Veámoslo como una oportunidad. Es cierto que, en no pocas ocasiones, recibir el sacramento de la Primera Comunión es, para los padres de las criaturas, una medida del pulso de amor materializado en el evento más bonito, más multitudinario, más caro, para demostrar a sus hijos —y a los cuñados, ya de paso— que es un momento único que hay que celebrar.
Y ahí está la clave: sea como fuere, hay consciencia de esa unicidad. En estos tiempos sinodales, de primer anuncio, de foco en la evangelización, los párrocos y catequistas tienen una oportunidad de oro en esas iglesias llenas de familia y amigos que acuden a acompañar a los niños a recibir, por primera vez, a Cristo. No van a su primer partido de tenis. O a un campeonato de ajedrez. Sea por lo que fuere, entran en la parroquia. Y, aunque en ocasiones el templo parezca un mercado con los comentarios de «qué guapa está la niña, parece una princesa» o «mira mi chico, es un señorito con esa corbata», hay una consagración, una homilía, y cientos de personas dispuestos a la escucha. No dejemos pasar esta ocasión, ahogados por el malestar de las grandes celebraciones que nada tienen que ver con lo que allí sucede. Veámoslo como la oportunidad.
CRISTINA SÁNCHEZ AGUILAR
Directora de ‘Alfa y Omega’
Publicado en Alfa y Omega el 20.5.2024.