Cisnes Salvajes es el libro que más ha abierto los ojos de Occidente ante las brutalidades del comunismo en la China de Mao. Su autora, Jung Chang, cuenta la historia de su familia y el descenso a los infiernos de su padre, destacado dirigente comunista y luego opositor al régimen. Las delaciones, el miedo, las torturas, el lavado de cerebro colectivo, los asesinatos, las hambrunas y el régimen de terror que implantó Mao durante décadas son reflejados sin rodeos por Chang, que ha ofrecido su testimonio en el congreso Cien años de la Revolución Rusa organizado recientemente por el CEU
Hay un fenómeno que recorre todo su libro: el miedo. ¿Cómo era en la China de Mao?
Nunca sabías lo que podía pasar. El desastre estaba al otro lado de la esquina. Tu familia podía tener problemas por nada, incluso aunque tú no tuvieras nada contra el régimen. Había tantas cosas que no te eran permitidas… Nunca sabías lo que te podía ocurrir. Además, siempre había otras personas que informaban a las autoridades sobre lo que tú hacías, sobre lo que decías… Nunca podías estar seguro de la gente. Nunca podías confiar en alguien.
¿Por qué es tan desconocida la brutalidad del régimen comunista chino? Por ejemplo, usted habla de una hambruna provocada que causó 30 millones de muertos, muchos más que los del Holodomor que provocó Stalin en Ucrania, pero de la colectivización impuesta por Mao no se habla tanto.
En realidad la hambruna mató a 38 millones de personas, que murieron literalmente de hambre. El problema es que China siempre ha estado aislada del resto del mundo, nadie podía salir de ahí, y eso hacía muy difícil que alguien pudiera conocer la verdad de lo que pasaba dentro. En el extranjero, había mucha gente ilusionada con la China que estaba construyendo Mao, la prensa hablaba bien de él en Occidente… Pero afortunadamente esto ha cambiado en las últimas décadas.
Usted cambió de mentalidad, su padre también lo hizo… ¿Cómo llega ese momento en el que uno descubre la verdad, cuando descubre que todo es mentira? ¿Sigue pasando a otros hoy?
Yo crecí cautivada por la personalidad de Mao. Era como un dios incuestionable. Pero cuando estalló la Revolución Cultural y fui testigo de todas las atrocidades que trajo, entonces empecé a cuestionarme todo. La noche de mi decimosexto cumpleaños golpearon la puerta de nuestra casa y la registraron en busca de pruebas contra mi padre; cuando todo pasó, me tumbé en mi cama y pensé: «¿Este es el paraíso en el que nos dicen que vivimos?». Para mí fue un punto de no retorno en mi vida. La sensación fue indescriptible: estaba ilusionada porque intuía una vida distinta, pero al mismo tiempo estaba aterrorizada. Y por supuesto no me atreví a decírselo a nadie, ni siquiera a mis padres. Solo años más tarde me di cuenta de que la culpa de todo no la tenían los que trabajaban para el Gobierno, sino el propio Mao. Otras personas quizá pasaron por lo mismo, pero seguro que no se lo dijeron a nadie por el miedo.
¿Por qué sigue siendo tan atractivo el comunismo hoy, especialmente entre los jóvenes?
No creo que la gente lo considere atractivo, ni siquiera las generaciones más jóvenes. De alguna manera, la gente vive hoy una vida compartimentada: están los líderes del Partido Comunista, a los que no debes cuestionar, pero luego sigues con tu vida como quieras. Creo que esa es la mentalidad de la mayoría en China: prefieren no saber, no pensar, mientras puedan seguir con su vida. Hoy no hay idealismo, la gente prefiere divertirse antes que complicarse la vida con cualquier ideal. Es algo muy triste.
J.L.V.D-M./Alba Compadre
(Foto: CEU)