Ciudad del Vaticano, (Vis).- En la festividad de la Presentación de Jesús en el Templo y Jornada de la Vida Consagrada, el Santo Padre presidió a las 17,30 en la basílica vaticana la misa con ocasión del Jubileo de la Vida Consagrada y del Año a ella dedicado. Concelebraron con el Papa los miembros de los Institutos de Vida Consagrada y de las Sociedades de Vida Apostólica.
En el curso del rito, que se abrió con la bendición de los cirios y la procesión, Francisco pronunció una homilía de la que ofrecemos amplios extractos y en la que destacó que la gratitud, por el don del Espíritu Santo que anima siempre a la Iglesia a través de los diversos carismas, era la palabra que sintetizaba el Año de la Vida Consagrada.
»Ante nuestros ojos hay algo sencillo, humilde y grande: María y José llevan a Jesús al templo de Jerusalén. Es un niño como tantos… pero es único: es el Unigénito venido para todos. Este Niño nos trae la misericordia y la ternura de Dios: Jesús es el rostro de la Misericordia del Padre. Y éste es el icono que el Evangelio nos presenta al final del Año de la Vida Consagrada… que ahora como un rÍo, confluye ahora en el mar de la misericordia, en este inmenso misterio de amor que estamos experimentando con el Jubileo extraordinario».
»La fiesta de hoy, sobre todo en Oriente, se llama fiesta del encuentro. En efecto, en el Evangelio hay diversos encuentros En el templo Jesús viene a nuestro encuentro y nosotros vamos a su encuentro. Contemplamos el encuentro con el viejo Simeón, que representa la espera fiel de Israel y la exultancia del corazón por el cumplimiento de las antiguas promesas. Admiramos también el encuentro con la anciana profetisa Ana..Simeón y Ana son la espera y la profecía, Jesús es la novedad y el cumplimiento: Él es la perenne sorpresa de Dios; en este Niño nacido para todos se encuentran el pasado, hecho de memoria y de promesa, y el futuro, lleno de esperanza».
»Podemos ver aquí el inicio de la vida consagrada. Los consagrados y las consagradas están llamados, ante todo, a ser hombres y mujeres del encuentro. La vocación, de hecho, no es el resultado de un proyecto nuestro… sino de una gracia del Señor que nos alcanza, a través de un encuentro que cambia la vida. Quien verdaderamente encuentra a Jesús no puede permanecer igual que antes…Quien vive este encuentro se convierte en testimonio y hace posible el encuentro para los otros; y también se hace promotor de la cultura del encuentro, evitando la autoreferencialidad que nos hace encerrarnos en nosotros mismos».
»Jesús, para salir a nuestro encuentro, no dudó en compartir nuestra condición humana: …No nos salvó “desde el exterior”, no se quedó fuera de nuestro drama, sino que quiso compartir nuestra vida. Los consagrados y las consagradas están llamados a ser signo concreto y profético de esta cercanía de Dios, de éste compartir la condición de fragilidad, de pecado y de heridas del hombre de nuestro tiempo».
»El Evangelio también nos dice que …»su padre y su madre estaban admirados por lo que oían decir de él».. José y María custodian el estupor por este encuentro lleno de luz y de esperanza para todos los pueblos. Y también nosotros, como cristianos y como personas consagradas, somos custodios del estupor. Un estupor que pide ser renovado siempre…¡Ay, de la costumbre en la vida espiritual! ¡Ay, de cristalizar nuestros carismas en una doctrina abstracta!: Los carismas de los fundadores no son para encerrarlos en una botella, no son piezas de museo. Nuestros fundadores fueron movidos por el Espíritu y no tuvieron miedo de ensuciarse las manos con la vida cotidiana, con los problemas de la gente, recorriendo con coraje las periferias geográficas y existenciales».
»Por último, de la fiesta de hoy aprendemos a vivir la gratitud por el encuentro con Jesús y por el don de la vocación a la vida consagrada. Agradecer, acción de gracias: Eucaristía. Que bonito es encontrar el rostro feliz de personas consagradas, quizás ya ancianos como Simeón o Ana, felices y llenas de gratitud por la propia vocación. Esta es una palabra que puede sintetizar todo aquello que hemos vivido en este Año de la Vida Consagrada: gratitud por el don del Espíritu Santo, que anima siempre a la Iglesia a través de los diversos carismas».
Terminada la misa en la basílica, el Papa salió a la Plaza de San Pedro para saludar a los numerosos consagrados y consagradas que no habían podido entrar en la basílica vaticana con estas palabras:
»Gracias por terminar así, todos juntos, este Año de la Vida Consagrada. Seguid adelante. Cada uno de nosotros tiene un lugar, tiene una tarea en la Iglesia. Por favor no os olvidéis de la primera vocación, de la primera llamada. Recordadlo: El Señor continúa llamándoos hoy con el mismo amor. ¡Que no disminuya la belleza y el estupor de la primera llamada! Y después seguid trabajando… Siempre hay algo que hacer. Lo principal es rezar, el meollo de la vida consagrada es la oración. Rezar. Y así envejecer, pero envejecer como el buen vino.»
»Os digo también que a mí me gusta tanto encontrar a esos religiosos, a esas religiosas ancianos, pero con los ojos brillantes porque tienen el fuego de la vida espiritual encendido. No se ha apagado ese fuego… Seguid trabajando y mirad al mañana con esperanza, pidiendo siempre al Señor que nos mande vocaciones, para que nuestra obra de consagración siga adelante. Y la memoria: no os olvidéis de la primera llamada; el trabajo de todos los días … y la esperanza de seguir adelante y de sembrar bien para que los que vengan después de nosotros reciban la herencia que les dejamos».
La vida consagrada debe llevar a la cercanía con la gente
Publicamos amplios extractos del discurso que el Santo Padre improvisó en el Aula Pablo VI para los participantes en el Jubileo de la Vida Consagrada
»Había preparado un discurso para esta ocasión sobre los temas de la vida consagrada y sus tres pilares; hay otros, pero tres son los más importantes: Profecía, proximidad y esperanza.
»Religiosos y religiosas, es decir hombres y mujeres consagrados al servicio del Señor, que siguen en la Iglesia este camino de una pobreza fuerte, de un amor casto que les lleva a una paternidad y a una maternidad espiritual para toda la Iglesia. Y una obediencia … que no es militar, no, no; esa es disciplina, otra cosa – una obediencia de entrega del corazón. Y esta es la profecía. «Pero ¿ tu no tienes ganas de hacer esto o lo otro? » – «Sí, pero de acuerdo a las reglas que tengo que hacer esto.. Y de acuerdo con a las disposiciones esto otro. Y si no veo algo claro, hablo con el superior, con la superiora y, después del diálogo, obedezco.» Esta es la profecía, contra la semilla de la anarquía, que siembra el diablo..La profecía es decir a la gente que hay un camino de felicidad, de grandeza, un camino que te llena de alegría, que es el camino de Jesús. Es la manera de estar cerca de Jesús. La profecía es un don, es un carisma que se debe pedir al Espíritu Santo: »Que yo sepa decir esa palabra, en el momento adecuado; que haga esta cosa en el momento adecuado; que toda mi vida sea una profecía».
»La otra palabra es cercanía. Hombres y mujeres consagrados, pero no para alejarse de la gente y tener todas las comodidades, sino para acercarse y entender la vida de los cristianos y de los no cristianos, los sufrimientos, los problemas, las muchas cosas que sólo se entienden si un hombre y una mujer consagrados se hacen prójimos… La vida consagrada no es un estado que me hace mirar a los otros con desapego…. La vida consagrada debe llevar a la cercanía con la gente: la cercanía física, espiritual, conocer a la gente… Pero el primer prójimo de un consagrado o una consagrada es su hermano o hermana de la comunidad …Y debe ser una proximidad buena, con amor.. Que es también una forma de alejarse de los chismes… del terrorismo de los chismes. Porque el que chismorrea es un terrorista en su comunidad porque lanza, como una bomba, una palabra contra éste o aquella y se aleja. El apóstol Santiago decía que tal vez la virtud humana y espiritual más difícil era la de dominar la lengua….»Pero Padre, ¿si se trata de un defecto, de algo que corregir?». Pues se lo dice a la persona: usted tiene esta actitud que me molesta, o no está bien. Y si no es conveniente – porque a veces no es oportuno – se lo dice a la persona que puede arreglarlo, que puede resolver el problema y a nadie más….»Pero ¿en el Capítulo ?». ¡Ahí sí! En público, todo lo que se siente se tiene que decir; porque hay una tentación de no decir las cosas en el capítulo, y luego fuera: «¿Has visto la priora?, ¿Has visto el superior?». Pero ¿porque no lo has dicho en el Capítulo? … ¿Está claro? Son virtudes de cercanía».
»Y la esperanza. Y os confieso que me cuesta mucho ver la disminución de las vocaciones. Cuando recibo a los obispos y les pregunto: «¿Cuántos seminaristas tienen?» – «4, 5 «. Cuando, en vuestras comunidades religiosas – masculinas o femeninas– tenéis un novicio, una novicia, dos … y la comunidad envejece… Cuando hay monasterios, grandes monasterios… en los que hay solo o cuatro o cinco monjitas ancianas… Y todo esto hace que me venga una tentación que va contra la esperanza: «Pero, Señor, ¿qué sucede? ¿Por qué las entrañas de la vida consagrada se han vuelto tan estériles? «. Algunas congregaciones hacen el experimento de la «inseminación artificial». ¿Qué hacen? Acogen… «Pero sí, ven, ven»… Y luego hay una serie de problemas allí dentro … ¡Se debe acoger con seriedad! Se debe discernir si se trata de una verdadera vocación y ayudarla a crecer. Y creo que contra la tentación de perder la esperanza, que nos da esta esterilidad, debemos rezar más…Y rezar sin cansarnos… «Nuestra congregación necesita hijos, nuestra congregación necesita hijas …». El Señor que es tan generoso no faltará a su promesa. Pero tenemos que pedírselo .Tenemos que llamar a la puerta de su corazón. Porque hay un peligro – y esto es muy feo , pero tengo que decirlo – cuando una congregación religiosa ve que no tiene hijos y nietos, y está empezando a ser cada vez más pequeña, se apega al dinero. Y sabéis que el dinero es el estiércol del diablo. Cuando no pueden tener la gracia de tener vocaciones e hijos, piensan que el dinero salvará la vida ; y piensan en la vejez: Que no falte ésto, que no falte aquello … Y así no hay esperanza. La esperanza está solamente en el Señor. El dinero no te la dará nunca».
»Y muchas gracias por lo que hacéis. Las personas consagradas – cada una con su propio carisma. Y quiero subrayar lo que hacen las religiosas. ¿Cómo sería la Iglesia si no hubiera monjas? Ya lo dije una vez: Cuando se va al hospital, a los colegios, a las parroquias, a los barrios, a las misiones,… Hombres y mujeres que dieron su vida …Cuando vas al cementerio y ves que hay tantos misioneros religiosos y tantas monjas muertos a los 40 años porque contrajeron enfermedades, fiebres de esos países.., quemaron su vida … Uno dice: ¡Estos son santos, estas son semillas! Debemos decirle al Señor que baje un poco a estos cementerios para ver lo que hicieron nuestros antepasados y nos dé más vocaciones porque las necesitamos».
La Iglesia y el mundo esperan de vosotros profecía, cercanía y esperanza
El Año de la Vida Consagrada, convocado por el Papa Francisco a finales de 2014 y comenzado con una vigilia de oración en noviembre de ese año en la basílica romana de Santa María Mayor, será clausurado con una solemne misa celebrada por el Santo Padre en la basílica de San Pedro. A lo largo de esa convocatoria se han sucedido eventos, seminarios, cadenas de oración en los monasterios de todo el mundo, así como un encuentro entre consagrados de diversas confesiones cristianas que, como afirma el Pontífice en el discurso que había preparado para ellos, es una iniciativa que merece seguir adelante.
Francisco ha recibido en el Aula Pablo VI a los participantes en el Jubileo de la Vida Consagrada, el último evento del Año. El Papa ha improvisado unas palabras para ellos, dando por leído el texto preparado para la ocasión y del que ofrecemos amplios extractos:
»Un día Jesús en su infinita misericordia, se dirigió a cada uno y cada una de nosotros y nos dijo personalmente: »Ven». Si estamos aquí es porque respondimos »sí». A veces con »una adhesión llena de entusiasmo y alegría, otras más difícil, quizás incierta», pero siempre »con generosidad, dejándonos guiar por caminos que ni siquiera habríamos imaginado», aprendiendo de Cristo, »la relación con el Padre, recibiendo su Espíritu, aprendiendo a amar a los pobres y pecadores, al igual que el servicio, la acogida, el perdón y la caridad fraternal». »Nuestra vida consagrada tiene sentido porque permanecer con El e ir con El por los caminos del mundo llevándolo, nos conforma a El, nos hace ser Iglesia, don para la humanidad».
»El Año se termina pero prosigue nuestro compromiso de ser fieles a la llamada recibida y de crecer en el amor, en la entrega, en la creatividad. Y para que sea así me gustaría dejaros tres palabras…. La primera palabra es profecía, el carácter que distingue a la vida consagrada… La Iglesia y el mundo esperan que proclaméis con vuestra vida, incluso antes que con las palabras, la realidad de Dios: decir Dios. Si a veces es rechazado o marginado o ignorado, debemos preguntarnos si tal vez no hemos dejado que su rostro se transparentase, mostrando en su lugar el nuestro. El rostro de Dios es el de un Padre, «misericordioso y clemente, lento a la ira y grande en el amor»
La segunda es cercanía. »Dios, en Jesús, se acercó a cada hombre y a cada mujer, compartió la alegría de los esposos de Caná de Galilea, y la angustia de la viuda de Naín; entró en la casa de Jairo tocado por la muerte y en la casa de Betania perfumada de nardo; cargó con enfermedades y sufrimientos, hasta dar su vida en rescate por todos. Seguir a Cristo significa ir donde El iba; cargar sobre sí, como el buen samaritano, al herido que nos encontramos en el camino; ir en busca de la oveja perdida. Estar como Jesús, cerca de la gente; compartiendo sus alegrías y sus penas; mostrar con nuestro amor, el rostro paternal de Dios y caricia maternal de la Iglesia. Que nadie os sienta distantes, despegados, cerrado y por lo tanto estériles. Cada uno de vosotros está llamado a servir a los hermanos, de acuerdo con su carisma: quien con la oración, quien con la catequesis, quien con la enseñanza, quien con el cuidado de los enfermos y los pobres, quien anunciando el Evangelio, quien cumpliendo las diferentes obras de misericordia. Lo importante no es vivir para sí mismos, como Jesús no vivió para sí mismo, sino para el Padre y para nosotros».
Por último, esperanza. »Dando testimonio de Dios y de su amor misericordioso… podéis infundir esperanza en nuestra humanidad marcada por diversas angustias y temores y, tentada a veces de desaliento». »Podéis hacer que la gente sienta la fuerza renovadora de las bienaventuranzas, de la honradez, de la compasión; el valor de la bondad, de la vida sencilla, esencial, llena de significado. Y también podéis alimentar la esperanza de la Iglesia. Pienso por ejemplo en el diálogo ecuménico. El testimonio carismático y profético de la vida consagrada, en sus diversas formas, puede contribuir a que todos nos reconozcamos más unidos y favorecer la plena comunión».
»No os dejéis condicionar en vuestro apostolado diario por la edad o el número. Lo que más importa es la capacidad de repetir el «sí» inicial a la llamada de Jesús que se sigue escuchando, de forma siempre nueva, en cada etapa de la vida. Su llamada y nuestra respuesta mantienen viva nuestra esperanza. Profecía, cercanía, esperanza. Viviendo así, llevaréis en vuestro corazones la alegría, sello distintivo de los seguidores de Jesús, y más aún de los consagrados».