Para muchos es la imagen del Tiananmen venezolano. Como aquel rebelde desconocido que en 1989 se plantó ante una fila de tanques en la China comunista, esta mujer con pelo canoso y firmeza inquebrantable noquea a la violencia de Maduro sin más arma que su resistencia pacífica. Su imagen ya ha dado la vuelta al mundo, pero ese día, el mismo que ella hacía frente al aparato del chavismo, tres personas perdían la vida en las calles de Caracas.
Desde que comenzó la última oleada de protestas contra el régimen de Maduro, hace casi cuatro semanas, han muerto 13 personas. La pregunta que surge es: ¿Qué mueve a los venezolanos a salir a la calle sabiendo que puede ser un camino sin retorno? ¿Por qué arriesgar la propia vida en esa lucha política?
Es la misma pregunta que le hacía hace pocas semanas a la opositora cubana Rosa María Rodríguez, del Movimiento Cristiano de Liberación, secuestrada por la dictadura de Raúl Castro –«peor que la de Fidel», decía–, coaccionada e intimidada. ¿Por qué seguir luchando? Y la respuesta, en la Cuba de Castro y en la Venezuela de Maduro (y seguro que en la China de aquellas protestas en Tiananmen) es la misma: por fe. Fe en el futuro, fe en la libertad, fe –muchos de ellos– también en Dios. Decía Rosa María Rodríguez que «con miedo no se puede vivir». Y será esa capacidad de sobreponerse a las amenazas, esa fe en el futuro, lo que consiga ahogar a estos regímenes que odian la libertad.
No tienen Ejército ni tanques; algunos hasta se han declarado pacifistas ante un enemigo que no entiende de paz. Pero les mueve una fuerza mucho más poderosa, a largo plazo, que las balas que disparan desde el otro lado de la batalla. Escribió Chesterton que «decir que un hombre es un idealista es decir que es un hombre». Y es ese idealismo cuerdo y sensato que vive cosido a la condición humana el que llena las calles de Venezuela y Cuba y gracias al que un día gritarán: «llegó la libertad».
Alfa y Omega
Rosa Cuervas-Mons
Foto: REUTERS/Marco Bello