En su homilía de la Vigilia Pascual del sábado 30 de marzo, el Papa meditó sobre el significado de las piedras de la muerte que oprimen nuestras almas, instándonos a levantar los ojos a Jesús resucitado para sacar esperanza de los escombros del fracaso. Ante 6.000 fieles que rezaban en la basílica de San Pedro, Francisco criticó los muros del egoísmo y de la indiferencia y lamentó que las aspiraciones de paz se vean «rotas por la crueldad del odio y la ferocidad de la guerra».
Ciudad del Vaticano, 30 de marzo 2024.- «Las mujeres van al sepulcro a la luz del amanecer, pero dentro de sí llevan aún la oscuridad de la noche». Con esta distinción el Santo Padre comenzó su homilía en la solemne Vigilia Pascual en la noche santa de la Resurrección en la Basílica de San Pedro, ante unos seis mil fieles presentes. En la ceremonia, el Obispo de Roma bautizó a ocho catecúmenos, procedentes de Corea del Sur, Italia, Japón y Albania y también les administró el sacramento de la confirmación.
El Pontífice precisó que la vista de aquellas mujeres está nublada por las lágrimas del Viernes Santo, se encuentran inmovilizadas por el dolor, encerradas en la sensación de que se ha terminado todo, y que el acontecimiento de Jesús ha sido ya sellado con una piedra.
«Y es precisamente la piedra la que está en el centro de sus pensamientos. Se preguntan: «¿Quién nos correrá la piedra de la entrada del sepulcro (Mc 16,3). Cuando llegan al lugar, sin embargo, la fuerza sorprendente de la Pascua las impacta: «al mirar —dice el texto—, vieron que la piedra había sido corrida; era una piedra muy grande» (Mc 16,4).
El Sucesor de Pedro consideró dos momentos que nos llevan a la alegría inaudita de la Pascua: en primer lugar, las mujeres se preguntan angustiadas quién nos correrá la piedra, después, al mirar, ven que ya había sido corrida.
El Papa se refirió a la pregunta que abruma el corazón de aquellas mujeres, partido por el dolor: ¿quién nos correrá la piedra del sepulcro? Y explicó que esa piedra representa el final de la historia de Jesús, sepultada en la oscuridad de la muerte.
«Él, la vida que vino al mundo, ha muerto; Él, que manifestó el amor misericordioso del Padre, no recibió misericordia; Él, que alivió a los pecadores del yugo de la condena, fue condenado a la cruz. El Príncipe de la paz, que liberó a una adúltera de la furia violenta de las piedras, yace en el sepulcro detrás de una gran piedra. Aquella roca, obstáculo infranqueable, era el símbolo de lo que las mujeres llevaban en el corazón, el final de su esperanza. Todo se había hecho pedazos contra esta losa, con el misterio oscuro de un trágico dolor que había impedido hacer realidad sus sueños».
La crueldad del odio y la ferocidad de la guerra, piedras de muerte
El Santo Padre advirtió que «esto nos puede suceder también a nosotros», puesto que «a veces sentimos que una lápida ha sido colocada pesadamente en la entrada de nuestro corazón, sofocando la vida, apagando la confianza, encerrándonos en el sepulcro de los miedos y de las amarguras, bloqueando el camino hacia la alegría y la esperanza». Los consideró «escollos de la muerte» y observó que los encontramos, a lo largo del camino, en todas las experiencias y situaciones que nos roban el entusiasmo y la fuerza para seguir adelante, como «los sufrimientos que nos asaltan y en la muerte de nuestros seres queridos», «en los fracasos y en los miedos que nos impiden realizar el bien que deseamos», «en todas las cerrazones que frenan nuestros impulsos de generosidad y no nos permiten abrirnos al amor». Además, se manifiestan «en los muros del egoísmo y de la indiferencia» y «en todos los anhelos de paz quebrantados por la crueldad del odio y la ferocidad de la guerra».
«Cuando experimentamos estas desilusiones, prosiguió, tenemos la sensación de que muchos sueños están destinados a hacerse añicos y también nosotros nos preguntamos angustiados: ¿quién nos correrá la piedra del sepulcro?». Y sin embargo, aquellas mismas mujeres que tenían la oscuridad en el corazón, «nos testifican algo extraordinario: al mirar, vieron que la piedra había sido corrida; era una piedra muy grande», puntualizó Bergoglio.
«Es la Pascua de Cristo, la fuerza de Dios, la victoria de la vida sobre la muerte, el triunfo de la luz sobre las tinieblas, el renacimiento de la esperanza entre los escombros del fracaso. Es el Señor, Dios de lo imposible que, para siempre, hizo correr la piedra y comenzó a abrir nuestros sepulcros, para que la esperanza no tenga fin. Hacia Él, entonces, también nosotros debemos mirar».
Mirar a Jesús para vencer las tinieblas
Francisco aconsejó mirar a Jesús: «Él, después de haber asumido nuestra humanidad, bajó a los abismos de la muerte y los atravesó con la potencia de su vida divina, abriendo una brecha infinita de luz para cada uno de nosotros. Resucitado por el Padre en su carne, que también es la nuestra con la fuerza del Espíritu Santo, abrió una página nueva para la humanidad».
Desde aquel momento, continuó el Papa, «si nos dejamos llevar de la mano por Jesús, ninguna experiencia de fracaso o de dolor, por más que nos hiera, puede tener la última palabra sobre el sentido y el destino de nuestra vida. Desde aquel momento, si nos dejamos aferrar por el Resucitado, ninguna derrota, ningún sufrimiento, ninguna muerte podrá detener nuestro camino hacia la plenitud de la vida».
Deja que tu corazón estalle de júbilo en esta noche santa
A la asamblea presente en la Basílica vaticana y a los miles que seguían la celebración a través de los medios de comunicación el Pontífice recordó que «Jesús es nuestra Pascua, Aquel que nos hace pasar de la oscuridad a la luz, que se ha unido a nosotros para siempre y nos salva de los abismos del pecado y de la muerte, atrayéndonos hacia el ímpetu luminoso del perdón y de la vida eterna».
Pidió mirarlo, acoger a Jesús, Dios de la vida, en nuestras vidas, renovándole hoy nuestro «sí» y «ningún escollo podrá sofocar nuestro corazón, ninguna tumba podrá encerrar la alegría de vivir, ningún fracaso podrá llevarnos a la desesperación».
«Mirémoslo a Él, insistió, y pidámosle que la potencia de su resurrección corra las rocas que oprimen nuestra alma. Mirémoslo a Él, el Resucitado, y caminemos con la certeza de que en el trasfondo oscuro de nuestras expectativas y de nuestra muerte está ya presente la vida eterna que Él vino a traer».
«Hermana, hermano, ¡deja que tu corazón estalle de júbilo en esta noche santa! Cantemos juntos la resurrección de Jesús», exclamó el Pontífice, concluyendo su homilía con una cita al monje benedictino francés, el padre Jean-Yves Quellec, fallecido en Bélgica en 2016 y autor de Dieu face nord en 1998:
«Cantadlo, comarcas lejanas, ríos y llanuras, desiertos y montañas […] cantad al Señor de la vida que surge desde la tumba, más brillante que mil soles. Pueblos destruidos por el mal y golpeados por la injusticia, pueblos sin tierra, pueblos mártires, alejad en esta noche los cantores de la desesperación. El varón de dolores ya no está en prisión, ha abierto una brecha en el muro, se da prisa por llegar hasta nosotros. Que nazca de la oscuridad el grito inesperado: está vivo, ha resucitado. Y vosotros, hermanos y hermanas, pequeños y grandes […] vosotros en el esfuerzo de vivir, vosotros que os sentís indignos de cantar […] que una llama nueva atraviese vuestro corazón, que un frescor nuevo invada vuestra voz. Es la Pascua del Señor, es la fiesta de los vivientes»
SEBASTIÁN SANSÓN FERRARI