estados Unidos).
(Foto: CNS)
«La identificación que hemos hecho entre movimientos para la defensa de la mujer y aborto ha hecho que nos neguemos en redondo a entrar en diálogo con los feminismos», prosigue la directora del Máster de Doctrina Social de la Iglesia. «Históricamente, la Iglesia ha dialogado con todos los movimientos nacidos de la Ilustración sin por ello renunciar a ninguna convicción. Ahí tenemos una tradición que nos permite sentarnos a hablar con personas con las que no vamos a estar de acuerdo en los planteamientos últimos, pero sí en acciones concretas y prácticas en defensa de la dignidad de la mujer. Hoy tenemos sobre la mesa temas muy graves como la gestación subrogada, la trata o la prostitución. También la violencia contra la mujer, la hipersexualización de la infancia o los abusos sexuales. Hay grupos feministas muy alejados de la Iglesia que han abandonado ya esa visión de que la mujer debe liberarse de la maternidad. ¿No tenemos nada que decirles más que la mujer es libre para quedarse en casa? Estamos ante una oportunidad histórica de tender puentes. Bastaría con que se bajaran algunas espadas».
Reflexionar sobre la mujer… y sobre el varón
Profundizar en la «identidad femenina» implica repensar «la masculina», escribe el Papa en el prólogo del libro de Compte. «Históricamente –explica la autora– procedemos de una cultura en la que se establecía una dicotomía entre la vida doméstica y la profesional, determinada por el sexo de cada individuo. Se entendía que lo propio de la mujer es la maternidad, mientras que el ámbito profesional le corresponde al varón. Esto, en el mundo en que vivimos, ha saltado por los aires, pero sigue muy presente en algunos sectores de la Iglesia. La realización personal de la mujer, sin embargo, «pasa también por contribuir de forma activa a la construcción social del bien común», igual que, en lo que respecta al varón, «no podemos dar por bueno que le es propio desvincularse de los hijos tras la concepción».
Un problema añadido es que, en la reflexión teórica, «hemos reducido la cuestión de la mujer al aborto y a la anticoncepción; se le ha dado excesiva preponderancia a la perspectiva de la bioética y de la teología sobre la familia, que por supuesto son importantes». Pero «hemos cultivado un idealismo excesivo sobre la mujer y la maternidad, soslayando los problemas concretos de las mujeres reales. Y no es lo mismo ser madre con 15 que con 30. O ser madre cuidando a los hijos de otras mujeres que cuando tienes a otra mujer en tu casa que cuida de los tuyos. No es lo mismo concebir en condiciones de paz, justicia y amor, que en un clima de guerra o como resultado de una violación».
El magisterio de los Papas
En el magisterio, «el punto de inflexión se produjo con Juan XXIII, que presentó a la mujer no solo como madre o esposa, sino como sujeto con derechos y deberes. Roncalli abrió puertas y ventanas con la suficiente inteligencia para no provocar rupturas». Es la línea que sigue Pablo VI cuando convoca un Comisión de estudio sobre la mujer para sumarse al Año Internacional de la Mujer de 1975. También Juan Pablo II, en su carta a las mujeres de 1995, «expresa gratitud hacia ONU por la denuncia de la marginación a la que históricamente se ha sometido a las mujeres», animando a continuar el camino de emancipación, sin dejar de reconocer errores en el movimiento feminista. Visión muy alejada del anatema sin paliativos desde determinados sectores católicos contra la Conferencia de Pekín de ese mismo año. «La historia nos demuestra que el magisterio no siempre consigue hacerse praxis, sobre todo cuando una parte es desconocida, y desembarazarse de las adherencias culturales es una tarea ardua», sentencia Teresa Compte.
Para Francisco, «el punto de partida hoy es la carta apostólica Mullieris dignitatem, de Juan Pablo II», el primer documento pontificio monográfico sobre la mujer. Tanto Benedicto XVI como él han aplicado la misma perspectiva que utilizó el propio Wojtyla para el mundo de trabajo, conmemorando con la encíclica Laborem exercens el centenario de la Rerum novarum: «no se trata de repetir lo que ya hemos dicho, sino de profundizar en aspectos no suficientemente tratados», resume Compte.
¿Qué resultados prácticos ha producido todo esto? «Es verdad que este es un proceso lento, pero no hay vuelta atrás», responde. «Que las mujeres no vayan con mantilla a Misa es importante, o que no sean purificadas a los 40 días del parto. Vemos ya con normalidad que lean en Misa, su presencia en consejos parroquiales… Y tenemos a muchas teólogas que han hecho una reflexión seria, aunque las hayamos silenciado durante muchos años. Ese sustrato existe. Y si ponemos sobre él los focos y lo reivindicamos como propio, veremos que hay ya un importante camino avanzado».
Eso es lo que ha señalado el Papa al sellar la reconciliación con las religiosas de EE. UU. tras un largo desencuentro. Y al recoger las peticiones «sensatas y claras» que le hicieron en 2016 las superioras religiosas, comprometiéndose a estudiar el diaconado femenino o a «escuchar activamente a las consagradas».
¿Quién es la Virgen?
Para el Papa, «el modelo de mujer es la Virgen». Claro que «María tiene poco que ver con la actitud servil –y mucho menos ñoña– con la que a menudo se ha identificado a la Madre de Dios. María no pide permiso para decirle sí al ángel. Se va a visitar sola a su prima Isabel. En Caná, actúa por sí misma por vocación de servicio, y la que se queda al pie de la cruz es ella, cuando los discípulos huyen despavoridos de miedo».
Francisco ha recordado muchas veces que «María fue una mujer sin techo que dio a luz en un establo. Una mujer luchadora y trabajadora, del pueblo… Tenemos una visión de la Virgen llena de ropajes, oropeles, coronas…, que tiene muy poco que ver con la realidad. Y no digo que haya que desamortizar las joyas de la Macarena, pero sí revisar la imagen que nos hemos hecho de María».
Ricardo Benjumea
Imagen: María Teresa Compte saluda al Papa
durante un encuentro con los miembros del Grupo Santa Marta,
el pasado 9 de febrero.
(Foto: L’Osservatore Romano)