Los nuevos auxiliares de Madrid recibieron la ordenación episcopal de manos del cardenal Osoro entre desbordantes muestras de afecto de la gente y arropados por una presencia de obispos extraordinariamente elevada
«En mi vida me habían dado tantos besos y abrazos», decía el lunes José Cobo, uno de los nuevos obispos auxiliares de Madrid. «Se percibía una alegría especial en la gente», añade. Jesús Vidal, que a sus 43 años se convirtió el sábado en el nuevo benjamín del episcopado español, coincide con Cobo en que esas muestras de júbilo son «la alegría de la Iglesia no tanto por nosotros personalmente, sino por lo que significa que Dios se acuerda de su pueblo y le da pastores», lo cual «es ya en sí un punto de esperanza que provoca alegría en la gente».
A lo que seguramente se añaden las expectativas que generan los nuevos auxiliares del cardenal Osoro de cara al impulso a una línea pastoral cuerpo a cuerpo, en la que el lugar del obispo no va a ser tanto la Curia (la administración diocesana) como la calle, acompañando a las comunidades y saliendo al encuentro de todos los madrileños. La nutrida presencia de cardenales y obispos en la consagración episcopal fue una muestra del interés con que se miran los acontecimientos en Madrid. Acontecimientos a los que el sábado próximo se añadirá la toma de posesión de un nuevo obispo en la diócesis sufragánea de Getafe, Ginés García Beltrán, otro obispo nítidamente callejero.
«Se nos desbordó un poco»
Pero aunque se empeñaran en relativizar la dimensión personal, la catedral de la Almudena fue una fiesta por el cariño personal de tantas personas hacia Vidal, Cobo y Montoya. Tras dos horas y media largas de celebración, nadie tenía intención de marcharse. Más bien al contrario, las puertas del templo se abrieron para que pudieran felicitar a los nuevos auxiliares –durante el llamado besamanos– todos aquellos que no habían conseguido acceder al abarrotado templo. Cerca ya de las cuatro y media de la tarde (la Misa había empezado a las doce) llegaban los tres obispos a la comida organizada en su honor en el Seminario Conciliar, con los invitados ya por el café y los postres.
La historia se repetiría el domingo. Jesús Vidal, tras rezar laudes con los seminaristas (al menos hasta final de curso seguirá siendo rector), celebró en la que hasta ahora ha sido su parroquia, Santa María de la Cabeza. Entre quienes han querido acompañarle estos días, se dejaban notar con facilidad los miembros de la Acción Católica y de Manos Unidas, feligreses de las distintas parroquias por las que ha pasado Vidal, y por supuesto las Misioneras de la Caridad de la madre Teresa, bien visibles gracias a su característico sari blanco y azul.
Monseñor José Cobo recaló el domingo en San Alfonso María de Ligorio, la que fue su primera parroquia. «Se nos desbordó un poco», cuenta a Alfa y Omega. «Vino todo el barrio y nos dieron de nuevo las cuatro». «Me regalaron postales, dulces, rosquillas…». «Fue entrañable ver cómo todo el mundo se volcaba», dice. Durante la homilía, el nuevo obispo confesó que le llamó especialmente la atención que, en la víspera, «mucha gente conocida y no conocida nos dijera: “Gracias por decir que sí”. Pues es lo que os traslado hoy aquí –añadió–. Decid que sí. En esta Cuaresma decidle que sí a Dios». «Cuaresma es un camino para reenamorarnos, para la alegría de Dios».
Similares fueron las escenas en Beata María Ana de Jesús, de la que hasta ahora era párroco monseñor Santos Montoya, desbordada de feligreses, a pesar de que apenas ninguno había dejado de asistir el día anterior a la catedral. El nuevo obispo habló de cómo una parroquia puede cambiar el barrio, animando a todos a seguir siendo Iglesia misionera y en salida. Tras la Eucaristía, el aperitivo y los abrazos se comieron nuevamente la hora de la comida. No será la última vez seguramente que le pase esto al nuevo obispo, a quien aún le queda otro maratón de felicitaciones con su proyectada visita a La Solana (Ciudad Real). Con esa promesa, había tratado de disuadir a sus paisanos para que no acudieran a Madrid. En vano, a la vista de los autobuses fletados para la ordenación episcopal, con el alcalde a la cabeza.
En la Eucaristía concelebraron seis cardenales y otra treintena de obispos
(Foto: Archimadrid/Ignacio Arregui)
Movilización del episcopado
«Mirad, el pueblo fiel nos mira, nos miran todos, el pueblo nos mira», les había dicho el sábado durante su predicación el cardenal Carlos Osoro. De su nuevo núcleo de colaboradores más estrechos espera un tipo de apostolado que se realiza mediante «nuestra vida cotidiana» y que debe estar marcado por dos claves: «permanecer en el Señor» y «pasear por nuestras comunidades cristianas» para «conocer los rostros» de las personas, «sus necesidades, sus potencialidades».
«Que nada se interponga entre nosotros y los demás, libres para ser cercanos a la gente, para acompañarlos caldeando su corazón y provocando que vuelvan al camino que restituye la dignidad, la esperanza y la fecundidad», exhortó el cardenal a sus tres nuevos auxiliares, entre continuas apelaciones a cultivar la comunión en la diócesis. Montoya, Vidal y Cobo, «unidos al actual obispo auxiliar don Juan Antonio, harán posible que mi ministerio se haga más presente en nuestra archidiócesis de Madrid» y permitirán una «mayor presencia del pastor en medio de su pueblo», dijo, agradeciendo nuevamente los nombramientos al Papa Francisco.
Concelebraron con el arzobispo el cardenal emérito, Antonio María Rouco; el presidente de la Conferencia Episcopal, el cardenal Blázquez; el arzobispo de Barcelona y su predecesor, los cardenales Omella y Sistach, además de Carlos Amigo, cardenal emérito de Sevilla, y el arzobispo de Mérida (Venezuela), cardenal Porras, buen amigo de don Carlos Osoro.
Estuvieron también el nuncio y los arzobispos de Burgos y Granada (ambos, antiguos auxiliares de Madrid), el castrense y los de Toledo, Pamplona-Tudela, Urgel, Zaragoza y San Juan de Puerto Rico, esta última, una diócesis que ha enviado a numerosos sacerdotes a formarse en la Facultad de Teología San Dámaso de Madrid y que mantiene una estrecha relación con el seminario, igual que la de Ibarra (Ecuador), cuyo obispo acudió igualmente a la ordenación. Completaron la representación internacional el obispo de Edibeyin (Guinea Ecuatorial); el auxiliar de Puerto Rico y el asesor de Administración del Patrimonio de la Santa Sede Apostólica, además del nuncio en Rumanía, el madrileño Miguel Maury.
De diócesis españolas concelebraron aún otros 26 obispos: Alcalá, Getafe, Segovia, Lugo, Málaga, Mondoñedo, Vitoria, Córdoba, Ávila, Teruel, Tarazona, Palencia, Ibiza, Orense, León, Osma-Soria, Solsona Tui-Vigo y Sigüenza-Guadalajara, junto a los auxiliares de Santiago de Compostela, Valencia y Pamplona-Tudela (además de Getafe y Madrid), y los eméritos de Ciudad Real y Segovia.
El cardenal Osoro y los recién ordenados se dirigen al altar de la Almudena
(Foto: Archimadrid/Ignacio Arregui)
Una representación episcopal tan nutrida como calurosa. «Recibimos el respaldo y la acogida de los obispos», destaca José Cobo. «Fue una gran bienvenida. Vinieron a decirnos que no estamos solos, que van a permanecer a nuestro lado… Ha sido muy bonito ver como el episcopado se ha movilizado».
Ricardo Benjumea
Imagen: Santos Montoya, José Cobo y Jesús Vidal
(Fotos: Archimadrid/Ignacio Arregui)
Extender «la revolución de la ternura»
«Tenemos la tarea espléndida por delante» de «llamar a la conversión pastoral, revitalizar las comunidades y continuar esta revolución de la ternura» a la que ha animado desde el inicio de su pontificado el Papa Francisco, dijo monseñor José Cobo en nombre de los tres nuevos obispos al término de la Misa de ordenación.
Los nuevos auxiliares tras recibir sus símbolos episcopales. (Foto: Archimadrid/José Luis Bonaño)
Cobo recordó que su promoción fue la primera en ordenarse en la catedral de la Almudena, en 1994. Pocos años después vendrían las de Santos Montoya (2000) y Jesús Vidal (2004). Al recibir la ordenación sacerdotal, «abrazamos esta tierra para que recibiese nuestra vida», aseguró, en referencia al signo de los nuevos presbíteros postrados ante el altar, que se repite con el acceso al episcopado. «Este suelo acogió como semilla nuestra vida para que Cristo pasara por ella», y «así Jesucristo nos ha unido a su tierra y a su misión», para servir al pueblo de Dios «y también a los que no están, hacia los que hay que ponerse en salida». «Hoy –prosiguió– este suelo recibe de nuevo la vida de cada uno de nosotros para vincularnos a Jesucristo». «Y nos hemos levantado con el encargo de caminar juntos, sinodalmente, con los únicos medios de nuestras pobrezas, el alma agradecida y dispuestos a servir como apóstoles a todos, en especial a los más pequeños y sedientos».