Ciudad del Vaticano, (Vis).-El Papa visitó por sorpresa el 26 de febrero la comunidad terapéútica San Carlo, cerca de Castelgandolfo, que pertenece al Centro Italiano de Solidaridad, fundado por el sacerdote Mario Picchi para prevenir y contrastar la exclusión de las personas, en particular las afectadas por la dependencia de drogas. La visita se enmarca en el ámbito de los »viernes de la misericordia», la iniciativa con que el Santo Padre en el Año Jubilar cumple una de las obras de misericordia corporales o espirituales.
En la comunidad San Carlo viven 55 personas, en buena parte jóvenes, que siguen un programa para liberarse de la dependencia de las drogas. Francisco llegó a la comunidad sin avisar y la sorpresa fue general; el Papa departió con los presentes, escucho sus historias y les manifestó su cercanía. También les invitó a que no se dejasen devorar por la »metástasis» de la droga, los abrazó, y les explicó que el camino que han emprendido en ese centro les brinda una posibilidad concreta para recomenzar una vida digna de ser vivida. Francisco acentuó la necesidad de fiarse siempre de la fuerza de la Misericorida que sostiene la peregrinación de todos y que acompañándonos en las horas más frías, nos hace sentir el calor de la presencia de Dios y reviste al ser humano de su dignidad.
El arzobispo Rino Fisichella, Presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización, ha relacionado este »viernes de la misericordia» con la reciente visita apostólica del Papa a México, caracterizada por una denuncia, fuerte e inequívoca, del narcotráfico. »Me preocupan tantos que, seducidos por la vacía potencia del mundo, exaltan sus quimeras y se revisten de sus símbolos macabros para comercializar la muerte…Os suplico que no minusvaloreis el desafío ético y anti-cívico representado por el narcotráfico para la juventud y para toda la sociedad, incluida la Iglesia», dijo Francisco durante ese viaje.
Pocos días después de su regreso a Roma -ha agregado mons. Fisichella- el Papa ha dado un signo visible y concreto de cuanto había afirmado en la catedral de Ciudad de México acerca de la necesidad para los pastores de la Iglesia de no refugiarse en condenas genéricas, sino en acercarse a las periferias humanas y existenciales de las ciudades e involucrar a las familias, las escuelas, las instituciones, la comunidad política y las fuerzas de seguridad, en un serio proyecto pastoral encaminado a la prevención de un fenómeno que se cobra tantas vidas.