Unos 40.000 niños trabajan como esclavos en las minas de coltán, cobalto y cobre de la República Democrática del Congo. De allí salen los minerales que se usan para fabricar los móviles, tabletas y portátiles que usamos en el resto del mundo. El sacerdote congoleño Willy Milayi recauda fondos para la construcción de un centro educativo para niños que han sido explotados en las minas y para otros menores sin hogar. La meta es enseñarles un oficio que les asegure un porvenir fuera de las minas.
«¿No tienes miedo a morir?», pregunta el sacerdote católico Willy Milayi a uno de los niños que trabaja en las minas de sol a sol. El pequeño responde con una crudeza inaudita: «Nosotros ya somos cadáveres y un cadáver no tiene miedo a la muerte».
Para suministrar todos los componentes que necesita la industria de los móviles, tabletas y portátiles, miles de niños congoleños son obligados a trabajar cada día en las minas de coltán, cobalto o cobre. Unicef calcula que en la República Democrática del Congo (RDC), país del que sale el 80 % del coltán de todo el mundo, hay 40.000 menores trabajando en las minas. Mano de obra barata y sumisa, los niños son el primer eslabón de un negocio que mueve unos 3,3 billones de dólares, el 4,4 % del PIB mundial.
Empiezan con apenas 5 años de edad. Trabajan sin descanso en jornadas que se extienden desde las seis de la madrugada hasta las seis de la tarde, cavando en la tierra con sus rudimentarias palas, cargando pesados sacos de piedras sobre sus espaldas. Muchos de ellos mueren por accidentes o castigos físicos en las minas, otros fallecen a consecuencia de las secuelas que les deja este trabajo y las radiaciones tóxicas que emiten estos minerales. Consciente de ello, este niño de las minas responde: «Ya somos cadáveres».
El padre Milayi conoce de cerca la realidad de la explotación infantil en su país y no oculta su indignación: «Hay miles y miles de niños que están trabajando en las canteras. Aunque muchas ONG lo están denunciando, la situación sigue igual. Me pregunto si estos niños son diferentes de los niños de Europa y de Occidente que tienen de todo y que están manejando las tabletas, ordenadores, teléfonos… sin saber de dónde vienen estos productos».
La especialista en derechos de la infancia de Unicef Comité Español Rocío Vicente denuncia también estos abusos: «Ningún niño debería trabajar en estas condiciones. Es una gravísima violación de sus derechos con un impacto muy grave su desarrollo físico, mental y social. Estos trabajos comprometen su desarrollo y su futuro; que un niño trabaje en una mina de oro o de coltán no es un oficio ni un trabajo, es simplemente explotación».
Un lugar para los niños de la calle
El sida y los conflictos armados, que se suceden en la RDC desde 1998 hasta hoy y que se han cobrado la vida de seis millones de personas, han dejado una miríada de niños huérfanos o abandonados. Muchos de ellos no tienen un techo donde cobijarse. Son los conocidos como niños de la calle. En todo el país hay unos 70.000 niños sin hogar y solo en Kinshasa, su capital, unos 20.000.
Es precisamente en esta ciudad donde el padre Milayi dirige desde hace tres años la construcción del colegio católico Divino Maestro para niños sin hogar. La idea es extender esta labor educativa también a las zonas donde hay minas de coltán para, en palabras de este sacerdote, «brindar a estos niños la oportunidad para que estudien y aprendan un oficio que les garantice su futuro».
La asociación Obras Sociales para la Protección de Niños Desfavorecidos (Osped, por sus siglas en francés) es la titular de este proyecto educativo que se financia gracias a donativos. En la actualidad, necesitarían unos 30.000 euros para poder terminar la construcción de este centro educativo.
La falta de acceso a la educación es una de las causas que explican que la RDC no sea capaz de despegar como país. Solo el 50 % de los niños de entre 6 y 12 años asiste al colegio y la tasa de abandono escolar en el país es del 85 %. Los niños que no pueden ir al colegio por tener que trabajar no son solo los huérfanos y abandonados. En un país en el que más del 70 % de la población vive bajo el umbral de la pobreza, una gran parte de los niños se ven obligados a contribuir con su trabajo a la economía familiar.
La guerra, una llave para el mineral barato
Para algunos países, la desbordante riqueza de recursos naturales no ha supuesto ninguna ventaja sino que ha sido la causa de todas sus desgracias. El Congo es el paradigma de esta realidad. Si en los siglos XVIII y XIX el país fue cantera de esclavos para las colonias americanas, a finales del XIX y principios del XX fue el gran yacimiento de caucho para los neumáticos de la industria automovilística. El rey Leopoldo II de Bélgica saqueó estas tierras a sangre y fuego para extraer el caucho de sus bosques y amasar una enorme fortuna personal a costa de la vida de 15 millones de congoleños, en lo que fue uno de los mayores y más desconocidos genocidios de la historia.
Poco han cambiado las cosas desde entonces para este país que tiene cuatro veces y media la extensión de España. Las guerras se suceden una detrás de otra. A la llamada Guerra del Congo o Guerra del Coltán, que se desarrolló entre 1998 y 2003, le sucedió la Guerra de Kivu, un conflicto que enfrenta al norte y al sur de esta región congoleña limítrofe con Uganda y Ruanda. Es precisamente en esta región donde están las minas de coltán, por lo que muchos analistas consideran este conflicto como una mera excusa para el expolio de este valioso mineral.
«La guerra en los dos Kivu está considerada un conflicto étnico pero hoy en día se ha generalizado la opinión de que el coltán está en el centro de las hostilidades», dice el padre Milayi, quien cifra en 130 los diferentes grupos armados que se disputan el control de estos yacimientos. Son guerrillas de nombre congoleño pero comandadas por ruandeses y ugandeses, y armadas y alentadas por potencias extranjeras.
Para imponer el control sobre la población en las zonas mineras, las guerrillas utilizan todo tipo de violencia y el abuso sexual es utilizado como un arma de guerra y de dominación. Lo denuncia el religioso congoleño: «Una de las trágicas consecuencias de los conflictos armados en la RDC son las violaciones, tan frecuentes en la actualidad, ya sea de mujeres, niños e incluso de hombres. Las violaciones dejan secuelas emocionales y psicológicas y ponen a las víctimas en riesgo de contraer enfermedades de transmisión sexual».
Las milicias no solo utilizan a los niños para extraer los minerales de las canteras; miles de ellos son reclutados para formar parte de estos grupos armados. Hasta un 35 % de los guerrilleros que combaten en la RDC son menores reclutados a la fuerza. «Estos niños son a menudo capturados tras el asesinato de sus padres a cargo de los grupos armados, y luego son enviados a campamentos donde se les entrena en el uso de armas. Se convierten en niños soldados, encargados de cometer crímenes en la población y, a veces incluso, en sus propias familias», explica el sacerdote congoleño.
Las multinacionales, las grandes beneficiadas
Para José Lucas, responsable del Comité de Solidaridad con el África Negra de Madrid no cabe ninguna duda: «Las multinacionales se benefician de todo ese coltán a bajo precio». Pero ¿cómo pasa el coltán de las manos de las guerrillas a las de la industria tecnológica?
La estrategia para ello se diseñó durante la Guerra del Coltán que enfrentó a Uganda y Ruanda contra el Congo. «Hay muchos informes de la ONU que señalan la cercanía de estas milicias con el Gobierno ruandés del presidente Paul Kagame y con el general ugandés Salim Saleh, hermanastro del presidente, Yoweri Museveni», señala el responsable del comité.
Tras la retirada de las tropas ruandesas de la RDC, las minas de coltán cayeron en manos de guerrillas dirigidas por Ruanda y Uganda. Se creó entonces la empresa Somigl, cuyo mayor accionista es la guerrilla Reagrupación Congoleña para la Democracia (RCD), liderada por Azarías Ruberwa. «Él mismo dijo en una conferencia en Europa que esta guerrilla tenía el 70 % de las acciones de esta compañía», recuerda Lucas.
Son compañías como la Somigl las que pagan sus dividendos a los guerrilleros y revenden el coltán a grandes multinacionales de EE. UU., Europa o Asia. «Todas estas multinacionales tienen una gran responsabilidad porque financian directamente a los grupos rebeldes que operan en Kivu», denuncia el sacerdote congoleño.
Ausencia de normativa internacional
Un entramado comercial similar es el que se ha organizado en el sur del país para la explotación del cobalto, mineral que se utiliza para fabricar las baterías de todo tipo de dispositivos electrónicos y de los vehículos eléctricos. Gran parte de la producción mundial de este mineral tiene su origen en minas artesanales de la RDC. «Nosotros hemos visto cómo miles de niños trabajan largas jornadas en las minas a cambio de uno o dos dólares al día», asegura Marta Mendiola, responsable del Área de Derechos Económicos, Sociales y Culturales de Amnistía Internacional.
Según Mendiola, «todo ese comercio internacional se inicia con una empresa minera africana que es la Congo Dongfang Mining International, propiedad al 100 % de la multinacional china Zhejiang Huayou Cobalt Co, que es uno de los mayores productores del mundo de baterías y componentes fabricados a partir del cobalto». Ese cobalto viaja a Asia (principalmente a China y a Corea del Sur) desde donde se suministra a las grandes multinacionales tecnológicas.
La responsable de Derechos de Amnistía lamenta que hoy por hoy no existe ningún tipo de regulación internacional que vigile esa cadena de suministros, con lo cual todo depende de la libre voluntad de cada empresa. Pero lo cierto es, añade Mendiola, que la mayoría de las empresas tecnológicas no hace un análisis exhaustivo de esa cadena de suministros y no investiga qué violaciones de derechos humanos se esconden detrás de esa extracción de ese cobalto.
Ignacio Santa María
Imagen: Niños trabajando en una mina,
en el este de la República Democrática del Congo.
(Foto: Sasha Lezhnev/Enough Project)
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