Las conclusiones de los círculos menores sobre la segunda parte del Instrumentum laborisabordan también la necesidad de hablar más y mejor del amor humano y algunas pautas sobre cómo debe ser el discernimiento y el acompañamiento.
El Sínodo de los Obispos pasó este lunes su ecuador, con el cierre de la segunda semana, dedicada a Interpretar. Esta etapa se cerró con la presentación en congregación general de las propuestas de cada uno de los círculos menores por idiomas. El trabajo por equipos se ha centrado en tres partes: la vocación, el discernimiento y el acompañamiento. Y una de las reflexiones más frecuentes ha sido la necesidad de aprovechar mejor el sacramento de la confirmación.
Al menos dos círculos, por ejemplo, han pedido que el documento final le dedique al menos un párrafo. «Una presentación enérgica» de este sacramento «sería un añadido maravilloso. Muchos han comentado en el aula sinodal que con demasiada frecuencia la confirmación es a efectos prácticos una especie de graduación de la vida de la Iglesia. Los mentores espirituales, incluyendo a los padrinos de confirmación, deberían ser activos tanto antes como después» de la celebración.
El documento, procedente de un círculo anglófono, recomienda la práctica frecuente en algunos países anglosajones de ponerse un nuevo nombre como «signo de que ha comenzado una nueva etapa de misión». Por su parte, los padres francófonos afirmaban que este sacramento «debería colocarse en el corazón de la dinámica vocacional».
Vocación no es imposición
En cuanto a las ideas más generales, otra muy repetida en los distintos grupos ha sido la petición de que se hable de la vocación y de la santidad como fuentes de felicidad y alegría, no imposiciones. El concepto de vocación recoge –explicaban los participantes– distintos grados, desde la vocación universal al amor hasta el estado de vida, e incluso la «vocación de hacer», que hace referencia a la profesión o a apostolados concretos dentro de cada estado.
Haciéndose eco de la espiritualidad cristiana oriental, un círculo ha hablado de las distintas vocaciones como llamadas a «encarnar distintos atributos de Dios», mientras otro recordaba que «Jesús santifica todos los estados de vida», también la juventud, la vida familiar y el trabajo.
Más espacio al amor humano
En este sentido, algunos padres sinodales y auditores manifiestan haber echado de menos, en el Instrumentum laboris, más referencias a «la dimensión corporal» de la vocación, pues percibían que su segunda parte estaba demasiado orientada hacia la vida consagrada.
Así, uno de los grupos hispanos pide a la comisión redactora que «se exprese de modo positivo todo lo bello que encierra en sí mismo el amor humano vivido desde Dios». Esto se puede exponer junto con «la fragilidad y el pecado», pero «no podemos partir de una visión negativa, pues no todos los jóvenes viven esa realidad». El otro planteaba, además, la necesidad de dar respuesta a realidades cercanas a los jóvenes, como las relacionadas con la homosexualidad.
Todavía en el ámbito de la sexualidad, un círculo portugués constataba «las diferencias entre la enseñanza de la Iglesia y la práctica entre los jóvenes. Partiendo de los principios básicos de la doctrina cristiana es posible abrir caminos de diálogo con los no creyentes. La doctrina es bella y rica en este campo. Es necesario presentarla con claridad, dando testimonio de su fuerza de atracción».
Pero la afectividad no es lo único que preocupa a los jóvenes del estado laical. «Es importante aclarar la vocación del laico –pide un círculo de lengua española– pues muchas veces se concibe solo hacia lo interno de la Iglesia (lectores, catequistas). No está mal, pero la vocación laical es la caridad social, es un compromiso concreto desde la fe en la construcción de una sociedad nueva». Y otros participantes piden que se aborde la cuestión de los solteros no consagrados desde la perspectiva de que «ellos también pertenecen a una familia».
La pastoral juvenil es vocacional
En cuanto al apartado dedicado al discernimiento, se reconoce la dificultad que presentan las grandes decisiones para los jóvenes. «Pero todavía –se añade– les atrae la llamada radical a marcar una diferencia real, heroica y profética».
Varios grupos han subrayado que el discernimiento es «una relación dialógica con Dios»; y comunitario, no individual. En este sentido, un círculo subrayaba que «toda pastoral juvenil es vocacional». Discernir es, además «un proceso de toda la vida, nunca se escucha la vocación completamente».
En algunos círculos se ha mostrado la preocupación por cómo entender el papel de la conciencia, rechazando que «sea entendida como algo individual», relacionado con los «sentimientos y voluntad de la persona». Ante la complejidad de este proceso, uno de los grupos pidió que el documento final tenga «una parte pedagógica, que nos debe dar pautas para realizarlo» de forma adecuada.
Claves para acompañar
La última parte de las aportaciones de los círculos menores se centra en el acompañamiento. Varios de ellos distinguen entre «la red general de apoyo» que constituyen la familia –que debe estar formada para ello–, los amigos, la escuela o la parroquia, «y el acompañamiento espiritual especializado, donde es fundamental su formación y que ellos mismos sean acompañados».
En las intervenciones, varios participantes en el sínodo «compartieron testimonios de pseudoacompañamiento manipulador». Una joven religiosa asiática, por ejemplo, criticó cómo algunas congregaciones gestionan el discernimiento de sus aspirantes.
De este caminar juntos, un círculo español pidió además que se evite hablar de él de forma que parezca que se compara «entre un adulto que se las sabe todas y el joven que no sabe nada». Otro grupo propuso abordar mejor la relación entre acompañamiento espiritual y psicológico. Se resaltó que ha de darse «en un clima de amistad, confianza y calidez», pero «no tan amistoso que se pierda objetividad» o excluya la corrección fraterna.
Un par de grupos, por último, relacionó el origen etimológico de la palabra (a-con-pan) con la Eucaristía y, en concreto, con el relato de los discípulos de Emaús, donde la presencia de Jesús que enseña y ayuda a interpretar la Escritura termina en la fracción del pan.
María Martínez López
(Foto: CNS)