La carta de la Doctrina de la Fe va dirigida a los obispos, recuerda que los carismas son dones, que los frutos son superiores a las dificultades y que es necesario dar el testimonio de la unidad
La carta de la Congregación de la Doctrina de la Fe, Iuvenescit Ecclesia, dirigida a los obispos de la Iglesia, sobre la relación entre dones jerárquicos y carismáticos, fue presentada el martes 14 de junio en la Sala de Prensa de la Santa Sede.
Intervinieron el cardenal Gerhard Ludwig Müller, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe; el cardenal Marc Ouellet, P.S.S., prefecto de la Congregación para los obispos y otros dos conferencistas: la profesora de teología en la Universidad Gregoriana, María Aparicio Valls y monseñor Piero Coda, miembro de la Comisión teológica internacional.
El cardenal Müller recordó la capacidad que debe tener la Iglesia para desafiar el desgaste del tiempo, gracias a la acción del Espíritu Santo. Y esta es la “perspectiva adecuada para entender” la Iuvenescit Ecclesia, y “la relación entre dones jerárquicos y carismáticos”, los cuales son “puestos al servicio de la vida y de la misión eclesial”.
“El surgir de tantas nuevas agregaciones, asociaciones y movimientos eclesiales, así como de gran cantidad de nuevos institutos de vida consagrada después del Concilio Vaticano II, ha hecho descubrir nuevamente y concretamente el porte eclesial de esta afirmación conciliar”, observó. Y porque demuestra que “la Iglesia no crece por proselitismo sino por atracción”. Y si siempre existió el nacer de nuevos carismas, particularmente se “asistió a un florecer inesperado y arrollador de tantas de estas realidades”, subrayó el cardenal.
Por ello la carta, señala “los elementos teológicos y eclesiológicos que puedan favorecer una ordenada participación de las nuevas agregaciones a la comunión eclesial para un pleno empeño misionero de toda la Iglesia”.
O sea, más allá de cualquier estéril contraposición o yuxtaposición (unas junto a otras sin sobreponerse), se trata de favorecer una ordenada comunión, relación y sinergia, en vista de un renovado elan misionero. Así sin entrar entrar demasiado en los temas pastorales y prácticas, el texto profundiza las problemáticas teológicas de fondo.
“Entre los puntos centrales –aseguró el prefecto de la Doctrina de la Fe– está la afirmación de la co-esencialidad entre dones jerárquicos y carismáticos que pertenece a la constitución divina de la Iglesia fundada por Jesús”. Y que “no sea lícito contraponer una Iglesia del Espíritu a una Iglesia de la Institución”.
Se habla también de la colocación de los carismas, en las relaciones entre la Iglesia Universal y particulares, especialmente en aquellas que necesitaban de una nueva evangelización.
Por su parte el cardenal Ouellet, señaló que la relación entre dones jerárquicos y carismáticos permiten que la Iglesia “proclame la alegría del Evangelio y despierte la adhesión de los fieles, y también de los no creyentes, no por proselitismo sino por atracción”. Añadió que este documento promueve en base a los criterios bíblicos y teológicos y al Magisterio de la Iglesia.
Y si bien en la historia de la Iglesia se registraron cismas debido a doctrinas apocalípticas, “asociadas a una misteriosa era del Espíritu Santo”, la Lumen Gentium supera enteramente esta realidad problemática distinguiendo entre dones jerárquicos y carismáticos, y subrayando “su diferencia en la unidad”.
Recordó la co-esencialidad entre ambos dones, como reiterado por Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco. “En definitiva –concluye el prefecto– es posible reconocer una convergencia del reciente magisterio eclesial sobre coexistencialidad entre dones jerárquicos y carismáticos”. Al concluir, el cardenal señaló que no obstante las tensiones inherentes, los frutos son muy superiores a las dificultades.
Sergio Mora (ZENIT – Ciudad del Vaticano)
‘La dimensión carismática nunca puede faltar en la vida y misión de la Iglesia’
La dimensión carismática nunca puede faltar en la vida y misión de la Iglesia. Lo subraya la Congregación para la Doctrina de la Fe en su carta, presentada el martes 14 de junio, titulada “Iuvenescit Ecclesia” y dirigida a los obispos de la Iglesia católica sobre la relación entre los dones jerárquicos y carismáticos para la vida y misión de la Iglesia.
De este modo, se recuerda que los dones jerárquicos y los dones carismáticos son “co-esenciales” para la vida de la Iglesia. El documento se centra “en la relación entre los dones jerárquicos y carismáticos en la vida y la misión de la Iglesia”. Los dones jerárquicos son los conferidos con el sacramento del Orden (episcopal, presbiteral, diaconal), mientras que los carismáticos son distribuidos libremente por el Espíritu Santo.
La publicación de la Carta – fechada el 15 de mayo de 2016 y firmada por el prefecto – ha sido ordenada por el papa Francisco el pasado 14 de marzo, durante la audiencia concedida al cardenal. Müller.
¿Cómo reconocer un auténtico don carismático? Al respecto, la carta llama al discernimiento, una tarea que es “propia de la autoridad eclesiática”, de acuerdo con criterios específicos. En concreto menciona: ser instrumentos de santidad en la Iglesia; compromiso con la difusión misionera del Evangelio; confesión plena de la fe católica; testimonio de una comunión activa con toda la Iglesia, acogiendo con leal disponibilidad sus enseñanzas doctrinales y pastorales; respeto y reconocimiento de los otros componentes carismáticos en la Iglesia; aceptación humilde de los momentos de prueba en el discernimiento; presencia de frutos espirituales como la caridad, la alegría, la paz, la humanidad; mirar a la dimensión social de la evangelización, conscientes de que “la preocupación por el desarrollo integral de los más abandonados de la sociedad es una necesidad en una auténtica realidad eclesial”.
La carta estudia las cuestiones teológicas que se derivan de la relación entre la institución eclesial y los nuevos movimientos y grupos, insistiendo en la relación armónica y en la complementariedad de los dos sujetos, siempre en el ámbito de una “participación fecunda y ordenada de los carismas en la comunión de la Iglesia”, que no les autorice a substraerse de la obediencia a la jerarquía eclesial”, ni les dé derecho a un ministerio autónomo.
Los carismas auténticos –se precisa en la carta– deben estar encaminados a “la apertura misionera, a la obediencia necesaria a los pastores y a la inmanencia eclesial”.
Por otro lado se recuerda que no se debe, efectivamente, oponer una Iglesia de la “institución” a una Iglesia de la “caridad”, porque en la Iglesia “también las instituciones esenciales son carismáticas” y “los carismas deben institucionalizarse para tener coherencia y continuidad”. Así ambas dimensiones “concurren juntas para hacer presente el misterio y la obra salvífica de Cristo en el mundo”.
Del mismo modo se añade que las nuevas realidades deben alcanzar la madurez eclesial que implica su pleno desarrollo e inserción en la vida de la Iglesia, siempre en comunión con los pastores y atentas a sus indicaciones. De hecho, la existencia de nuevas realidades llena el corazón de la Iglesia de “alegría y gratitud” pero las llama también a “relacionarse positivamente con todos los demás dones presentes en la vida eclesial” para “promoverlos con generosidad y acompañarlos con paterna vigilancia” por los pastores para “que todo contribuya al bien de la Iglesia y su misión evangelizadora”.
A propósito del reconocimiento jurídico de las nuevas realidades eclesiales, la Carta indica dos criterios fundamentales a tener en cuenta, según las formas establecidas por el Código de Derecho Canónico. El primero es el “respeto por las características carismáticas de cada uno de los grupos eclesiales”, evitando forzamientos jurídicos que mortifiquen la novedad. El segundo criterio se refiere al “respeto del regimen eclesial fundamental”, favoreciendo la promoción activa de los dones carismáticos en la vida de la Iglesia, pero evitando que se conciban como una realidad paralela, sin una referencia ordenada a los dones jerárquicos.
La Iuvenescit Ecclesia evidencia cómo la relación entre dones jerárquicos y carismáticos deba tener en cuenta la “relación esencial y constitutiva entre la Iglesia universal y las Iglesias particulares”. Esto significa que, efectivamente, los carismas se dan a toda la Iglesia, pero que su dinámica “sólo puede realizarse en el servicio a una diócesis concreta”. Y no sólo eso sino que también representan “una auténtica oportunidad” para vivir y desarrollar la propia vocación cristiana, ya sea el matrimonio, el celibato sacerdotal, o el ministerio ordenado. La vida consagrada también, “se coloca en la dimensión carismática de la Iglesia”, porque su espiritualidad puede convertirse en un recurso importante tanto para los fieles laicos como para el presbiterio, ayudando a ambos a vivir una vocación específica.
Rocío Lancho García (ZENIT – Ciudad del Vaticano)
El Card. Ouellet: ‘En el papa Francisco tenemos un claro ejemplo de jerarquía y carisma’
El cardenal Marc Ouellet, prefecto de la Congregación para los Obispos, explicó en la sala de prensa del Vaticano, la carta Iuvenescit Ecclesia, realizada por la Congregación de la Doctrina de la Fe y dirigida a los obispos de la Iglesia católica.
Señaló que existe un reconocimiento inconfundible de la importancia de los carismas en la vida y misión de Iglesia, los cuales hacen nacer nuevas realidades eclesiales que deben trabajar y relacionarse con la jerarquía.
O sea, más allá de cualquier estéril contraposición o independentismo se trata de favorecer una ordenada comunión, relación y sinergia, en vista de un renovado plan misionero.
Y concluyó con la siguiente frase: “Si alguien dudara aún de la importancia de la dimensión carismática en la Iglesia, lo invito a reflexionar sobre el hecho que cincuenta años después del Concilio Vaticano II, el Espíritu Santo y los cardenales han elegido a un pastor supremo que proviene del ámbito carismático de la Iglesia”.
ZENIT preguntó al cardenal sobre esta frase, porque el Santo Padre es jesuita pero algunas de las nuevas realidades parecen ser menos integradas en la estructura eclesial. El cardenal explicó justamente como en el actual Pontífice se armonizan bien las dos realidades, las cuales no se contraponen sino que se armonizan.
“El ejemplo es el papa Francisco, que es carismático y jerárquico” dijo. Y añadió que “la Compañía de Jesús es fundamentalmente un carisma, carisma misionero que es ejercitado por sacerdotes pero también por hermanos y laicos”. “Porque la parte carismática, como he subrayado, es la que surge de la profesión y de los consejos evangélicos, o sea de la ‘sequela christi’ (del seguir a Cristo). Esta es fundamentalmente la dimensión carismática pero que tomó también familias, movimientos y asociaciones”.
“Por lo tanto aquí hay una síntesis feliz de esta fuerza del carisma, de esta capacidad de discernir el espíritu con un carisma experimentado por mucho tiempo en la vida, y de estar en posición jerárquica para ejercitar aplicando también la sabiduría heredada por su formación”.
Concluida la conferencia, ZENIT le preguntó por qué la carta va dirigida a los obispos y no también a los movimientos o nuevas realidades, a lo que el purpurado explicó:
“Esto es reconocer el rol de los obispos en la Iglesia, porque como ellos son los jefes de las Iglesias locales tienen que cuidar bien todos los dones que existen: el servicio de los sacerdotes, los movimientos, las congregaciones religiosas, todo esto”.
Señaló además que “el obispo tienen el ministerio de la unidad y tiene que estar atento a los dones del Espíritu, dones que él no tiene que apagar sino reconocer, estimular e integrar en la misión de la Iglesia”.
“Por ello al hablar de dones jerárquicos y dones carismáticos como una coexistencia –prosiguió el purpurado– no significa nivelar, o sea que los religiosos tienen la misma autoridad del obispo”. Porque “ellos tienen su carisma el cual tiene que ser puesto a disposición en la Iglesia local, de la cual el obispo tienen la primera responsabilidad”.
Sergio Mora (ZENIT- Ciudad del Vaticano)