»Creo que este sea el momento más fuerte del reduccionismo antropológico. Al hombre le pasa lo mismo que al vino cuando se vuelve aguardiente: pasa por un alambique organizativo. Ya no es vino, es algo distinto: quizás más útil, con más calidad, pero no es vino. Para el hombre es lo mismo: pasa por este alambique y acaba – y lo digo en serio- por perder la humanidad y convertirse en una herramienta del sistema: sistema social, económico, un sistema gobernado por el desequilibrio. Cuando el hombre pierde su humanidad ¿qué nos espera? Pasa lo que yo llamo en lenguaje común una política, una sociología, una actitud del »descarte». Se descarta lo que no sirve porque el ser humano no está en el centro. Y cuando el hombre no está en el centro, hay algo que sí lo está y el hombre está a su servicio. La idea es, entonces, la de salvar al hombre, en el sentido de que vuelva al centro: al centro de la sociedad, al centro de los pensamientos, al centro de la reflexión.
Se descartan los niños, porque el nivel de natalidad -por lo menos aquí en Europa- lo conocemos todos; se descartan los ancianos porque no sirven. ¿Y entonces? Se descarta toda una generación de jóvenes y esto es gravísimo. He visto una cifra: 75 millones de jóvenes, menores de 25 años, sin trabajo. Los jóvenes ‘ni-ni’: ni estudian, ni trabajan. No estudian porque no tienen posibilidad y no trabajan porque no hay trabajo. ¡Es otro descarte! ¿Cuál será el próximo?Detengámonos a tiempo ¡por favor!».
Papa Francisco