Tras encomendar al niño británico, Francisco les dice a los participantes de un congreso sobre medicina regenerativa que «la ciencia, como cualquier otra actividad humana, sabe que tiene límites que se deben respetar por el bien de la humanidad, y necesita un sentido de responsabilidad ética»
«Estoy profundamente afectado por la muerte del pequeño Alfie. Hoy rezo especialmente por sus padres, mientras Dios Padre lo acoge en su abrazo de ternura», escribía el Papa en un tweet, pocas horas después de conocerse la noticia de la muerte del pequeño Alfie Evans.
Francisco ha participado de diversas formas en los sucesos de la vida de este niño y su familia. Recibió al padre de Alfie, Thomas, en una audiencia, y pidió en dos ocasiones públicamente que se respetara la voluntad de los padres de proporcionar los últimos cuidados a sus hijos, contra la decisión del hospital de Liverpool –avalada por la justicia británica– de retirarle todos los soportes vitales. «El único dueño de la vida, desde el inicio hasta el fin natural, es Dios», clamó el Papa. «Y nuestro deber es hacer de todo para custodiar la vida».
Yendo aún un paso más allá, el Pontífice encargó a los dirigentes de su hospital, el Hospital Pediátrico “Bambino Gesú” de Roma, que hicieran lo posible para el traslado del niño. El centro se ofreció a cubrir con los gastos del traslado. El gobierno italiano colaboró otorgando a Alfie la nacionalidad.
La posición que defienden el Papa y la Iglesia no era, sin embargo, la de intentar salvar la vida del niño a toda costa. Al mismo tiempo que el Pontífice reconoció la complejidad del caso, la doctrina católica se opone al encarnizamiento terapéutico, que se obstina en alargar una vida originando inútilmente sufrimiento al paciente (con la salvedad de que, en el caso de niños, los médicos suelen ser partidarios de explorar tratamientos que descartarían para pacientes de avanzada edad, siempre dentro de unos límites).
La Iglesia es una firme defensora de los cuidados paliativos, que mejoran la calidad de vida del paciente incluso cuando ya no se puede hacer nada por su curación. Son ese tipo de cuidados los que se ofrecía a prestar el Bambino Gesú a Alfie Evans. El mismo ofrecimiento había hecho el hospital del Vaticano hace unas semanas a Charlie Ward, bebé fallecido recientemente en similares circunstancias. También a sus padres les fue negado el traslado por la justicia británica.
Los límites de la ciencia
Precisamente el día de la muerte del pequeño Alfie Evans, el Papa recibía a los participantes de un Congreso Internacional sobre Medicina Regenerativa. «Frente al problema del sufrimiento humano, es necesario saber cómo crear sinergias entre personas e instituciones, también superando prejuicios, para cultivar la atención y el esfuerzo de todos a favor de la persona enferma», dijo Francisco.
Y tras hacer hincapié en la importancia de la prevención («muchos males podrían evitarse si se prestara más atención al estilo de vida que asumimos y a la cultura que promovemos»), destacó «con mucha satisfacción el gran esfuerzo de la investigación científica destinada al descubrimiento y la difusión de nuevos tratamientos, especialmente cuando tocan el delicado problema de las enfermedades raras, autoinmunes, neurodegenerativas y muchas otras».
No obstante, advirtió de que, «al mismo tiempo que la Iglesia elogia todos los esfuerzos de investigación y aplicación encaminados a la atención de las personas que sufren, recuerda también que uno de los principios básicos es que “no todo lo que es técnicamente posible o factible es por esa misma razón éticamente aceptable”. La ciencia, como cualquier otra actividad humana, sabe que tiene límites que se deben respetar por el bien de la humanidad, y necesita un sentido de responsabilidad ética».
Imagen: El Papa recibe a Tom Evans el 18 de abril