Doce «puntos críticos». Enigmas que necesitaban ser aclarados para garantizar la santidad de Pablo VI. Entre ellos destaca su relación con España, en tiempos de Francisco Franco. Bautizadas como «cuestiones selectas», estas situaciones en la vida y el ministerio del Papa han sido analizadas con lupa. Quedaron recogidas en un minucioso estudio documental presentado a la Santa Sede. El autor de esa parte del informe asegura: «Montini se adelantó diez años a la Transición democrática española». Y sobre las pesquisas en torno al santo Pontífice, el relator de su causa de canonización afirma: «No escondimos nada, incluimos todo. Incluso las minucias»
El próximo domingo, 14 de octubre, en la plaza de San Pedro del Vaticano, el Papa Francisco elevará a los altares a Pablo VI. En la misma ceremonia, canonizará a otros seis nuevos santos, entre ellos el obispo salvadoreño Óscar Arnulfo Romero. Obispo de Roma entre 1963 y 1978, Giovanni Battista Montini guió a la Iglesia en tiempos turbulentos. Hombre de diálogo, prodigioso formador y director espiritual, condujo el Concilio Vaticano II a su conclusión. Afrontó sus consecuencias, empeñándose en evitar la ruptura.
«Valía la pena ser opositores de Pablo VI, se hacía carrera», asegura Guido Mazzota, relator ad causam del proceso de Montini desde 1989 gracias a un permiso especial de Juan Pablo II. A él le tocó identificar estos doce puntos críticos y despejarlos. Entre ellos, cuestiones como la encíclica Humanae vitae, que cosechó clamorosas oposiciones; el llamado «catecismo holandés», considerado entonces modernista; su recomendación del libro Humanismo integral de Jacques Maritain, entonces muy cuestionado en diversos ambientes católicos, e incluso los artificiosos rumores sobre su sexualidad, inventados en ambientes fascistas romanos y opositores a su persona en la Curia.
Para cada uno de estos asuntos espinosos fue designado un teólogo o historiador que pudiese aclararlos. La trama española fue encargada a Vicente Cárcel Ortí. «Me pidieron un estudio sobre las relaciones que tuvo Pablo VI con España durante su pontificado. España quiere decir el jefe del Gobierno, la nación, los obispos… Es decir, todo el conjunto», explica el sacerdote a Alfa y Omega.
Todo partió del famoso telegrama que el entonces arzobispo de Milán, Montini, le dirigió a Franco para implorarle conmutar la pena de muerte dictada contra Julián Grimau, exponente del Partido Comunista. Aquella solicitud no surtió efecto y el 20 de abril de 1963 fue ejecutado. Dos meses después, el 21 de junio, el cardenal se convirtió en Papa. «La noticia de la elección de Montini no le cayó bien al Gobierno [de Franco] en ese momento, tanto que se había desencadenado en España una campaña de prensa contra el cardenal, en junio de 1963», relata Cárcel Ortí.
Pero aquel episodio no afectó la posterior relación personal entre el obispo de Roma y el jefe de Estado español. Pablo VI decidió separar los planos. A Franco le reservó un trato respetuoso, reconociéndole lo hecho durante la persecución religiosa por la Iglesia. Pero ante su régimen siempre fue muy crítico. «Él era un demócrata y quería para España una democracia», añade el historiador.
Y precisa: «Mi tesis es que Pablo VI se adelantó más de diez años a la Transición política que tuvo lugar después. Empezó a renovar el episcopado español pidiendo a los obispos que se abrieran a la democracia pensando en el futuro, porque todo el mundo sabía que tendría los días contados cuando llegara la hora».
Un hombre libre
Al respecto, Guido Mazzota aclara a este semanario: «Como se habla de la santidad del Papa y no la de Franco, debíamos ver si la relación que Pablo VI había instaurado con España era virtuosa, cristiana, evangélica o no. Esta fue la pregunta que se debía hacer. El Papa y Franco mantuvieron una relación muy respetuosa; jamás Pablo VI hizo pesar la negativa anterior. Probablemente dentro de sí pensaba de forma distinta, porque él era antifascista por cuestión cultural y educación familiar».
Montini no era un hombre de retaguardia. Jamás escondió sus opciones sociales e, incluso, políticas. De joven, comentó el Concordato entre la Santa Sede y el Gobierno italiano de Benito Mussolini en una carta dirigida a su padre: «Si la Iglesia necesita apoyos estatales es el fin», escribió. «Era un hombre con gran independencia de juicio», sostiene el relator.
Asistente por años de la Federación Universitaria Católica Italiana (FUCI), inspiró a toda una generación de jóvenes políticos. Incluido el primer ministro Aldo Moro. Tal era la amistad que los ligaba, que el Papa confesó su deseo de entregarse él mismo a las comunistas Brigadas Rojas, si eso le aseguraba a su amigo la libertad del secuestro al cual lo habían sometido los terroristas en 1978 y al que no sobrevivió.
Un hombre de coloquio personal
«Podemos decir que temía a las multitudes, no era el hombre de las masas, pero era el hombre del coloquio personal. Los testimonios más bellos sobre su vida fueron las brindados por quienes hicieron dirección espiritual con él», destaca Mazzota. En total, durante todo el proceso de canonización fueron escuchados 193 testigos y se escribieron seis gruesos volúmenes, además de una biografía crítica documentada. «Toda la experiencia humana y espiritual del Papa ha sido revisada», insiste.
Inclusive las críticas. Entre otras cosas, se le acusó de falta de formación, porque sus estudios eclesiásticos no los condujo en un seminario sino en su casa, por su frágil salud. Pero en la Academia Eclesiástica, la escuela de diplomáticos vaticanos, se descubrió toda su hoja de vida con estudios sobresalientes, que incluyeron un doctorado en Filosofía.
Recordado como el Papa de encíclicas como Eclesiam suam (1964), el programa de su pontificado; y Populorum progressio (1967), sobre la necesidad de promover el desarrollo de los pueblos, fue también el primero en realizar viajes de gran impacto global, como la peregrinación a Tierra Santa (1964) y otra a Latinoamérica, con la visita a Bogotá en 1968 para la inauguración de la sede del CELAM.
Fue el primer Papa en no ser coronado, renunció a la silla gestatoria [aunque debió retomar la tradición por cuestiones logísticas], condujo el Concilio Vaticano II hasta su conclusión en medio de no pocas insidias, y plasmó aquella intuición en las asambleas del Sínodo de los obispos, que aún perduran.
Más allá de todas estas grandes acciones, Mazzota quiso recordar a Montini con una frase que él le escribió a un sacerdote amigo, en una carta escrita poco después de ser ordenado diácono: «Ahora estoy en la orden de Esteban y Lorenzo, los protodiáconos romanos, me dieron el encargo de llevar el pan a los hambrientos y el Evangelio a toda persona». El relator apuntó: «Este era Pablo VI, un hombre de diálogo con una gran conciencia de su misión de Papa. Pero con un enorme amor a los pobres. No descuidaba jamás las necesidades primarias de todas las personas».
Andrés Beltramo Álvarez (Ciudad del Vaticano)
Imagen: El Papa Pablo VI junto a los cardenales Marcelo González Martín,
Vicente Enrique y Tarancón, y Narciso Jubany,
durante una audiencia en el Vaticano, en 1974.
(Foto: ABC)