Libet descubrió que la actividad cerebral inconsciente que conduce a una sencilla decisión como la de mover un dedo comienza aproximadamente medio segundo antes de que el sujeto sienta haber tomado tal decisión. Esta actividad cerebral no consciente previa no tiene, sin embargo, por qué ser decisoria, como avalan algunos trabajos recientes, lo que ha animado a algunos neurocientíficos a afirmar que la libertad está menos limitada de lo que se pensaba
De todo el conocimiento que se está desarrollando sobre el sistema nervioso, los ojos de mucha gente están puestos en un elemento crucial. La clave de una bóveda que, en caso de eliminarse, produciría el derrumbamiento de toda una forma de ver el mundo y del propio concepto de persona. Si los impulsos eléctricos y químicos son responsables automáticos de la activación de las neuronas y nuestros pensamientos son resultado de la activación de conjuntos de neuronas, ¿está todo lo que hacemos y pensamos determinado? ¿Es nuestra capacidad de decisión una mera ilusión? ¿Somos máquinas de carne? Y si es así, ¿qué sentido tiene un Dios personal y amoroso?
La pregunta por el libre albedrío se convierte para muchos en la pregunta por Dios. Muchos fisicalistas ateos saben que, eliminando el libre albedrío, se cobran otras dos piezas de enorme importancia: la responsabilidad moral y la religión. Y por eso esta cuestión ha suscitado el interés de todos ellos. Ante cualquier resultado científico, por preliminar que sea, las posturas fisicalistas no solo concluyen que el libre albedrío es una ilusión, sino que certifican el fin de la responsabilidad, la culpabilidad, la imputabilidad y el pecado. Al declarar inexistente este último, de paso, creen golpear la base de las religiones. Este es actualmente el carro de batalla más caliente en la fricción entre ciencia y fe.
El experimento de Libet marcó el principio de la investigación sobre el libre albedrío. En este experimento se descubrió que la actividad cerebral inconsciente que condujo a una sencilla decisión consciente, como la de mover un dedo, comenzaba aproximadamente medio segundo antes de que el sujeto sintiera que había tomado tal decisión. Experimentos posteriores utilizando resonancia magnética funcional han corroborado este hallazgo. Esta actividad cerebral no consciente previa a la toma de decisiones no tiene, sin embargo, por qué ser necesariamente decisoria. Además, los impulsos inconscientes para llevar a cabo un acto volitivo podrían estar abiertos a la supresión por los esfuerzos conscientes del sujeto (capacidad de veto), tal y como avalan algunos trabajos recientes. Esto último ha animado a algunos neurocientíficos a afirmar que la libertad está menos limitada de lo que se pensaba.
El indeterminismo cuántico
Lo anterior se refiere a decisiones sencillas. Respecto a las decisiones complejas, que afectan a nuestra estrategia de vida, el asunto se ha tratado tradicionalmente con modelos en dos etapas. Existiría una fase inconsciente de generación de alternativas o consideraciones, seguida de un proceso de selección más consciente. Pensadores como Poincaré, Popper, Compton, Eccles o Denett han elaborado sus modelos que incorporan en muchos casos la indeterminación cuántica como el origen de la indeterminación decisoria. Sería necesario explicar cómo se produce la amplificación o ascenso de los eventos cuánticos microscópicos hasta llegar a afectar a las decisiones complejas. Para John Searle el cientifismo actual expresa que el mundo es un conjunto sin sentido de partículas que se organizan en sistemas cada vez más complejos hasta llegar a producir cosas como nosotros mismos. A esta proposición se le opone nuestra sensación constante de que somos seres conscientes, racionales, pensantes, intencionales y libres.
Para conciliar ambas visiones Searle acepta que el indeterminismo cuántico debe ascender hasta llegar a condicionar el funcionamiento de las biomoléculas. Siguen la misma línea otros como Peter Tse que propone la sinapsis como un fenómeno cargado de indeterminismo. Para Searle, en el indeterminismo cuántico está en el origen de la conciencia y las decisiones libres lo heredan sin su aleatoriedad. El continuo neurobiológico puede parecer más plausible, lógico y de sentido común, pero el discontinuo del que habla Searle, que es compatible con el libre albedrío, también cuenta con indicios a su favor. Así, no existe ventaja evolutiva lógica para que se utilicen tantos recursos, tanta energía y tanto esfuerzo en la ilusión del libre albedrío.
Los cientifistas ateos pretenden demostrado o a punto de serlo el determinismo neuronal. Se basan en un conocimiento todavía precario del cerebro y en pruebas muy poco consistentes. Para que exista libertad es necesario pero no suficiente el azar, y como tal, muchos pensadores ofrecen vías para llevar el indeterminismo cuántico a la escala de la biología. De alguna forma habrá que entender cómo se desprende de la indeterminación la aleatoriedad. Esta cuestión en mi opinión excederá siempre del ámbito científico.
Alfa y Omega
Javier Pérez Castells
Catedrático de Química Orgánica de la Universidad CEU San Pablo.
El autor fue ponente en las V Jornadas Ciencia y Fe organizadas por la ACdP y la Fundación Cultural Ángel Herrera Oria
Ilustración: Nieto