»Cada día, lamentablemente, las crónicas reportan malas noticias: homicidios, incidentes, catástrofes… en el pasaje evangélico de hoy 28 de febrero, Jesús se refiere a dos hechos trágicos que en aquel tiempo habían suscitado mucha sensación: una represión cruel realizada por los soldados romanos dentro del templo; y el derrumbe de la torre de Siloé, en Jerusalén, que había causado dieciocho victimas». Es lo que dijo a mediodía Francisco en el Ángelus relacionando la actualidad que vivimos y el Evangelio del día. »Jesús conoce la mentalidad supersticiosa de sus oyentes -continuó- y sabe que ellos interpretan este tipo de acontecimientos de modo equivocado. De hecho, piensan que, si aquellos hombres han muerto así, cruelmente, es signo de que Dios los ha castigado por alguna culpa grave que habían cometido; por así decir: “se lo merecían”. Y en cambio, el hecho de ser salvados de la desgracia equivalía a sentirse “bien”. Ellos se lo merecían; yo estoy bien».
El Papa explicó que Jesús rechaza claramente esta visión, »porque Dios no permite las tragedias para castigar las culpas, y afirma que aquellas pobres víctimas no eran peores de los otros. Más bien, Él invita a sacar de estos hechos dolorosos una enseñanza que se refiere a todos, porque todos somos pecadores; de hecho, dice a aquellos que le habían interpelado: »Si vosotros no os convertís, todos acabaréis de la misma manera». También hoy, frente a ciertas desgracias y a eventos dolorosos, podemos tener la tentación de »descargar» la responsabilidad en las victimas o incluso en Dios mismo. Pero el Evangelio nos invita a reflexionar: ¿Qué idea de Dios nos hemos hecho? ¿Estamos realmente convencidos que Dios es así, o esto no es otra cosa que nuestra proyección, un dios hecho »a nuestra imagen y semejanza»? Jesús, al contrario, nos invita a cambiar el corazón, a hacer una radical inversión en el camino de nuestra vida, abandonando los compromisos con el mal, y esto lo hacemos todos, ¿eh?, los compromisos con el mal, las hipocresías pero, yo creo que casi todos tenemos un poco, de hipocresía , para retomar decididamente el camino del Evangelio».
»Ahí esta nuevamente, la tentación de justificarse -añadió-: ¿De qué debemos convertirnos? ¿No somos en fin de cuentas buenas personas, cuantas veces hemos pensado esto?, que en fin de cuentas somos buenos, pero no es así». El Papa ha destacado que por ser creyentes e incluso practicantes nos justificamos. »Lamentablemente, cada uno de nosotros se asemeja mucho a un árbol que, por años, ha dado múltiples pruebas de su esterilidad. Pero, para nuestra buena suerte, Jesús se parece a un agricultor que, con una paciencia sin límites, obtiene todavía una prórroga para la higuera infecunda: »Déjala todavía este año -dice el dueño- … Puede ser que así dé frutos en adelante».
»Un »año» de gracia -dijo-: el tiempo del ministerio de Cristo, el tiempo de la Iglesia antes de su regreso glorioso, el tiempo de nuestra vida, marcado por un cierto número de Cuaresmas, que se nos ofrecen como ocasiones de arrepentimiento y de salvación. Un tiempo de un »año jubilar de la misericordia». La invencible paciencia de Jesús… ¿Habéis pensado en la paciencia de Dios? ¿Habéis pensado también en su irreductible preocupación por los pecadores?, ¡Cómo debería provocarnos a la impaciencia en relación a nosotros mismos! ¡No es jamás demasiado tarde para convertirse, ¡jamás! Hasta el último momento: la paciencia de Dios nos espera. Recordad aquella pequeña historia de Santa Teresa del Niño Jesús, cuando rezaba por aquel hombre condenado a muerte, un criminal, que no quería recibir el cosnuelo de la Iglesia, rechazaba al sacerdote, no quería: quería morir así. Y ella rezaba, en el convento, y cuando aquel hombre está ahí, en el momento de ser ajusticiado, se dirige al sacerdote, toma el Crucifijo y lo besa. ¡La paciencia de Dios! También, ¡lo mismo hace con nosotros, con todos nosotros! Cuantas veces, nosotros no lo sabemos: lo sabremos en el Cielo; pero cuantas veces nosotros estamos ahí, ahí, y ahí el Señor nos salva: nos salva porque tiene una gran paciencia con nosotros. Y esta es su misericordia. Jamás es tarde para convertirnos, pero ¡es urgente, es ahora! Comencemos hoy».
Antes de finalizar, Francisco invocó a la Virgen María para que nos sostenga, para que podamos abrir el corazón a la gracia de Dios, a su misericordia; y nos ayude a no juzgar jamás a los demás, sino a dejarnos interpelar por las desgracias cotidianas para hacer un serio examen de conciencia y arrepentirnos.
El drama de los prófugos en las oraciones del Papa
Después de la oración mariana, en los saludos a los fieles, el Santo Padre Francisco hizo presente una vez más, el drama de los prófugos que huyen de las guerras, y elogió a los países como Grecia »que están en primera línea dando una ayuda generosa, que requiere la cooperación de todas las naciones. Una respuesta coral -dijo- puede ser eficaz y distribuir equitativamente los pesos. Por ello es necesario apuntar con decisión y sin reservas a las negociaciones».
»Al mismo tiempo -añadió-, he recibido con esperanza la noticia del cese de las hostilidades en Siria, y os invito a todos a rezar para que este resquicio pueda dar alivio a la población que sufre y abra el camino al diálogo y a la paz tan deseada».
Francisco también manifestó su cercanía al pueblo de las Islas Fiyi, duramente azotado por un ciclón devastador. »Rezo por las víctimas y por quienes que están comprometidos con las operaciones de socorro».Antes de despedirse, recordó que el, 29 de febrero, se celebraba la »Jornada de las Enfermedades Raras» y dirigió su especial oración y aliento a todas las asociaciones que ofrecen ayuda en este campo.
Por último, se hizo referencia a algunos temas de mayor relevancia e interés en el ámbito regional y mundial.