«Como anglicano, [John Henry Newman] recondujo aquella Iglesia a sus raíces católicas y como católico estaba dispuesto a aprender de la tradición anglicana. Dio a la Iglesia católica una nueva confianza cuando se restableció en una tierra de la que había sido desarraigada. Hoy la comunidad católica en Gran Bretaña tiene una deuda incalculable hacia su incansable trabajo, así como la sociedad británica tiene razones para estar agradecida a esta comunidad por su contribución inconmensurablemente valiosa a la vida de nuestro país», escribió el príncipe Carlos de Gales en un artículo publicado en L’Osservatore Romanocon motivo de la canonización del cardenal inglés.
Cuando el Papa Francisco canonice [el domingo] al cardenal John Henry Newman, el primer británico en más de 40 años en ser proclamado santo, será motivo de celebración no solo en el Reino Unido y no solo para los católicos, sino también para todos aquellos que aprecian los valores que lo inspiraron.
En la época en que vivió, Newman representó la vida del espíritu contra las fuerzas que desestimaban la dignidad humana y el destino humano. En la época en que llega a la santidad, su ejemplo es más necesario que nunca: por la forma en que, en la mejor forma, ha sido capaz de defender sin acusar, de disentir sin faltar al respeto y quizás, sobre todo, por la forma en que ha podido ver las diferencias como lugares de encuentro y no de exclusión.
En un tiempo en que la fe estaba siendo cuestionada como nunca antes, Newman, uno de los más grandes teólogos del siglo XIX, aplicó su intelecto a una de las preguntas más apremiantes de nuestra era: ¿Cuál debería ser la relación entre la fe y una era escéptica secular? Su compromiso, primero con la teología anglicana y luego, después de la conversión, con la teología católica, impresionó incluso a sus opositores por su audaz honestidad, implacable rigor y originalidad de pensamiento.
Cualesquiera que sean nuestras creencias, y cualquiera que sea nuestra tradición, solo podemos agradecer a Newman los dones, arraigados en su fe católica, que compartió con la sociedad en general: su intensa y conmovedora autobiografía y su poesía profundamente sentida en El sueño de Geronci, que, musicalizado por sir Edward Elgar –otro católico inglés del que todos los británicos pueden estar orgullosos–, ha dado al mundo de la música una de sus obras maestras corales más perdurables.
En el momento culminante de El sueño de Geroncio, el alma, acercándose al cielo, percibe algo de la visión divina:
«Una gran misteriosa armonía:
Me inunda, como el profundo y solemne sonido
De muchas aguas».
La armonía exige diferencia. Este pensamiento está en el centro mismo de la teología cristiana en el concepto de la Trinidad. En el mismo poema Geroncio dice:
«Creo firmemente y sinceramente,
Que Dios es Trino y que Dios es Uno».
La diferencia, como tal, no debe ser temida. Newman no solo lo demostró en su teología y lo ilustró en su poesía, sino que también lo demostró en su vida. Bajo su guía, los católicos se han convertido plenamente en una parte integral de la sociedad en general, que de esta manera se ha enriquecido aún más como comunidad de comunidades.
Newman no se ha dedicado solo a la Iglesia, sino también al mundo. Aunque estaba totalmente dedicado a la Iglesia, a la que había llegado pasando por tantas pruebas intelectuales y espirituales, inició un debate abierto entre católicos y otros cristianos, allanando el camino para posteriores diálogos ecuménicos. Cuando en 1879 fue elevado a la dignidad cardenalicia, eligió como lema Cor ad cor loquitor(El corazón habla a corazón) y sus conversaciones más allá de las diferencias confesionales, culturales, sociales y económicas estaban radicadas en esta íntima amistad con Dios.
Su fe era verdaderamente católica, ya que abarcaba todos los aspectos de la vida. Es con este mismo espíritu que nosotros, católicos y no católicos, podemos, en la tradición de la Iglesia cristiana a lo largo de los siglos, abrazar la perspectiva única, la particular sabiduría y la comprensión que esta sola alma ha traído a nuestra experiencia universal. Podemos inspirarnos en sus escritos y en su vida, aun reconociendo que, como toda vida humana, era inevitablemente imperfecta. El mismo Newman era consciente de sus propios defectos, como el orgullo y el estar a la defensiva, que no estaban a la altura de sus ideales, pero que en el fondo lo hicieron más agradecido por la misericordia de Dios.
Su influencia ha sido inmensa. Como teólogo, su trabajo en el desarrollo de la doctrina ha demostrado que nuestra comprensión de Dios puede crecer con el tiempo y ha tenido un profundo impacto en los pensadores posteriores. Algunos cristianos se sintieron interpelados y fortalecidos en su devoción personal por la importancia que atribuía a la voz de la conciencia. Personas de todas las tradiciones que buscan definir y defender el cristianismo se encuentran agradecidas por la forma en que ha reconciliado la fe y la razón. Aquellos que buscan lo divino en lo que podría parecer un ambiente intelectual cada vez más hostil encuentran en él un fuerte aliado que apoyó la conciencia individual contra el relativismo avasallador.
Y, quizás lo más importante, en un momento en que hemos visto demasiados ataques graves de las fuerzas de la intolerancia contra comunidades e individuos, incluidos muchos católicos, a causa de sus creencias, él es una figura que ha defendido sus convicciones a pesar de las desventajas de pertenecer a una religión a cuyos seguidores se les negaba la plena participación en la vida pública. A lo largo del proceso de emancipación católica y de la restauración de la jerarquía eclesiástica católica, fue la guía que su pueblo, su Iglesia y su tiempo necesitaban.
Su capacidad para expresar su calidez personal y su generosa amistad queda demostrada por su correspondencia. Son más de 30 los volúmenes con sus cartas, muchas de las cuales, de manera significativa, no están dirigidas a colegas intelectuales y líderes prominentes, sino a familiares, amigos y feligreses que buscaron su sabiduría.
Su ejemplo ha dejado un legado duradero. Como educador, su trabajo tuvo una gran influencia en Oxford, Dublín y también más allá, mientras que su tratado La idea de la Universidadsigue siendo un texto fundamental en la actualidad. Sus esfuerzos, a menudo olvidados, para educar a los niños son un testimonio de su compromiso para garantizar que personas de todos los ambientes pudieran ser partícipes de las oportunidades que la educación puede ofrecer. Como anglicano recondujo aquella Iglesia a sus raíces católicas y como católico estaba dispuesto a aprender de la tradición anglicana, por ejemplo, en la promoción del papel de los laicos. Dio a la Iglesia católica una nueva confianza cuando se restableció en una tierra de la que había sido desarraigada. Hoy la comunidad católica en Gran Bretaña tiene una deuda incalculable hacia su incansable trabajo, así como la sociedad británica tiene razones para estar agradecida a esta comunidad por su contribución inconmensurablemente valiosa a la vida de nuestro país.
Esta confianza se expresaba en su amor por el paisaje inglés y la cultura de su país natal, a la cual ha dado una contribución tan ilustre. En el Oratorio que instituyó en Birmingham, que ahora alberga un museo dedicado a su memoria, así como una comunidad de culto activo, vemos la realización, en Inglaterra, de una visión que él trazó de Roma, que describió como «el lugar más maravilloso de la tierra». Al llevar la Congregación del Oratorio de Italia a Inglaterra, Newman buscó compartir su carisma de educación y servicio.
Amaba Oxford, honrándola no solo con apasionados y eruditos sermones, sino también con la hermosa Iglesia anglicana de Littlemore, construida después de un viaje formativo a Roma donde, buscando una guía para su camino espiritual y meditando sobre su relación con la Iglesia de Inglaterra y con el catolicismo, escribió su amado himno Lead kindly light. Cuando finalmente decidió dejar la Iglesia de Inglaterra, su último sermón, en el que se despidió de Littlemore, dejó a la congregación llorando. Se titulaba The parting of friends, La despedida de los amigos.
Mientras recordamos la vida de este gran británico, gran eclesiástico y, como podemos decir ahora, gran santo, que supera las divisiones entre tradiciones, es ciertamente justo dar gracias por la amistad que, a pesar de la separación, no solo ha resistido sino que también se ha fortalecido.
En la imagen de la armonía divina, expresada tan elocuentemente por Newman, podemos ver cómo, después de todo, cuando seguimos sincera y valientemente los diferentes caminos a los que nos llama nuestra conciencia, todas nuestras divisiones pueden conducir a una mayor comprensión y todos nuestros caminos pueden encontrar una casa común.
Su Alteza Real el príncipe de Gales
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