La exposición Los diez del Titanic, hasta el 27 de abril en Madrid, recuerda las historias de los españoles que embarcaron en el transatlántico británico y de los sacerdotes que perecieron acompañando a los náufragos.
25 de abril 2024.- Más de 50 fotografías, documentos e infografías acreditan el paso por el Titanic de los ciudadanos españoles que embarcaron aquel fatídico abril de 1912, procedentes de Cataluña, Madrid, Andalucía, Castilla-La Mancha y Asturias: María Josefa Peñasco, Fermina Oliva, Víctor Peñasco, Encarnación Reynaldo, Emilio Pallás, Julián Padró, Florentina Durán, Asunción Durán, Juan Monros y Servando Ovies. Para hacer posible la muestra Los diez del Titanic, los periodistas y escritores Javier Reyero, Cristina Mosquera y Nacho Montero realizaron una investigación de diez años con 200 fuentes documentales que primero vio la luz en un libro homónimo (cuarta edición, LID editorial) y ahora puede disfrutarse en esta nueva recreación de los acontecimientos que recala en el madrileño distrito de Tetuán, en el Centro Cultural Eduardo Úrculo (plaza Donoso, 5). Además, se proyecta «hacer viajar por toda España», como adelanta Reyero, maestro de ceremonias de la jornada estrella de este 26 de abril, que contará con la proyección del documental Titanic, 25 años después de James Cameron (17:00 horas) seguida de su charla-coloquio Titanic: La historia interminable.
No parece casualidad que, de entre todas las historias que descubre la exposición, sobrecoja especialmente la que tanto recuerda a la oscarizada película Titanic de Cameron, protagonizada por Víctor Peñasco y María Josefa Pérez de Soto, jóvenes recién casados de la alta sociedad madrileña que quisieron poner broche de oro a la luna de miel viajando en primera clase en el Titanic. Cuando ocurre la catástrofe marítima, Víctor consigue acomodar a su esposa en el bote número 8, donde salvaría la vida, pidiendo a las acompañantes que la cuiden (solo acceden mujeres y niños), despidiéndose: «Pepita, que seas muy feliz». Su cuerpo jamás sería encontrado y la última imagen que puede testimoniarse de él es cayendo de rodillas en actitud de orar. Podemos leerlo con detalle en el pasaje más emocionante del libro, que narra cómo el sacerdote católico Thomas Byles dirige en cubierta el rezo de un rosario, y muchos como Víctor «se unen a la oración postrados, estrechando entre las manos sus crucifijos, la mayoría mujeres de tercera clase a las que el clérigo ha ayudado a ascender desde las dependencias inferiores del barco».
Héroes anónimos
Corrobora Cristina Mosquera que «el rezo del rosario en los instantes finales del Titanic es conmovedor: tiene lugar cuando ya han salido todos los botes salvavidas, los pasajeros que quedan a bordo están condenados y, alrededor de los sacerdotes, se congregan unas 100 personas, no solo católicas sino también protestantes y judías, arrodilladas, orando juntas, mientras el padre Byles les dice que se preparen para encontrarse con Dios». De los testimonios recopilados, la investigadora destaca el de la pasajera Helen Mary Mocklare, «que relata cómo el padre Byles recorre los pasillos de tercera clase con la mano levantada, diciendo: «Estad tranquilos, mi buena gente», y todos se calman de inmediato, impresionados por el absoluto autocontrol del sacerdote que reza en todo momento y, ya en cubierta, se sube a una cadena o un rollo de cuerda y reparte bendiciones y palabras de aliento; y, en las ocasiones en que le ofrecen un puesto en los botes salvavidas, se niega en rotundo a embarcar, asegurando que no se marchará mientras quede una sola persona en el barco».
Tampoco deja lugar a dudas Nacho Montero. «En el Titanic hubo muchos héroes anónimos, y los sacerdotes católicos que viajaron en el barco fueron parte de ellos: son un símbolo de valentía, de generosidad y de entrega a los demás; se sacrificaron para ofrecer consuelo a personas que sabían con certeza que iban a morir y no solo salvaron muchas vidas, sino que también ayudaron a muchos otros a mantener la serenidad en la despedida final».
En el Titanic viajaron ocho sacerdotes: tres católicos y cinco protestantes (un metodista, un luterano, un anglicano y dos bautistas). Explican los comisarios que los tres católicos se alojaron en segunda clase, perecieron y sus cuerpos, si fueron recuperados, nunca fueron identificados. Uno fue el padre Juozas Montvilal, lituano de 27 años que emigraba a EE. UU. porque se le había prohibido ejercer el ministerio católico en su tierra natal debido a la represión religiosa de los zares rusos. El padre Joseph Benedikt Peruschitz, sacerdote alemán de 41 años, viajaba para asumir el cargo de director de una escuela benedictina de Minnesota. Se le recuerda con una placa en el claustro del monasterio de Scheyern de Baviera: «Que en paz descanse Joseph Peruschitz, quien piadosamente se sacrificó en el barco Titanic».El padre Thomas Byles, de 42 años, era el mayor de los siete hijos del reverendo Alfred Holden Byles, un reconocido ministro congregacionalista. Se convirtió al catolicismo y fue bautizado el 23 de mayo de 1894 en la iglesia de San Aloysius, en Oxford. Todos los testimonios de los supervivientes del Titanic coinciden en destacar el gran liderazgo y el valor demostrado por el sacerdote británico. Tras su muerte en el desastre, el Papa Pío X se refirió a él como «mártir de la Iglesia». Aunque su nombre no se menciona, aparece en la película Titanic de James Cameron, lo que contribuyó a potenciar su fama.
MAICA RIVERA
Alfa y Omega