Francisco utiliza varios mensajeros personales para llegar a las autoridades comunistas chinas. Pero se enfrenta sin muchas bazas a una tarea similar a la de liberar un rehén: la Iglesia católica en China, dividida entre la rama «patriótica», que acepta el compromiso con las autoridades, y la rama «clandestina», que prefiere vivir en peligro a renunciar a sus principios
China y el Vaticano siguen avanzando hacia la normalización de sus relaciones diplomáticas, rotas desde 1951, cuando Mao Zedong expulsó del país al Nuncio de la Santa Sede y a sus misioneros católicos. En los últimos tiempos, el autoritario régimen de Pekín y la Santa Sede han intensificado sus esfuerzos y el acuerdo parece cercano. Así lo dejaba entrever hace unos días el obispo de Hong Kong, el cardenal John Tong, en un artículo donde mostraba su optimismo por la marcha de las negociaciones.
Pero todavía hay importantes diferencias que solventar. La mayor es el nombramiento de obispos consensuados por el Vaticano y la Asociación Católica Patriótica, con la que Pekín controla a la Iglesia. Aunque recientemente ha habido un acercamiento de posturas, el régimen chino no quiere perder su potestad en el nombramiento de obispos. Además, hay siete obispos chinos ordenados sin el permiso papal y una treintena en la Iglesia clandestina, cuya situación debe normalizarse para equipararse a la oficial.
En este frente exterior del Vaticano, el mayor desafío del Papa es intentar que las autoridades comunistas de China dejen de ahogar a la Iglesia católica. Como sus predecesores, Francisco se enfrenta a un poder despótico y tiene que poner en juego la prudencia y la paciencia. En el regateo entre bastidores con Pekín, casi nada es lo que parece a primera vista.
El citado artículo del cardenal de Hong Kong, John Tong, subrayando los progresos hacia un acuerdo sobre el nombramiento de obispos –la cuestión clave– forma parte en realidad del esfuerzo para mantener la cuestión en el candelero y acortar los plazos, que suelen ser eternos con China.
Es cierto que las negociaciones entre el Vaticano y China se han intensificado, pero ni Roma va a ceder en el exclusivo derecho a nombrar obispos ni Pekín va a dar libertad de movimientos a una Iglesia que percibe como una amenaza al monopolio de poder del Partido Comunista.
Línea dura para este año
Lo único que la Santa Sede puede ofrecer como baza publicitaria es su ruptura de relaciones diplomáticas con Taiwán, la isla que permanece separada del régimen chino y es un país independiente «de facto». De hecho, el Vaticano es uno de los pocos Estados que todavía mantiene dichos lazos, pero tal cambio vale cada vez menos a medida que China se consolida como gigante económico y todos los países lo respetan por su propio peso.
Es cierto que Francisco ha sorprendido al mundo protagonizando el primer encuentro de un Papa con un patriarca de la Iglesia ortodoxa rusa gracias a la creativa idea de organizarlo clandestinamente en La Habana. Y también que, en paralelo a la «diplomacia pública» del secretario de Estado, Pietro Parolin, y del cardenal de Hong Kong, que es el «cardenal de China», Francisco utiliza varios mensajeros personales para llegar a las autoridades comunistas. Además, tiene a su favor su inmensa popularidad mundial y un talante conciliador. Pero se enfrenta sin muchas bazas a una tarea similar a la de liberar un rehén: la Iglesia católica en China, dividida entre la rama «patriótica», que acepta el compromiso con las autoridades, y la rama «clandestina», que prefiere vivir en peligro a renunciar a sus principios. Desde el gobierno, la Oficina de Asuntos Religiosos anuncia además «línea dura» para este año.
En su histórica carta de 2007, Benedicto XVI invitó a los obispos y sacerdotes de la Iglesia «clandestina» a registrarse oficialmente en la medida de lo posible, pero su consejo no ha resuelto una división que mantiene a la Iglesia católica paralizada. En China solo crece el cristianismo evangélico, que no necesita jerarquía ni nombramiento exterior de sus jefes. Al Papa le duele también la situación de más de treinta obispos «clandestinos», nombrados por el Vaticano pero no reconocidos por Pekín. Y también la de los siete obispos ilegítimos nombrados por el Gobierno chino: tres excomulgados explícitamente y los otros cuatro de modo implícito. Junto a ellos, hay vacantes otros 30 obispados.
Cuando el cardenal John Tong propone que la Asociación Patriótica Católica China –creada para el control político de la Iglesia– pase a ser una especie de ONG voluntaria, está haciendo un brindis al sol. Cuando dice que Roma aceptaría relaciones diplomáticas simplemente con el derecho a nombrar obispos, renunciando a los de libertad de predicación de los sacerdotes o de crear escuelas, está anunciando una concesión. Y aceptando explícitamente «el mal menor».
Por ese motivo, no todos los católicos de China se muestran tan optimistas como el cardenal Tong con el desarrollo de las negociaciones. Aunque más relajada en los últimos tiempos, casi siete décadas de persecución religiosa han hecho mella entre los más de diez millones de católicos que hay en China, divididos entre quienes siguen el culto de la Iglesia oficial y los que permanecen fieles al Vaticano.
Con este riesgo de cisma, los católicos que pertenecen a la Iglesia clandestina desconfían de las autoridades chinas y temen que la Santa Sede haga demasiadas concesiones. En la memoria de todos está la reciente campaña contra las iglesias, sobre todo protestantes, en la industrializada provincia costera de Zhejiang, que obligó a retirar unas 1.800 cruces y a demoler docenas de templos. Por luchar contra esta purga religiosa en la región con más cristianos de China, el abogado Zhang Kai fue detenido durante siete meses y obligado a confesar en televisión que actuaba al servicio de fuerzas extranjeras.
Recluido desde 2012
Peor suerte corrió el obispo de Shanghái, Tadeo Ma Daqing, que estuvo recluido en el seminario de Sheshan desde 2012 tras criticar en su propia ordenación el control religioso del régimen chino. A finales de enero fue readmitido en la Asociación Católica Patriótica, pero solo como «padre», no como obispo. A su reincorporación a la Iglesia oficial parece haber contribuido el artículo que escribió en verano en su blog, en el que se arrepentía de su protesta contra las autoridades. Esta confesión ha dividido aún más a los católicos de China.
En el aspecto positivo, en noviembre destacó la ordenación consensuada entre ambas partes de monseñor Pedro Ding Lingbin, de 54 años, como obispo de Changzhi, en la provincia noroccidental de Shanxi. Bajo una «vigilancia policial blanda», según relataron a la agencia Asia News testigos presenciales, unas 2.000 personas asistieron a la ceremonia. Aunque los medios especularon con que esta consagración podía ser la primera de un inminente acuerdo, monseñor Ding fue autorizado en 2014 por el Vaticano y recibió el visto bueno de Pekín semanas antes de su ordenación. Para el ateo régimen chino, el cielo aún debe esperar.
Juan Vicente Boo y Pablo M. Díez/ABC.
Corresponsales en el Vaticano y Asia
Publicado por Alfa y Omega el 19 de Febrero de 2017
Foto Reuters