Es un príncipe Bandounga, pero Armel tuvo que mendigar para llegar a España. Salió de su Camerún natal días después de prometerse sobre el cuerpo sin vida de su tío, fallecido por falta de atención médica, que mejoraría la situación de su país. Estuvo a punto de morir de sed en el desierto y de ahogarse en el Mediterráneo. Se convirtió al cristianismo en Marruecos, donde «vivía como un animal». El sábado 17 presentó su ONG en Madrid
Nya Tankoua Armel es príncipe de Bandounga, un antiguo reino –antes próspero, ahora igual de pobre que el resto del país– situado al oeste de Camerún. Pero el Mediterráneo no distingue entre príncipes o mendigos cuando trata de cobrarse una nueva víctima. En sus aguas, entre 2014 y 2016, han perecido más de 10.000 amas de casa, estudiantes, policías, ingenieros, bomberos, comerciantes…, migrantes que huían de la guerra o el hambre.
Aquella noche de 2006 era un príncipe que trataba de ganarle la batalla al mar. Pero la lucha era desigual. Armel pretendía completar a nado los dos kilómetros que separan Marruecos de Ceuta con una mujer embarazada a cuestas, que no sabía nadar –es habitual que los migrantes se lancen al mar en parejas: uno que sabe nadar acompaña a uno que no sabe–. La mujer llevaba un neumático alrededor de la cintura, pero «se desinfló y comenzó a hundirse», explica Armel. «Hice lo que pude para salvarla, pero perdió el conocimiento».
La lucha del príncipe por salvar a la mujer alertó a la Guardia Civil, que se acercó al lugar y les subió a su embarcación. «En lugar de llevarnos a lugar seguro y ayudar a la mujer a recuperarse, no devolvieron cerca de la costa de Marruecos y nos echaron de nuevo al mar», recuerda Armel. La mujer logró sobrevivir, el hijo que esperaba no.
No era la primera vez que el camerunés tenía un incidente con la Policía en su camino hacia España. Las Fuerzas de Seguridad de Argelia le sorprendieron –a él y a otros compañeros– después de varios días vagando por el desierto del Sáhara, «echaron tierra en la poca agua que teníamos y nos dejaron allí».
Sin agua y sin comida, los compañeros de Armel fueron cayendo uno a uno. Poco después el príncipe de Bandounga corrió la misma suerte. «Cerré los ojos y perdí la consciencia. Pensé que era el final, que iba a morir en ese mismo instante». Y lo habría hecho de no ser por un nómada que le recogió y le llevó a un campamento militar en Níger, donde pudo restablecer sus fuerzas y continuar su viaje.
«Vivía como un animal»
Tras el desierto llegó el bosque. En concreto, el de Gurugú, en la frontera con Melilla, y el de Castillejos, en la frontera con Ceuta, donde «vivía casi como un animal. Era durísimo. Comíamos de la basura y de lo que sacábamos mendigando». A pesar de las difíciles condiciones de vida, es allí donde Armel redescubrió el catolicismo, en el que había sido educado desde pequeño pero que había abandonado primero por el budismo y, desde 1999, por el islam: «Tuve una crisis de fe. Me sentía abandonado por Dios» y es en medio del bosque, a miles de kilómetros de su hogar, donde volvió «a sentir y a ver a un Dios cercano y presente», explica a Alfa y Omega. Acto seguido, le entregó su rosario musulmán a un amigo de Costa de Marfil que vivía en el bosque con él.
La conversión de Armel
Armel intentó cruzar a la orilla española en 2006. Fue entonces cuando tuvo lugar el suceso con la mujer embarazada. Un año después, en 2007, lo volvió a intentar, pero esta vez al que arrastró el mar fue a su amigo Lucien, que tampoco sabía nadar. Armel se desmayó. «No sé cuánto tiempo estuve inconsciente, pero me recuperé, vomité y recé tres avemarías». Extenuado, quiso volver a la playa marroquí, pero «cinco minutos más tarde la Guardia Civil llegó y nos recogió».
Los agentes pusieron rumbo a Ceuta donde, en el muelle, esperaba un coche que los trasladó al Centro de Acogida Temporal de Inmigrantes (CETI). Al llegar «nos metieron en la ducha para desinfectarnos con todo tipo de productos». Allí pasó cinco meses, desde agosto hasta diciembre Después le trasladaron a Sevilla.«Yo no quería ir, pero si me mandaba el Señor sabía que encontraría la felicidad». Una vez allí, aconsejado por la hermana Paula, de la Asociación Elín que trabaja con jóvenes inmigrantes, Armel se presentó al sacerdote Juan Manuel Palma Martínez. «Le dije que venía desde Ceuta en nombre de Paula. Al escucharlo me tendió la mano y, cuando se la di, me agarró con fuerza y me dio un abrazo. Cuántas veces recordaré ese abrazo. A partir de ahí sentí que empecé a recuperarme como persona».
En la parroquia trabajaba como voluntaria Teresa, a la que Armel conoció y con la que se casó en 2012. Actualmente, el príncipe trabaja de montador aeronáutico y este sábado, 17 de junio, presenta la ONG Makwebo en Madrid –a las 21 horas en la iglesia de San Juan de la Cruz, en Arturo Soria, 271–. Con la organización, Armel ha dado cumplimiento a la promesa que se hizo «el día del entierro de mi tío, llorando sobre su cuerpo frío». Había fallecido por falta de atención médica y de recursos sanitarios. Aquel día, con 29 años, «me prometí que no volvería a enterrar por este motivo a nadie más de mi familia. Tenía que hacer algo para mejorar aquella situación». Justo una semana después emprendió su viaje.
Alfa y Omega
José Calderero @jcalderero
Imagen: Foto: makwebo.org