Ciudad del Vaticano, (VIS).- El viernes 1, solemnidad de Santa María Madre de Dios y octava de Navidad, el Santo Padre ha presidido la Misa en la Basílica Vaticana. Concelebraron cardenales, obispos y sacerdotes, y participaron los Pueri Cantores que concluyen su XL Congreso Internacional. También se celebra la XLIX Jornada Mundial de la Paz, cuyo tema es «Vence la indiferencia y conquista la paz».
Homilía pronunciada por el Papa Francisco:
»Hemos escuchado las palabras del apóstol Pablo: »Cuando llegó la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer». ¿Qué significa el que Jesús nazca en la »plenitud de los tiempos»? Si nos fijamos únicamente en el momento histórico, podemos quedarnos pronto defraudados. Roma dominaba con su potencia militar gran parte del mundo conocido. El emperador Augusto había llegado al poder después de haber combatido cinco guerras civiles. También Israel había sido conquistado por el Imperio Romano y el pueblo elegido carecía de libertad. Para los contemporáneos de Jesús, por tanto, ese no era en modo alguno el mejor momento. La plenitud de los tiempos no se define desde una perspectiva geopolítica.
Se necesita, pues, otra interpretación, que entienda la plenitud desde el punto de vista de Dios. Para la humanidad, la plenitud de los tiempos tiene lugar en el momento en el que Dios establece que ha llegado la hora de cumplir la promesa que había hecho. Por tanto, no es la historia la que decide el nacimiento de Cristo; es más bien su venida en el mundo la que permite a la historia alcanzar su plenitud. Por esta razón, el nacimiento del Hijo de Dios señala el comienzo de una nueva era en la que se cumple la antigua promesa. Como escribe el autor de la Carta a los Hebreos: »En muchas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a los padres por los profetas. En esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo, y por medio del cual ha ido realizando las edades del mundo. Él es reflejo de su gloria, impronta de su ser. Él sostiene el universo con su palabra poderosa». La plenitud de los tiempos es, pues, la presencia en nuestra historia del mismo Dios en persona. Ahora podemos ver su gloria que resplandece en la pobreza de un establo, y ser animados y sostenidos por su Verbo que se ha hecho »pequeño» en un niño. Gracias a él, nuestro tiempo encuentra su plenitud.
Sin embargo, este misterio contrasta siempre con la dramática experiencia histórica. Cada día, aunque deseamos vernos sostenidos por los signos de la presencia de Dios, nos encontramos con signos opuestos, negativos, que nos hacen creer que está ausente. La plenitud de los tiempos parece desmoronarse ante la multitud de formas de injusticia y de violencia que hieren cada día a la humanidad. A veces nos preguntamos: ¿Cómo es posible que perdure la opresión del hombre contra el hombre, que la arrogancia del más fuerte continúe humillando al más débil, arrinconándolo en los márgenes más miserables de nuestro mundo? ¿Hasta cuándo la maldad humana seguirá sembrando la tierra de violencia y odio, que provocan tantas víctimas inocentes? ¿Cómo puede ser este un tiempo de plenitud, si ante nuestros ojos muchos hombres, mujeres y niños siguen huyendo de la guerra, del hambre, de la persecución, dispuestos a arriesgar su vida con tal de que se respeten sus derechos fundamentales? Un río de miseria, alimentado por el pecado, parece contradecir la plenitud de los tiempos realizada por Cristo.
Y, sin embargo, este río en crecida nada puede contra el océano de misericordia que inunda nuestro mundo. Todos estamos llamados a sumergirnos en este océano, a dejarnos regenerar para vencer la indiferencia que impide la solidaridad y salir de la falsa neutralidad que obstaculiza el compartir. La gracia de Cristo, que lleva a su cumplimiento la esperanza de la salvación, nos empuja a cooperar con él en la construcción de un mundo más justo y fraterno, en el que todas las personas y todas las criaturas puedan vivir en paz, en la armonía de la creación originaria de Dios.
Al comienzo de un nuevo año, la Iglesia nos hace contemplar la Maternidad de María como icono de la paz. La promesa antigua se cumple en su persona. Ella ha creído en las palabras del ángel, ha concebido al Hijo, se ha convertido en la Madre del Señor. A través de ella, a través de su »sí», ha llegado la plenitud de los tiempos. El Evangelio que hemos escuchado dice: »Conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón». Ella se nos presenta como un vaso siempre rebosante de la memoria de Jesús, Sede de la Sabiduría, al que podemos acudir para saber interpretar coherentemente su enseñanza. Hoy nos ofrece la posibilidad de captar el sentido de los acontecimientos que nos afectan a nosotros personalmente, a nuestras familias, a nuestros países y al mundo entero. Donde no puede llegar la razón de los filósofos ni los acuerdos de la política, llega la fuerza de la fe que lleva la gracia del Evangelio de Cristo, y que siempre es capaz de abrir nuevos caminos a la razón y a los acuerdos.
Bienaventurada eres tú, María, porque has dado al mundo al Hijo de Dios; pero todavía más dichosa por haber creído en él. Llena de fe has concebido a Jesús antes en tu corazón que en tu seno, para hacerte Madre de todos los creyentes. Derrama sobre nosotros tu bendición en este día consagrado a ti; muéstranos el rostro de tu Hijo Jesús, que derrama sobre todo el mundo su misericordia y su paz».
Ángelus: Enemiga de la paz no es sólo la guerra sino también la indiferencia
Al finalizar la celebración eucarística el Papa Francisco se ha asomado a la ventana de su estudio en el Palacio Apostólico Vaticano para rezar el Ángelus junto a los miles de fieles reunidos en la Plaza de San Pedro. Antes del rezo mariano, el Papa deseo un feliz año y pidió al Señor que nos conceda la paz al celebrar la Jornada Mundial de la Paz.
»Sabemos -ha dicho- que con el año nuevo no cambiará todo, y que tantos problemas de ayer permanecerán también mañana. Entonces quisiera dirigir un deseo sostenido de una esperanza real, que traigo de la Liturgia de hoy… Os deseo que el Señor ponga su mirada sobre vosotros y que puodais alegraros, sabiendo que cada día su rostro misericordioso, más brillante que el sol, resplandece sobre vosotros y ¡no se oculta nunca! Descubrir el rostro de Dios hace nueva la vida. Porque es un Padre enamorado del hombre, que no se cansa nunca de recomenzar del inicio con nosotros para reencontrarnos. El Señor tiene una paciencia con nosotros, no se cansa nunca de recomenzar desde el inicio cada vez que nosotros caemos. Pero no promete cambios mágicos, Él no usa la varita mágica. Ama cambiar la realidad desde dentro, con paciencia y amor; pide entrar en nuestra vida con delicadeza, como la lluvia en la tierra, para llevar fruto. Y siempre nos espera y nos mira con ternura. Cada mañana, al despertar, podemos decir: »Hoy el Señor hace resplandecer su rostro sobre mí». Hermosa oración que es una realidad».
Francsco recordó que hoy celebramos la Jornada Mundial de la Paz, “Vence la indiferencia y conquista la paz” y ha dicho que la paz, que Dios Padre desea sembrar en el mundo, »debe ser cultivada por nosotros. No sólo, debe ser también »conquistada». Esto implica una verdadera lucha, una lucha espiritual que tiene lugar en nuestro corazón. Porque enemiga de la paz no es sólo la guerra, sino también la indiferencia, que hace pensar sólo a sí mismos para crear muros, sospechas, miedos y cerrazones. Estas cosas son enemigas de la paz. Tenemos, gracias a Dios, tantas informaciones; pero a veces estamos tan sumergidos de noticias que nos distraemos de la realidad, del hermano y de la hermana que necesitan de nosotros. Comencemos a abrir el corazón, despertando la atención hacia el prójimo, a quien es más cercano. Este es el camino para la conquista de la paz».
Para ello el Papa ha pedido ayuda a la Reina de la Paz, la Madre de Dios, de quien hoy celebramos la solemnidad. Ha explicado que Ella »guarda las alegrías y desata los nudos de nuestra vida, llevándolos al Señor… Encomendemos a la Madre el año nuevo -ha finalizado-, para que crezcan la paz y la misericordia».